EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que
Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que
quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!
2. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado,
llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza,
los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la
esperanza.
3. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta Exhortación apostólica, es decir, una
carta que recuerda algunas convicciones de nuestra fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en
la santidad y en el compromiso con la propia vocación. Pero puesto que es un hito dentro de un
camino sinodal, me dirijo al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles,
porque la reflexión sobre los jóvenes y para los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Por
consiguiente, en algunos párrafos hablaré directamente a los jóvenes y en otros ofreceré
planteamientos más generales para el discernimiento eclesial.
4. Me he dejado inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo del año pasado.
No podré recoger aquí todos los aportes que ustedes podrán leer en el Documento final, pero he
tratado de asumir en la redacción de esta carta las propuestas que me parecieron más
significativas. De ese modo, mi palabra estará cargada de miles de voces de creyentes de todo el
mundo que hicieron llegar sus opiniones al Sínodo. Aun los jóvenes no creyentes, que quisieron
participar con sus reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
Capítulo primero
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
5. Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas Escrituras, donde varias veces se habla de los
jóvenes y de cómo el Señor sale a su encuentro.
En el Antiguo Testamento
6. En una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con
otros ojos. Por ejemplo, vemos que José era uno de los más pequeños de la familia (cf. Gn 37,2-
3). Sin embargo, Dios le comunicaba cosas grandes en sueños y superó a todos sus hermanos
en importantes tareas cuando tenía unos veinte años (cf. Gn 37-47).
7. En Gedeón, reconocemos la sinceridad de los jóvenes, que no acostumbran a edulcorar la
realidad. Cuando se le dijo que el Señor estaba con él, respondió: «Si Yahvé está con nosotros,
¿por qué nos ocurre todo esto?» (Jc 6,13). Pero Dios no se molestó por ese reproche y redobló la
apuesta por él: «Ve con esa fuerza que tienes y salvarás a Israel» (Jc 6,14).
8. Samuel era un jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba con él. Gracias al consejo de
un adulto, abrió su corazón para escuchar el llamado de Dios: «Habla Señor, que tu siervo
escucha» (1 S 3,9-10). Por eso fue un gran profeta que intervino en momentos importantes de su
patria. El rey Saúl también era un joven cuando el Señor lo llamó a cumplir su misión (cf. 1 S 9,2).
9. El rey David fue elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta Samuel estaba buscando al
futuro rey de Israel, un hombre le presentó como candidatos a sus hijos mayores y más
experimentados. Pero el profeta dijo que el elegido era el jovencito David, que cuidaba las ovejas
(cf. 1 S 16,6-13), porque «el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón» (v. 7). La
gloria de la juventud está en el corazón más que en la fuerza física o en la impresión que uno
provoca en los demás.
10. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a Dios: «Soy un joven
muchacho y no sé por dónde empezar y terminar» (1 R 3,7). Sin embargo, la audacia de la
juventud lo movió a pedir a Dios la sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió
al profeta Jeremías, llamado a despertar a su pueblo siendo muy joven. En su temor dijo: «¡Ay
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Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jr 1,6). Pero el Señor le pidió que
no dijera eso (cf. Jr 1,7), y agregó: «No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para
librarte» (Jr 1,8). La entrega del profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se
unen la frescura de la juventud y la fuerza de Dios.
11. Una muchachita judía, que estaba al servicio del militar extranjero Naamán, intervino con fe
para ayudarlo a curarse de su enfermedad (cf. 2 R 5,2-6). La joven Rut fue un ejemplo de
generosidad al quedarse con su suegra caída en desgracia (cf. Rt 1,1-18), y también mostró su
audacia para salir adelante en la vida (cf. Rt 4,1-17).
