EL GUERRERO DE LA LUZ Y SU MUNDO (Por Paulo
Coelho).
El guerrero de la luz siempre procura mejorar.
Cada golpe de su espada lleva
tras de sí siglos de sabiduría y meditación. Cada golpe debe tener la fuerza,
la habilidad de todos los guerreros del pasado, que aún hoy continúan
bendiciendo la lucha. Cada movimiento en el combate honra los movimientos que
las generaciones anteriores intentaron transmitir a través de la tradición.
El guerrero desarrolla la belleza de sus golpes, pese
a comportarse como un niño.
La gente se sorprende, pues
olvidó que un niño tiene que divertirse, saltar, ser un poco irreverente, hacer
preguntas inconvenientes e inmaduras y hacer tonterías.
Y dicen horrorizados: ”¿Ese es el camino espiritual? ¡Pero si es
un inmaduro!”.
El guerrero se llena de
orgullo con este comentario. Y se
mantiene en contacto con Dios a través de su inocencia y alegría. Actúa así
porque al principio de su combate se dijo a sí mismo: “Tengo sueños”.
Al cabo de unos años se da
cuenta de que es posible llegar adonde quiere.
Sabe que será recompensado.
En este momento, la gran
alegría que animaba su corazón desaparece. Porque, mientras iba caminando, el
guerrero conoció la infelicidad ajena, la soledad, las frustraciones que
acompañan a gran parte de la humanidad. El guerrero de la luz piensa entonces
que no merece lo que está recibiendo.
Cuando aprende a manejar su
espada, descubre que su equipamiento tiene que ser completo, y eso incluye una
armadura.
Sale en busca de su armadura
y escucha la propuesta de varios vendedores.
“Usa la coraza de la
soledad”, dice uno.
“Usa el escudo del cinismo”,
responde otro.
“La mejor armadura es no
cubrirse con nada”, afirma un tercero.
El guerrero, sin embargo, no
hace caso. Con serenidad, va hacia su
lugar sagrado y se viste con el manto indestructible de la fe.
La fe detiene todos los
golpes.
La fe transforma el veneno en
agua cristalina.
Su ángel susurra: ”Entrégalo
todo”.
El guerrero se arrodilla y ofrece a Dios sus
conquistas.
La entrega obliga al guerrero a dejar de hacer
preguntas tontas y eso le ayuda a vencer la culpa. Y sí, aun así, pensara que
su recompensa es inmerecida, un guerrero de la luz siempre tiene una segunda
oportunidad en la vida.
Como todos los otros hombres
y mujeres, él no nació sabiendo manejar la espada. Erró muchas veces antes de
descubrir su leyenda personal.
No hay hombre o mujer que
pueda sentarse alrededor de una hoguera y decir a los demás: “Siempre he hecho
lo correcto”. Quien afirme tal cosa miente y aún no ha aprendido a conocerse a
sí mismo. El verdadero guerrero de la luz cometió muchas injusticias en el
pasado.
Pero, al transcurrir la
jornada, se da cuenta de que las personas con las que actuó de forma equivocada
siempre vuelven a cruzarse con él.
Por eso el guerrero de la luz
tiene la impresión de vivir dos vidas a la vez.
En una de ellas está obligado
a hacer todo aquello que no quiere hacer, a luchar por las ideas en las que no
cree.
Pero existe otra vida, y él
la descubre en sus sueños, lecturas y encuentros con gente que piensa como él.
El guerrero permite que sus
dos vidas se vayan aproximando.
“Hay un puente que une lo que
hago con lo que me gustaría hacer”, piensa.
Al cabo de poco tiempo, sus
sueños van cuidando de su rutina, hasta que siente que está listo para aquello
que siempre quiso. Entonces basta con un poco de osadía y las dos vidas se
transforman en una sola.
Es su oportunidad de corregir el mal que ha causado.
Él la utiliza siempre, sin dudarlo.
Esta es “mi
oración” para el comienzo del curso 2013-14.
Gracias al
pequeño cuento de Paulo Coelho puedo “centrar” los valores que hemos de
cultivar en nuestras comunidades educativas: LA FE, LA ALEGRÍA y LA REDENCIÓN.
Apoyados en ellos lograremos mejorar como personas, como cristianos, como
educadores.
Que nuestros
corazones tengan siempre presente las palabras de nuestra Beata Matilde:
“¡Adelante!, pues solo el cielo es nuestro término, y para conseguirlo, venga
lo que viniere, Dios es nuestra ayuda. No nos falte la fe.”
Pidámosle a
María Madre de la Iglesia que nos proteja bajo ese manto que le bordó Matilde.
Para que bajo
su protección sepamos descubrir lo bueno de los cambios que en este nuevo curso
van a acontecer.
Para que juntos
nos arropemos, nos animemos y, pacientes, nos pongamos en el lugar del otro, en
el día a día de nuestro colegio.
Para que
sigamos rezando juntos a Dios misericordioso y podamos seguir haciendo por los
demás, los prójimos, lo que es el don de cada uno, con ilusión y sin miedo.
Nos toca
sembrar, hermanos, otra vez más.
Nos toca
sembrar, gentiles, sin esperar nada a cambio.
Nos toca
sembrar, compañeros. ¡Semillas de libertad!
¡Ánimo y feliz
curso!
Alberto
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