EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
Capítulo séptimo
La pastoral de los jóvenes
202. La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a llevarla adelante, ha sufrido el
embate de los cambios sociales y culturales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas
veces no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. La
proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos con características predominantemente
juveniles pueden ser interpretados como una acción del Espíritu que abre caminos nuevos. Se
hace necesario, sin embargo, ahondar en la participación de estos en la pastoral de conjunto de
la Iglesia, así como en una mayor comunión entre ellos en una mejor coordinación de la acción. Si
bien no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se está creciendo en dos aspectos: la conciencia
de que es toda la comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un
protagonismo mayor en las propuestas pastorales.
Una pastoral sinodal
203. Quiero destacar que los mismos jóvenes son agentes de la pastoral juvenil, acompañados y
guiados, pero libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia. Por
consiguiente, estaría de más que me detuviera aquí a proponer alguna especie de manual de
pastoral juvenil o una guía de pastoral práctica. Se trata más bien de poner en juego la astucia, el
ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la sensibilidad, el lenguaje y las
problemáticas de los demás jóvenes.
204. Ellos nos hacen ver la necesidad de asumir nuevos estilos y nuevas estrategias. Por
ejemplo, mientras los adultos suelen preocuparse por tener todo planificado, con reuniones
periódicas y horarios fijos, hoy la mayoría de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos
esquemas pastorales. La pastoral juvenil necesita adquirir otra flexibilidad, y convocar a los
jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar donde no sólo reciban
una formación, sino que también les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar
testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo.
205. Por otra parte, sería muy deseable recoger todavía más las buenas prácticas: aquellas
metodologías, aquellos lenguajes, aquellas motivaciones que han sido realmente atractivas para
acercar a los jóvenes a Cristo y a la Iglesia. No importa de qué color sean, si son “conservadoras
o progresistas”, si son “de derecha o de izquierda”. Lo importante es que recojamos todo lo que
haya dado buenos resultados y sea eficaz para comunicar la alegría del Evangelio.
206. La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un “caminar juntos” que
implica una «valorización de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de
cada uno de los miembros [de la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad […].
Animados por este espíritu, podremos encaminarnos hacia una Iglesia participativa y
corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la compone, que acoja con
gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes y mujeres, la contribución de la vida
consagrada masculina y femenina, la de los grupos, asociaciones y movimientos. No hay que
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excluir a nadie, ni dejar que nadie se autoexcluya»[111].
207. De este modo, aprendiendo unos de otros, podremos reflejar mejor ese poliedro maravilloso
que debe ser la Iglesia de Jesucristo. Ella puede atraer a los jóvenes precisamente porque no es
una unidad monolítica, sino un entramado de dones variados que el Espíritu derrama
incesantemente en ella, haciéndola siempre nueva a pesar de sus miserias.
208. En el Sínodo aparecieron muchas propuestas concretas orientadas a renovar la pastoral
juvenil y a liberarla de esquemas que ya no son eficaces porque no entran en diálogo con la
cultura actual de los jóvenes. Se comprende que no podría aquí recogerlas a todas, y algunas de
ellas pueden encontrarse en el Documento final del Sínodo.
Grandes líneas de acción
209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil implica dos grandes líneas de
acción. Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la
experiencia del Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los
que ya han hecho esa experiencia.
210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los mismos jóvenes, que
saben encontrar los caminos atractivos para convocar. Saben organizar festivales, competencias
deportivas, e incluso saben evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, videos y
otras intervenciones. Sólo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para que ellos se
entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer anuncio puede despertar una honda
experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”, en una conversación en un bar, en un
recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más
importante es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el
corazón de otro joven.
211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor
desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y
deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo.
El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por
ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con
coherencia. Al mismo tiempo, todavía tenemos que buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar
el kerygma en el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy.
212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos lugares
ocurre que, después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un
encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de
“formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre el
control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren,
pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y
otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de
contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que
sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: «en la experiencia de un gran amor [...]
todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito»[112].
213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir
ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos
grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con
Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la
vida comunitaria, en el servicio.
214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno recordarlo. Por una
parte, sería un grave error pensar que en la pastoral juvenil «el kerygma es abandonado en pos
de una formación supuestamente más “sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro,
más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización
del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor»[113]. Por consiguiente, la pastoral
juvenil siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia
personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios,
canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e
incluso con diversos estímulos a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta
experiencia gozosa de encuentro con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.
