EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
Capítulo quinto
Caminos de juventud
134. ¿Cómo se vive la juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por el gran anuncio
del Evangelio? Es importante hacerse esta pregunta, porque la juventud, más que un orgullo, es
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un regalo de Dios: «Ser joven es una gracia, una fortuna»[71]. Es un don que podemos malgastar
inútilmente, o bien podemos recibirlo agradecidos y vivirlo con plenitud.
135. Dios es el autor de la juventud y Él obra en cada joven. La juventud es un tiempo bendito
para el joven y una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría, un canto de esperanza y
una bienaventuranza. Apreciar la juventud implica ver este tiempo de la vida como un momento
valioso y no como una etapa de paso donde la gente joven se siente empujada hacia la edad
adulta.
Tiempo de sueños y de elecciones
136. En la época de Jesús la salida de la niñez era un paso sumamente esperado en la vida, que
se celebraba y se disfrutaba mucho. De ahí que Jesús, cuando devolvió la vida a una «niña» (Mc
5,39), le hizo dar un paso más, la promovió y la convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle
«¡muchacha levántate!» (talitá kum) al mismo tiempo la hizo más responsable de su vida
abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La juventud, fase del desarrollo de la personalidad, está marcada por sueños que van
tomando cuerpo, por relaciones que adquieren cada vez más consistencia y equilibrio, por
intentos y experimentaciones, por elecciones que construyen gradualmente un proyecto de vida.
En este período de la vida, los jóvenes están llamados a proyectarse hacia adelante sin cortar con
sus raíces, a construir autonomía, pero no en solitario»[72].
138. El amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que
achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos estimula, nos lanza
hacia una vida mejor y más bella. La palabra “inquietud” resume muchas de las búsquedas de los
corazones de los jóvenes. Como decía san Pablo VI, «precisamente en las insatisfacciones que
los atormentan […] hay un elemento de luz»[73]. La inquietud insatisfecha, junto con el asombro
por lo nuevo que se presenta en el horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse a
sí mismos, a volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud que se despierta
especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier corazón que se mantiene
joven, disponible, abierto. La verdadera paz interior convive con esa insatisfacción profunda. San
Agustín decía: «Señor, nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse
en ti»[74].
139. Tiempo atrás un amigo me preguntó qué veo yo cuando pienso en un joven. Mi respuesta
fue que «veo un chico o una chica que busca su propio camino, que quiere volar con los pies, que
se asoma al mundo y mira el horizonte con ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y también
de ilusiones. El joven camina con dos pies como los adultos, pero a diferencia de los adultos, que
los tienen paralelos, pone uno delante del otro, dispuesto a irse, a partir. Siempre mirando hacia
adelante. Hablar de jóvenes significa hablar de promesas, y significa hablar de alegría. Los jóvenes tienen tanta fuerza, son capaces de mirar con tanta esperanza. Un joven es una promesa
de vida que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad; tiene la suficiente locura para poderse
autoengañar y la suficiente capacidad para poder curarse de la desilusión que pueda derivar de
ello»[75].
140. Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran seguir siendo
niños, o desean «una prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las
decisiones; el miedo a lo definitivo genera así una especie de parálisis en la toma de decisiones.
La juventud, sin embargo, no puede ser un tiempo en suspenso: es la edad de las decisiones y
precisamente en esto consiste su atractivo y su mayor cometido. Los jóvenes toman decisiones
en el ámbito profesional, social, político, y otras más radicales que darán una configuración
determinante a su existencia»[76]. También toman decisiones en lo que tiene que ver con el
amor, en la elección de la pareja y en la opción de tener los primeros hijos. Profundizaremos
estos temas en los últimos capítulos, referidos a la vocación de cada uno y a su discernimiento.
141. Pero en contra de los sueños que movilizan decisiones, siempre «existe la amenaza del
lamento, de la resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación”
[…]. Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y
estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no
encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle
subir a nuestra barca y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la
vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en
nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin
hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar si la realidad que los rodea
coincide con sus seguridades. Remen mar adentro, salgan de ustedes mismos»[77].
142. Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una
tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando
nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los
sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas.
Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de
cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos
en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o
porque tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y
volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza.
143. Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. No
confundan la felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. Tampoco se
conviertan en el triste espectáculo de un vehículo abandonado. No sean autos estacionados,
mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones. Arriesguen, aunque se equivoquen. No
sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen
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fuera los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan!
¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se
jubilen antes de tiempo.
Las ganas de vivir y de experimentar
144. Esta proyección hacia el futuro que se sueña, no significa que los jóvenes estén
completamente lanzados hacia adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un fuerte deseo de
vivir el presente, de aprovechar al máximo las posibilidades que esta vida les regala. ¡Este mundo
está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar los regalos de Dios?
145. Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir.
Es sano recordar lo que enseñaba un sabio del Antiguo Testamento: «Hijo, en la medida de tus
posibilidades trátate bien […]. No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). El verdadero
Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia encontramos también este consejo dirigido
a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […]. Aparta el mal
humor de tu pecho” (Qo 11,9-10). Porque es Dios quien «nos provee espléndidamente de todo
para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).
146. ¿Cómo podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus
pequeños regalos de cada día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y
agradables que encuentra a cada paso? Porque «nadie es peor del que se tortura a sí mismo» (Si
14,6). No se trata de ser un insaciable que siempre está obsesionado por más y más placeres. Al
contrario, porque eso te impedirá vivir el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y detenerte
para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida.
147. Está claro que la Palabra de Dios te invita a vivir el presente, no sólo a preparar el mañana:
«No se preocupen por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo; a cada día le basta con
lo suyo» (Mt 6,34). Pero esto no se refiere a lanzarnos a un desenfreno irresponsable que nos
deja vacíos y siempre insatisfechos, sino a vivir el presente a lo grande, utilizando las energías
para cosas buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y valorando cada pequeña alegría
de la vida como un regalo del amor de Dios.
148. En este sentido, quiero recordar que el cardenal Francisco Javier Nguyên Van Thuân,
cuando lo encerraron en un campo de concentración, no quiso que sus días consistieran sólo en
esperar y esperar un futuro. Su opción fue «vivir el momento presente colmándolo de amor»; y el
modo como lo practicaba era: «Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar
acciones ordinarias de manera extraordinaria»[78]. Mientras luchas para dar forma a tus sueños,
vive plenamente el hoy, entrégalo todo y llena de amor cada momento. Porque es verdad que
este día de tu juventud puede ser el último, y entonces vale la pena vivirlo con todas las ganas y
con toda la profundidad posible.
149. Esto incluye también los momentos duros, que deben ser vividos a fondo para llegar a
aprender su mensaje. Como enseñan los Obispos suizos: «Él está allí donde nosotros
pensábamos que nos había abandonado y que ya no había salvación alguna. Es una paradoja,
pero el sufrimiento, las tinieblas, se convirtieron, para muchos cristianos [...] en lugares de
encuentro con Dios»[79]. Además, el deseo de vivir y de experimentar se refiere en especial a
muchos jóvenes en condición de discapacidad física, mental y sensorial. Incluso si no siempre
pueden hacer las mismas experiencias que sus compañeros, tienen recursos sorprendentes e
inimaginables que a veces superan a los comunes. El Señor Jesús los llena con otros dones, que
la comunidad está llamada a valorar, para que puedan descubrir su plan de amor para cada uno
de ellos.
En amistad con Cristo
150. Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la
verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad
con Jesús.
151. La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el Señor nos va
puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado en los
momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable.
Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra
comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15).
152. La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el
paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un
amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy
diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y
hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza.
153. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo
siervos, los llamo amigos» (Jn 15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos elevados de tal
manera que somos realmente amigos suyos. Con el mismo amor que Él derrama en nosotros
podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la esperanza de que también ellos
encontrarán su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo[80]. Y si bien Él ya
está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él, ayudándole a construir su
Reino en este mundo, siendo sus instrumentos para llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su
amor a los demás (cf. Jn 15,16). Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con
Él. Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad: «Vengan
y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39).
Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.
154. La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace
silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro
lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide
que no lo abandonemos: «Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él
permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también
conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo
conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más
fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus
brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús
derrama en nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar «para
que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer»[81].
156. Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que
podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No
prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás
que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte
siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y
conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo
decía que «el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay
que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que
me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo»[82].
157. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un
sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu
Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada
mujer, en el corazón de cada uno […]. Lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para crecer
y para desarrollarse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él
–como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un
sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo
hace bailar»[83].