En el Nuevo Testamento
12. Cuenta una parábola de Jesús (cf. Lc 15,11-32) que el hijo “más joven” quiso irse de la casa
paterna hacia un país lejano (cf. vv. 12-13). Pero sus sueños de autonomía se convirtieron en
libertinaje y desenfreno (cf. v. 13) y probó lo duro de la soledad y de la pobreza (cf. vv. 14-16). Sin
embargo, supo recapacitar para empezar de nuevo (cf. vv. 17-19) y decidió levantarse (cf. v. 20).
Es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de volver a levantarse y dejarse
enseñar por la vida. ¿Cómo no acompañar al hijo en ese nuevo intento? Pero el hermano mayor
ya tenía el corazón avejentado y se dejó poseer por la avidez, el egoísmo y la envidia (cf. vv. 28-
30). Jesús elogia al joven pecador que retoma el buen camino más que al que se cree fiel pero no
vive el espíritu del amor y de la misericordia.
13. Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios
nos pide: «Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita
a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10)[1]. Y
cuando explica lo que es revestirse de esa juventud «que se va renovando» (v. 10) dice que es
tener «entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose
unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13). Esto
significa que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo que
avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye: «Por encima de todo
esto, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3,14).
14. Advirtamos que a Jesús no le caía bien que las personas adultas miraran despectivamente a
los más jóvenes o los tuvieran a su servicio de manera despótica. Al contrario, Él pedía: «que el
mayor entre ustedes sea como el más joven» (Lc 22,26). Para Él la edad no establecía privilegios,
y que alguien tuviera menos años no significaba que valiera menos o que tuviera menor dignidad.
15. La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a hermanos» (1 Tm 5,1), y
recomienda a los padres: «No exasperen a sus hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un
joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios,
atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y
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desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se
dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm
4,12).
16. Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean sumisos a los
ancianos» (1 P 5,5). La Biblia siempre invita a un profundo respeto hacia los ancianos, porque
albergan un tesoro de experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las
grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su corazón
guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos por falsos
espejismos. La palabra de un anciano sabio invita a respetar ciertos límites y a saber dominarse a
tiempo: «Exhorta igualmente a los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6). No hace
bien caer en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los demás por sus
años, o porque son de otra época. Jesús decía que la persona sabia es capaz de sacar del arcón
tanto lo nuevo como lo viejo (cf. Mt 13,52). Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre es
capaz de rescatar algo de la experiencia de los otros.
17. En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le recuerda los
mandamientos, dice: «Los he cumplido desde mi juventud» (10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú
eres mi esperanza Señor, mi confianza está en ti desde joven […] me instruiste desde joven y
anuncié hasta hoy tus maravillas» (71,5.17). No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo
buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la
juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva como el águila» (Sal 103,5).
Por eso san Agustín se lamentaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te
amé!»[2]. Pero aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los años le
quitaran los sueños, y prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
18. En cambio, en el Evangelio de Mateo aparece un joven (cf. Mt 19,20.22) que se acerca a
Jesús para pedir más (cf. v. 20), con ese espíritu abierto de los jóvenes, que busca nuevos
horizontes y grandes desafíos. En realidad su espíritu no era tan joven, porque ya se había
aferrado a las riquezas y a las comodidades. Él decía de la boca para afuera que quería algo
más, pero cuando Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera sus bienes, se dio cuenta de que
era incapaz de desprenderse de lo que tenía. Finalmente, «al oír estas palabras el joven se retiró
entristecido» (v. 22). Había renunciado a su juventud.
19. El Evangelio también nos habla de unas jóvenes prudentes, que estaban preparadas y
atentas, mientras otras vivían distraídas y adormecidas (cf. Mt 25,1-13). Porque uno puede pasar
su juventud distraído, volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar
relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida. De ese modo prepara un futuro
pobre, sin substancia. O uno puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y grandes, y así
prepara un futuro lleno de vida y de riqueza interior.
20. Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante
ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de
Resucitado el Señor te exhorta: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Lc 7,14).
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Sin duda hay muchos otros textos de la Palabra de Dios que pueden iluminarnos acerca de
esta etapa de la vida. Recogeremos algunos de ellos en los próximos capítulos.
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