215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe incorporar claramente medios y
recursos variados para ayudar a los jóvenes a crecer en la fraternidad, a vivir como hermanos, a
ayudarse mutuamente, a crear comunidad, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres. Si el
amor fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es «la plenitud de la Ley» (Rm 13,10), si
es lo que mejor manifiesta nuestro amor a Dios, entonces debe ocupar un lugar relevante en todo
plan de formación y crecimiento de los jóvenes.
Ambientes adecuados
216. En todas nuestras instituciones necesitamos desarrollar y potenciar mucho más nuestra
capacidad de acogida cordial, porque muchos de los jóvenes que llegan lo hacen en una profunda
situación de orfandad. Y no me refiero a determinados conflictos familiares, sino a una
experiencia que atañe por igual a niños, jóvenes y adultos, madres, padres e hijos. Para tantos
huérfanos y huérfanas, nuestros contemporáneos, ¿nosotros mismos quizás?, las comunidades
como la parroquia y la escuela deberían ofrecer caminos de amor gratuito y promoción, de
afirmación y crecimiento. Muchos jóvenes se sienten hoy hijos del fracaso, porque los sueños de sus padres y abuelos se quemaron en la hoguera de la injusticia, de la violencia social, del
sálvese quien pueda. ¡Cuánto desarraigo! Si los jóvenes crecieron en un mundo de cenizas no es
fácil que puedan sostener el fuego de grandes ilusiones y proyectos. Si crecieron en un desierto
vacío de sentido, ¿cómo podrán tener ganas de sacrificarse para sembrar? La experiencia de
discontinuidad, de desarraigo y la caída de las certezas básicas, fomentada en la cultura
mediática actual, provocan esa sensación de profunda orfandad a la cual debemos responder
creando espacios fraternos y atractivos donde se viva con un sentido.
217. Crear “hogar” en definitiva «es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los otros más
allá de vínculos utilitarios o funcionales, unidos de tal manera que sintamos la vida un poco más
humana. Crear hogares, “casas de comunión”, es permitir que la profecía tome cuerpo y haga
nuestras horas y días menos inhóspitos, menos indiferentes y anónimos. Es tejer lazos que se
construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos podemos realizar. Un hogar, y lo
sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de todos. Nadie puede ser indiferente o
ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su construcción. Y eso implica pedirle al Señor
que nos regale la gracia de aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender
todos los días a volver a empezar. Y, ¿cuántas veces perdonar o volver a empezar? Setenta
veces siete, todas las que sean necesarias. Crear lazos fuertes exige de la confianza que se
alimenta todos los días de la paciencia y el perdón. Y así se produce el milagro de experimentar
que aquí se nace de nuevo, aquí todos nacemos de nuevo porque sentimos actuante la caricia de
Dios que nos posibilita soñar el mundo más humano y, por tanto, más divino»[114].
218. En este marco, en nuestras instituciones necesitamos ofrecerles a los jóvenes lugares
propios que ellos puedan acondicionar a su gusto, y donde puedan entrar y salir con libertad,
lugares que los acojan y donde puedan acercarse espontáneamente y con confianza al encuentro
de otros jóvenes tanto en los momentos de sufrimiento o de aburrimiento, como cuando deseen
celebrar sus alegrías. Algo de esto han logrado algunos Oratorios y otros centros juveniles, que
en muchos casos son el ambiente de amistades y de noviazgo, de reencuentros, donde pueden
compartir la música, la recreación, el deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños
subsidios y diversas propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio persona
a persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral.
219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos estructurados,
ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales y relacionales en un contexto en el que
no se evalúa ni se juzga a la persona. La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso
para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de
guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos»[115].
220. Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con las comunidades de parroquias,
movimientos y otras instituciones eclesiales. Pero ellos se integrarán mejor a comunidades
abiertas, vivas en la fe, deseosas de irradiar a Jesucristo, alegres, libres, fraternas y comprometidas. Estas comunidades pueden ser los cauces donde ellos sientan que es posible
cultivar preciosas relaciones.
La pastoral de las instituciones educativas
221. La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a los jóvenes. Es un
lugar privilegiado para la promoción de la persona, y por esto la comunidad cristiana le ha
dedicado gran atención, ya sea formando docentes y dirigentes, como también instituyendo
escuelas propias, de todo tipo y grado. En este campo el Espíritu ha suscitado innumerables
carismas y testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela necesita una urgente autocrítica si
vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concentrada en la
instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables.