El crecimiento y la maduración
158. Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la fuerza física o
de la apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus capacidades y conocimientos, y así se
sienten más seguros. Algunos apuntan más alto, tratan de comprometerse más y buscan un
desarrollo espiritual. San Juan decía: «Les escribo jóvenes porque son fuertes, porque conservan
la Palabra de Dios» (1 Jn 2,14). Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de responderle con la
propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los corazones de los jóvenes. Para eso hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en
la santidad sólo con tus fuerzas y tu mente. Así como te preocupa no perder la conexión a
Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo,
escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer,
preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?»[84].
159. Espero que puedas valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que busques tu
crecimiento espiritual. Además de los entusiasmos propios de la juventud, también está la belleza
de buscar «la justicia, la fe, el amor, la paz» (2 Tm 2,22). Esto no significa perder la
espontaneidad, la frescura, el entusiasmo, la ternura. Porque hacerse adulto no implica
abandonar los mejores valores de esta etapa de la vida. De otro modo, el Señor podrá
reprocharte un día: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me
seguías por el desierto» (Jr 2,2).
160. Al contrario, incluso un adulto debe madurar sin perder los valores de la juventud. Porque en
realidad cada etapa de la vida es una gracia permanente, encierra un valor que no debe pasar.
Una juventud bien vivida permanece como experiencia interior, y en la vida adulta es asumida, es
profundizada y sigue dando frutos. Si es propio del joven sentirse atraído por lo infinito que se
abre y que comienza,[85] un riesgo de la vida adulta, con sus seguridades y comodidades, es
acotar cada vez más ese horizonte y perder ese valor propio de los años jóvenes. Pero debería
suceder lo contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa atracción, esa
apertura amplia, esa fascinación por una realidad que siempre es más. En cada momento de la
vida podremos renovar y acrecentar la juventud. Cuando comencé mi ministerio como Papa, el
Señor me amplió los horizontes y me regaló una renovada juventud. Lo mismo puede ocurrirle a
un matrimonio de muchos años, o a un monje en su monasterio. Hay cosas que necesitan
“asentarse” con los años, pero esa maduración puede convivir con un fuego que se renueva, con
un corazón siempre joven.
161. Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al
mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones de Dios que
te llama a desarrollar lo que vale. A veces, los complejos de inferioridad pueden llevarte a no
querer ver tus defectos y debilidades, y de ese modo puedes cerrarte al crecimiento y a la
maduración. Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero
también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su
Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más
fortaleza interior, más paz y alegría espiritual.
162. Pero te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos
significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay testimonios que son útiles para
estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría
alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros»[86]. Tú tienes que
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descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo que digan y opinen
los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso
soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que
deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En cambio, si copias,
privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que nadie más que tú podrá ofrecer. Recuerdo
que san Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual, escribía que cada uno tenía que aprovechar
sus consejos espirituales «según su modo»[87], porque el mismo Dios ha querido manifestar su
gracia «a unos en una manera y a otros en otra»[88].
Sendas de fraternidad
163. Tu desarrollo espiritual se expresa ante todo creciendo en el amor fraterno, generoso,
misericordioso. Lo decía san Pablo: «Que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor
de unos con otros, y en el amor para con todos» (1 Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese
“éxtasis” que es salir de ti mismo para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida.
164. Cuando un encuentro con Dios se llama “éxtasis”, es porque nos saca de nosotros mismos y
nos eleva, cautivados por el amor y la belleza de Dios. Pero también podemos ser sacados de
nosotros mismos para reconocer la belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza
como imagen de Dios e hijo del Padre. El Espíritu Santo quiere impulsarnos para que salgamos
de nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y busquemos su bien. Por lo tanto,
siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar nuestro amor en una vida comunitaria, compartiendo
con otros jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes. La Iglesia
ofrece muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad, porque todo es más fácil juntos.
165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti
mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón. Como
bien enseñaron los Obispos de Ruanda, «la reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en
él el esplendor de la imagen de Dios […]. En esta óptica, es vital distinguir al pecador de su
pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación. Esto significa que odies el mal
que el otro te inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen
de Dios en él»[89].
166. A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la
tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos,
lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes
de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía
comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.
167. Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente a esa alegría que se vive en
comunión fraterna, a ese gozo superior del que sabe compartir, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35) y «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). El amor fraterno
multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los
otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15). Que la espontaneidad y el impulso de
tu juventud se conviertan cada día más en la espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para
reaccionar siempre con perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un
proverbio africano dice: «Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina con
los otros». No nos dejemos robar la fraternidad.
Jóvenes comprometidos
168. Es verdad que a veces, frente a un mundo tan lleno de violencia y egoísmo, los jóvenes
pueden correr el riesgo de encerrarse en pequeños grupos, y así privarse de los desafíos de la
vida en sociedad, de un mundo amplio, desafiante y necesitado. Sienten que viven el amor
fraterno, pero quizás su grupo se convirtió en una mera prolongación de su yo. Esto se agrava si
la vocación del laico se concibe sólo como un servicio al interno de la Iglesia (lectores, acólitos,
catequistas, etc.), olvidando que la vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad
social y la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una
sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas
instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la
misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo.
169. Propongo a los jóvenes ir más allá de los grupos de amigos y construir la «amistad social,
buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad.
Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad
más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra.
Porque son incapaces de sentarse y hablar […]. Sean capaces de crear la amistad
social»[90]. No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos
pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las
diferencias para luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en
medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de
construir una paz que sea buena para todos, ese es el milagro de la cultura del encuentro que los
jóvenes pueden atreverse a vivir con pasión.
170. El Sínodo reconoció que «aunque de forma diferente respecto a las generaciones pasadas,
el compromiso social es un rasgo específico de los jóvenes de hoy. Al lado de algunos
indiferentes, hay muchos otros dispuestos a comprometerse en iniciativas de voluntariado,
ciudadanía activa y solidaridad social, que hay que acompañar y alentar para que emerjan los
talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivar que asuman
responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una
ocasión fundamental para descubrir o profundizar la fe y discernir la propia vocación […]. Se
señaló también la disponibilidad al compromiso en el campo político para la construcción del bien común»[91].
171. Hoy, gracias a Dios, los grupos de jóvenes en parroquias, colegios, movimientos o grupos
universitarios suelen salir a acompañar ancianos y enfermos, o visitan barrios pobres, o salen
juntos a auxiliar a los indigentes en las llamadas “noches de la caridad”. Con frecuencia ellos
reconocen que en estas tareas es más lo que reciben que lo que dan, porque se aprende y se
madura mucho cuando uno se atreve a tomar contacto con el sufrimiento de los otros. Además,
en los pobres hay una sabiduría oculta, y ellos, con palabras simples, pueden ayudarnos a
descubrir valores que no vemos.
172. Otros jóvenes participan en programas sociales orientados a la construcción de casas para
los que no tienen techo, o al saneamiento de lugares contaminados, o a la recolección de ayudas
para los más necesitados. Sería bueno que esa energía comunitaria se aplicara no sólo a
acciones esporádicas sino de una manera estable, con objetivos claros y una buena organización
que ayude a realizar una tarea más continuada y eficiente. Los universitarios pueden unirse de
manera interdisciplinar para aplicar su saber a la resolución de problemas sociales, y en esta
tarea pueden trabajar codo a codo con jóvenes de otras Iglesias o de otras religiones.
173. Como en el milagro de Jesús, los panes y los peces de los jóvenes pueden multiplicarse (cf.
Jn 6,4-13). Igual que en la parábola, las pequeñas semillas de los jóvenes se convierten en árbol
y cosecha (cf. Mt 13,23.31-32). Todo ello desde la fuente viva de la Eucaristía, en la cual nuestro
pan y nuestro vino se transfiguran para darnos Vida eterna. Se les pide a los jóvenes una tarea
inmensa y difícil. Con la fe en el Resucitado, podrán enfrentarla con creatividad y esperanza, y
ubicándose siempre en el lugar del servicio, como los sirvientes de aquella boda, sorprendidos
colaboradores del primer signo de Jesús, que sólo siguieron la consigna de su Madre: «Hagan lo
que Él les diga» (Jn 2,5). Misericordia, creatividad y esperanza hacen crecer la vida.
174. Quiero alentarte a este compromiso, porque sé que «tu corazón, corazón joven, quiere
construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas
partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y
fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por
favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro.
Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de
este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes
sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean
constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por
favor, no balconeen la vida, métanse en ella. Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no
balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús»[92]. Pero sobre todo, de una manera o de
otra, sean luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean protagonistas de la
revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo
consumista y superficial.
Misioneros valientes
175. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas
partes, con su propia vida. San Alberto Hurtado decía que «ser apóstoles no significa llevar una
insignia en el ojal de la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella,
transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser
la luz [...]. El Evangelio [...] más que una lección es un ejemplo. El mensaje convertido en vida
viviente»[93].
176. El valor del testimonio no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué no hablar de
Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar
con Él, que nos hace bien meditar sus palabras? Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a
compartir sólo las cosas malas o superficiales. Ustedes sean capaces de ir contracorriente y
sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. Ojalá puedan sentir en el corazón el
mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio!» (1 Co 9,16).
177. «¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El
Evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más
cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo
a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más
indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su
amor»[94]. Y nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos encontremos y con
quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el
voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio. Así
es como el Señor se va acercando a todos. Y a ustedes, jóvenes, los quiere como sus
instrumentos para derramar luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y
entusiasmo.
178. No cabe esperar que la misión sea fácil y cómoda. Algunos jóvenes dieron su vida con tal de
no frenar su impulso misionero. Los Obispos de Corea expresaron: «Esperamos que podamos
ser granos de trigo e instrumentos para la salvación de la humanidad, siguiendo el ejemplo de los
mártires. Aunque nuestra fe es tan pequeña como una semilla de mostaza, Dios le dará
crecimiento y la utilizará como un instrumento para su obra de salvación»[95]. Amigos, no
esperen a mañana para colaborar en la transformación del mundo con su energía, su audacia y
su creatividad. La vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios, que
los quiere fecundos[96]. Porque «es dando como se recibe»[97], y la mejor manera de preparar
un buen futuro es vivir bien el presente con entrega y generosidad.
[71] S. Pablo VI, Alocución para la beatificación de Nunzio Sulprizio (1 diciembre 1963): AAS 56
(1964), 28.
[72] DF 65.
[73] Homilía en la Santa Misa con los jóvenes en Sídney (2 diciembre 1970): AAS 63 (1971), 64.
[74] Confesiones, I, 1, 1: PL 32, 661.
[75] Dios es joven. Una conversación con Thomas Leoncini, ed. Planeta, Barcelona 2018, 16-17.
[76] DF 68.
[77] Encuentro con los jóvenes en Cagliari (22 septiembre 2013): AAS 105 (2013), 904-905.
[78] Cinco panes y dos peces: un gozoso testimonio de fe desde el sufrimiento en la cárcel,
69
México 1999, 21.
[79] Conferencia Episcopal Suiza, Prendre le temps: pour toi, pour moi, pour nous (2 febrero
2018).
[80] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 23, art. 1.
[81] Discurso a los voluntarios de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (27 enero
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 17.
[82] S. Óscar Romero, Homilía (6 noviembre 1977): Su pensamiento, I-II, San Salvador 2000,
312.
[83] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en
Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (25 enero
2019), p. 6.
[84] Cf. Encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú, Santiago de Chile (17
enero 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 11.
[85] Cf. Romano Guardini, Le età della vita, en Opera omnia IV, 1, Brescia 2015, 209.
[86] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 11.
[87] Cántico Espiritual B, Prólogo, 2.
[88] Ibíd., XIV-XV, 2.
[89] Conferencia Episcopal de Ruanda, Carta de los Obispos católicos a los fieles durante el año
especial de la reconciliación en Ruanda, Kigali (18 enero 2018), 17.
[90] Saludo a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela en La Habana (20 septiembre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (25 septiembre 2015), p. 5.
[91] DF 46.
[92] Discurso en la Vigilia de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro (27 julio
2013): AAS 105 (2013), 663.
[93] Ustedes son la luz del mundo, Discurso en el Cerro San Cristóbal, Chile, 1940, en:
https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.
70
[94] Homilía en la Santa Misa de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro (28
julio 2013): AAS 105 (2013), 665.
[95] Conferencia Episcopal de Corea, Carta pastoral con motivo del 150 aniversario del martirio
durante la persecución Byeong-in (30 marzo 2016).
[96] Cf. Homilía en la Santa Misa para la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (27
enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanalen lengua española (1 febrero 2019), pp. 14-15.
[97] Oración “Señor, hazme un instrumento de tu paz”, atribuida a S. Francisco de Asís.
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