Además, hay algunos colegios católicos que parecen estar organizados sólo para la preservación.
La fobia al cambio hace que no puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros,
reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La escuela convertida en un “búnker” que
protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta tendencia. Esa imagen
refleja de un modo estremecedor lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de algunos
establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les enseñaron y el mundo
en el cual les toca vivir. Aun las propuestas religiosas y morales que recibieron no los han
preparado para confrontarlas con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido formas de orar
y de vivir la fe que puedan ser fácilmente sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad. En
realidad, una de las alegrías más grandes de un educador se produce cuando puede ver a un
estudiante constituirse a sí mismo como una persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de
dar.
222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización de los jóvenes.
Es importante tener en cuenta algunos criterios inspiradores señalados en Veritatis gaudium en
vista a una renovación y relanzamiento de las escuelas y universidades “en salida” misionera,
tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a todos los niveles, la interdisciplinariedad y la
transdisciplinariedad, el fomento de la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear
redes” y la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha[116]. También
la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las manos.
223. Por otra parte, no podemos separar la formación espiritual de la formación cultural. La Iglesia
siempre quiso desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a
hacerlo porque los jóvenes tienen derecho a ella. Y «hoy en día, sobre todo, el derecho a la
cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza. Con
demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y efímeros que
empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que
el estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para
hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta
búsqueda. Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los
hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas de sus compañeros
de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una
melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los
estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la
investigación, el conocimiento y el compartir»[117].
Distintos ámbitos para desarrollos pastorales
224. Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio y de la intimidad con Dios.
También han crecido los grupos que se reúnen a adorar al Santísimo o a orar con la Palabra de
Dios. No hay que menospreciar a los jóvenes como si fueran incapaces de abrirse a propuestas
contemplativas. Sólo hace falta encontrar los estilos y las modalidades adecuadas para ayudarlos
a iniciarse en esta experiencia de tan alto valor. Con respecto a los ámbitos de culto y oración,
«en diversos contextos los jóvenes católicos piden propuestas de oración y momentos
sacramentales que incluyan su vida cotidiana en una liturgia fresca, auténtica y alegre»[118]. Es
importante aprovechar los momentos más fuertes del año litúrgico, particularmente la Semana
Santa, Pentecostés y Navidad. Ellos también disfrutan de otros encuentros festivos, que cortan la
rutina y que ayudan a experimentar la alegría de la fe.
225. Una oportunidad única para el crecimiento y también de apertura al don divino de la fe y la
caridad es el servicio: muchos jóvenes se sienten atraídos por la posibilidad de ayudar a otros,
especialmente a niños y pobres. A menudo este servicio es el primer paso para descubrir o
redescubrir la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes se cansan de nuestros itinerarios de
formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad de ser más
protagonistas en actividades que hagan algo por la gente.
226. No podemos olvidar las expresiones artísticas, como el teatro, la pintura, etc. «Del todo
peculiar es la importancia de la música, que representa un verdadero ambiente en el que los
jóvenes están constantemente inmersos, así como una cultura y un lenguaje capaces de suscitar
emociones y de plasmar la identidad. El lenguaje musical representa también un recurso pastoral,
que interpela en particular la liturgia y su renovación»[119]. El canto puede ser un gran estímulo
para el caminar de los jóvenes. Decía san Agustín: «Canta, pero camina; alivia con el canto tu
trabajo, no ames la pereza: canta y camina […]. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien,
en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina»[120].
227. «Es igualmente significativa la relevancia que tiene entre los jóvenes la práctica deportiva,
cuyas potencialidades en clave educativa y formativa la Iglesia no debe subestimar, sino
mantener una sólida presencia en este campo. El mundo del deporte necesita ser ayudado a
superar las ambigüedades que lo golpean, como la mitificación de los campeones, el
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sometimiento a lógicas comerciales y la ideología del éxito a toda costa»[121]. En la base de la
experiencia deportiva está «la alegría: la alegría de moverse, la alegría de estar juntos, la alegría
por la vida y los dones que el Creador nos hace cada día»[122]. Por otra parte, algunos Padres
de la Iglesia han tomado el ejemplo de las prácticas deportivas para invitar a los jóvenes a crecer
en la fortaleza y dominar la modorra o la comodidad. San Basilio Magno, dirigiéndose a los
jóvenes, tomaba el ejemplo del esfuerzo que requiere el deporte y así les inculcaba la capacidad
de sacrificarse para crecer en las virtudes: «Tras miles y miles de sufrimientos y haber
incrementado su fortaleza por muchos métodos, tras haber sudado mucho en fatigosos ejercicios
gimnásticos […] y llevar en lo demás, para no alargarme en mis palabras, una existencia tal que
su vida antes de la competición no es sino una preparación para esta, […] arrostran todo tipo de
fatigas y peligros para ganar la corona […]. ¿Y nosotros, que tenemos delante unos premios de la
vida tan maravillosos en número y grandeza como para que sean imposibles de definir con
palabras, durmiendo a pierna suelta y viviendo en total ausencia de peligros, vendremos a
tomarlos con una mano?»[123].
228. En muchos adolescentes y jóvenes despierta especial atracción el contacto con la creación,
y son sensibles hacia el cuidado del ambiente, como ocurre con los Scouts y con otros grupos
que organizan jornadas de contacto con la naturaleza, campamentos, caminatas, expediciones y
campañas ambientales. En el espíritu de san Francisco de Asís, son experiencias que pueden
significar un camino para iniciarse en la escuela de la fraternidad universal y en la oración
contemplativa.
229. Estas y otras diversas posibilidades que se abren a la evangelización de los jóvenes, no
deberían hacernos olvidar que, más allá de los cambios de la historia y de la sensibilidad de los
jóvenes, hay regalos de Dios que son siempre actuales, que contienen una fuerza que trasciende
todas las épocas y todas las circunstancias: la Palabra del Señor siempre viva y eficaz, la
presencia de Cristo en la Eucaristía que nos alimenta, y el Sacramento del perdón que nos libera
y fortalece. También podemos mencionar la inagotable riqueza espiritual que conserva la Iglesia
en el testimonio de sus santos y en la enseñanza de los grandes maestros espirituales. Aunque
tengamos que respetar diversas etapas, y a veces necesitemos esperar con paciencia el
momento justo, no podremos dejar de invitar a los jóvenes a estos manantiales de vida nueva, no
tenemos derecho a privarlos de tanto bien.
Una pastoral popular juvenil
230. Además de la pastoral habitual que realizan las parroquias y los movimientos, según
determinados esquemas, es muy importante dar lugar a una “pastoral popular juvenil”, que tiene
otro estilo, otros tiempos, otro ritmo, otra metodología. Consiste en una pastoral más amplia y
flexible que estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos
liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos. Se trata
ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios a esos
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jóvenes creyentes que son líderes naturales en los barrios y en diversos ambientes. Sólo hay que
acompañarlos y estimularlos, confiando un poco más en la genialidad del Espíritu Santo que
actúa como quiere.
231. Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o clausurados en pequeños grupos
de selectos. Para que sean capaces de generar una pastoral popular en el mundo de los jóvenes
hace falta que «aprendan a auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a
trabajar por su promoción»[124]. Cuando hablamos de “pueblo” no debe entenderse las
estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como
individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar
que los más pobres y débiles se queden atrás: «El pueblo desea que todos participen de los
bienes comunes y por eso acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos»[125].
Los líderes populares, entonces, son aquellos que tienen la capacidad de incorporar a todos,
incluyendo en la marcha juvenil a los más pobres, débiles, limitados y heridos. No les tienen asco
ni miedo a los jóvenes lastimados y crucificados.
232. En esta misma línea, especialmente con los jóvenes que no crecieron en familias o
instituciones cristianas, y están en un camino de lenta maduración, tenemos que estimular el
“bien posible”[126]. Cristo nos advirtió que no pretendamos que todo sea sólo trigo (cf. Mt 13,24-
30). A veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por ideas abstractas,
alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el Evangelio en una oferta
desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas juveniles y apta solamente para una
élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida
ni fecundidad. Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o sofocamos miles de brotes que
intentan crecer en medio de los límites.
233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista
del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para que asuman sus
responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que
pueden fortalecer su humanidad»[127].
234. En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios inclusivos,
donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente que somos una
Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las
enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para
jóvenes. Basta una actitud abierta para todos los que tengan el deseo y la disposición de dejarse
encontrar por la verdad revelada por Dios. Algunas propuestas pastorales pueden suponer un
camino ya recorrido en la fe, pero necesitamos una pastoral popular juvenil que abra puertas y
ofrezca espacio a todos y a cada uno con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda
de identidad, sus errores, su historia, sus experiencias del pecado y todas sus dificultades.
235. Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen otras visiones de la vida,
profesan otros credos o se declaran ajenos al horizonte religioso. Todos los jóvenes, sin
exclusión, están en el corazón de Dios y, por lo tanto, en el corazón de la Iglesia. Reconocemos
con franqueza que no siempre esta afirmación que resuena en nuestros labios encuentra una
expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos quedamos encerrados en nuestros
ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a actividades menos exigentes y más
gratificantes, sofocando esa sana inquietud pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas
seguridades. Y eso que el Evangelio nos pide ser audaces y queremos serlo, sin presunción y sin
hacer proselitismo, dando testimonio del amor del Señor y tendiendo la mano a todos los jóvenes
del mundo»[128].
236. La pastoral juvenil, cuando deja de ser elitista y acepta ser “popular”, es un proceso lento,
respetuoso, paciente, esperanzado, incansable, compasivo. En el Sínodo se propuso el ejemplo
de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), que también puede ser un modelo de lo que ocurre
en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los dos discípulos que no han comprendido el sentido de lo sucedido y
se están alejando de Jerusalén y de la comunidad. Para estar en su compañía, recorre el camino
con ellos. Los interroga y se dispone a una paciente escucha de su versión de los hechos para
ayudarles a reconocer lo que están viviendo. Después, con afecto y energía, les anuncia la
Palabra, guiándolos a interpretar a la luz de las Escrituras los acontecimientos que han vivido.
Acepta la invitación a quedarse con ellos al atardecer: entra en su noche. En la escucha, su
corazón se reconforta y su mente se ilumina, al partir el pan se abren sus ojos. Ellos mismos
eligen emprender sin demora el camino en dirección opuesta, para volver a la comunidad y
compartir la experiencia del encuentro con Jesús resucitado»[129].
238. Las diversas manifestaciones de piedad popular, especialmente las peregrinaciones, atraen
a gente joven que no suele insertarse fácilmente en las estructuras eclesiales, y son una
expresión concreta de la confianza en Dios. Estas formas de búsqueda de Dios, presentes
particularmente en los jóvenes más pobres, pero también en los demás sectores de la sociedad,
no deben ser despreciadas sino alentadas y estimuladas. Porque la piedad popular «es una
manera legítima de vivir la fe»[130] y es «expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo
de Dios»[131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no hace falta recorrer un largo camino para que los jóvenes sean
misioneros. Aun los más débiles, limitados y heridos pueden serlo a su manera, porque siempre
hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades. Un joven
que va a una peregrinación a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un amigo o compañero para que
lo acompañe, con ese simple gesto está realizando una valiosa acción misionera. Junto con la
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pastoral popular juvenil hay, inseparablemente, una misión popular, incontrolable, que rompe
todos los esquemas eclesiásticos. Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos regularla
demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la
pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral misionera. Los jóvenes se enriquecen mucho
cuando vencen la timidez y se atreven a visitar hogares, y de ese modo toman contacto con la
vida de la gente, aprenden a mirar más allá de su familia y de su grupo, comienzan a entender la
vida de una manera más amplia. Al mismo tiempo, su fe y su sentido de pertenencia a la Iglesia
se fortalecen. Las misiones juveniles, que suelen organizarse en las vacaciones luego de un
período de preparación, pueden provocar una renovación de la experiencia de fe e incluso serios
planteos vocacionales.
241. Pero los jóvenes son capaces de crear nuevas formas de misión, en los ámbitos más
diversos. Por ejemplo, ya que se mueven tan bien en las redes sociales, hay que convocarlos
para que las llenen de Dios, de fraternidad, de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero también necesitan ser
acompañados. La familia debería ser el primer espacio de acompañamiento. La pastoral juvenil
propone un proyecto de vida desde Cristo: la construcción de una casa, de un hogar edificado
sobre roca (cf. Mt 7,24-25). Ese hogar, ese proyecto, para la mayoría de ellos se concretará en el
matrimonio y en la caridad conyugal. Por ello es necesario que la pastoral juvenil y la pastoral
familiar tengan una continuidad natural, trabajando de manera coordinada e integrada para poder
acompañar adecuadamente el proceso vocacional.
243. La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento de los jóvenes, y es la
comunidad entera la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos, alentarlos y
estimularlos. Esto implica que se mire a los jóvenes con comprensión, valoración y afecto, y no
que se los juzgue permanentemente o se les exija una perfección que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y dedicadas al
acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha implica una reflexión para
renovar las formas con las que se ejerce habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus
prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad de preparar consagrados y laicos,
hombres y mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento de los jóvenes. El carisma de
la escucha que el Espíritu Santo suscita en las comunidades también podría recibir una forma de
reconocimiento institucional para el servicio eclesial»[132].
245. Además hay que acompañar especialmente a los jóvenes que se perfilan como líderes, para que puedan formarse y capacitarse. Los jóvenes que se reunieron antes del Sínodo pidieron que
se desarrollen «programas de liderazgo juvenil para la formación y continuo desarrollo de jóvenes
líderes. Algunas mujeres jóvenes sienten que hacen falta mayores ejemplos de liderazgo
femenino dentro de la Iglesia y desean contribuir con sus dones intelectuales y profesionales a la
Iglesia. También creemos que los seminaristas, los religiosos y las religiosas deberían tener una
mayor capacidad para acompañar a los jóvenes líderes»[133].
246. Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las características que ellos esperan
encontrar en un acompañante, y lo expresaron con mucha claridad: «Las cualidades de dicho
mentor incluyen: que sea un auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que
busque constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar activamente
las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con gentileza; que sea muy bondadoso, y
consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que
todo camino espiritual conlleva. Una característica especialmente importante en un mentor, es el
reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas
imperfectas, que se reconocen pecadores perdonados. Algunas veces, los mentores son puestos
sobre un pedestal, y por ello cuando caen provocan un impacto devastador en la capacidad de los
jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los mentores no deberían llevar a los jóvenes a ser
seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado, dejándoles ser los protagonistas de su
propio camino. Deben respetar la libertad que el joven tiene en su proceso de discernimiento y
ofrecerles herramientas para que lo hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en la
capacidad que tiene cada joven de poder participar en la vida de la Iglesia. Por ello, un mentor
debe simplemente plantar la semilla de la fe en los jóvenes, sin querer ver inmediatamente los
frutos del trabajo del Espíritu Santo. Este papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de la
vida consagrada, sino que los laicos deberían poder igualmente ejercerlo. Por último, todos estos
mentores deberían beneficiarse de una buena formación permanente»[134].
247. Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito comunitario de
acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando «tratan de acoger a
todos los jóvenes, independientemente de sus opciones religiosas, proveniencia cultural y
situación personal, familiar o social. De este modo la Iglesia da una aportación fundamental a la
educación integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo»[135]. Reducirían
indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para el ingreso de estudiantes o para
su permanencia en ellas, porque privarían a muchos jóvenes de un acompañamiento que les
ayudaría a enriquecer su vida.
[111] DF 123.
71
[112] La esencia del cristianismo, ed. Cristiandad, Madrid 2002, 17.
[113] N. 165: AAS 105 (2013), 1089.
[114] Discurso en la visita al Hogar Buen Samaritano en Panamá (27 enero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 16.
[115] DF 36.
[116] Cf. Const. ap. Veritatis gaudium (8 diciembre 2017), 4: AAS 110 (2018), 7-8.
[117] Discurso en el encuentro con los estudiantes y el mundo académico en Plaza San
Domenico de Bolonia (1 octubre 2017): AAS 109 (2017), 1115.
[118] DF 51.
[119] Ibíd., 47.
[120] Sermo 256, 3: PL 38, 1193.
[121] DF 47.
[122] Discurso a una delegación de “Special Olympics International” (16 febrero 2017):
L’Osservatore Romano (17 febrero 2017), p. 8.
[123] Carta a los jóvenes, VIII, 11-12: PG 31, 580.
[124] Conferencia Episcopal Argentina, Declaración de San Miguel, Buenos Aires 1969, X, 1.
[125] Rafael Tello, La nueva evangelización, Tomo II (Anexos I y II), Buenos Aires 2013, 111.
[126] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44-45: AAS 105 (2013), 1038-1039.
[127] DF 70.
[128] Ibíd., 117.
[129] Ibíd., 4.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 124: AAS 105 (2013), 1072.
[131] Ibíd., 122: 1071.
72
[132] DF 9.
[133] Documento de la Reunión pre-sinodal para la preparación de la XV Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24 marzo 2018), 12.
[134] Ibíd., 10.
[135] DF 15.
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