EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
Capítulo cuarto
El gran anuncio para todos los jóvenes
111. Más allá de cualquier circunstancia, a todos los jóvenes quiero anunciarles ahora lo más
importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez.
Un Dios que es amor
112. Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no
importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la
vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado.
113. Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor, tu padre de la tierra
quizás fue lejano y ausente o, por el contrario, dominante y absorbente. O sencillamente no fue el
padre que necesitabas. No lo sé. Pero lo que puedo decirte con seguridad es que puedes
arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y que te la da a
cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo sentirás que Él respeta hasta el
fondo tu libertad.
114. En su Palabra encontramos muchas expresiones de su amor. Es como si Él hubiera buscado
distintas maneras de manifestarlo para ver si con alguna de esas palabras podía llegar a tu
corazón. Por ejemplo, a veces se presenta como esos padres afectuosos que juegan con sus
niños: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan
a un niño contra su mejilla» (Os 11,4).
A veces se presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos, con
un amor entrañable que es incapaz de olvidar o de abandonar: «¿Acaso olvida una mujer a su
niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no
te olvidaré» (Is 49,15).
Hasta se muestra como un enamorado que llega a tatuarse a la persona amada en la palma de
su mano para poder tener su rostro siempre cerca: «Míralo, te llevo tatuado en la palma de mis
manos» (Is 49,16).
Otras veces destaca la fuerza y la firmeza de su amor, que no se deja vencer: «Los montes se
correrán y las colinas se moverán, pero mi amor no se apartará de tu lado, mi alianza de paz no
vacilará»(Is 54,10).
O nos dice que hemos sido esperados desde siempre, porque no aparecimos en este mundo por
casualidad. Desde antes que existiéramos éramos un proyecto de su amor: «Yo te amé con un
amor eterno; por eso he guardado fidelidad para ti» (Jr 31,3).
O nos hace notar que Él sabe ver nuestra belleza, esa que nadie más puede reconocer: «Eres
precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo» (Is 43,4).
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O nos lleva a descubrir que su amor no es triste, sino pura alegría que se renueva cuando nos
dejamos amar por Él: «Tu Dios está en medio de ti, un poderoso salvador. Él grita de alegría por
ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17).
115. Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus
manos. Por eso te presta atención y te recuerda con cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo
de Dios: su memoria no es un “disco duro” que registra y almacena todos nuestros datos, su
memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier
vestigio del mal»[63]. No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a
aprender algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio
dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en
sus brazos de amor.
116. Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no
humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor
de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de
levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de
condenar, de futuro que de pasado»[64].
117. Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te presenta la vida,
espera que le des un espacio para poder sacarte adelante, para promoverte, para madurarte. No
le molesta que le expreses tus cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no
te abras con sinceridad al diálogo con Él. Cuenta la Biblia que Jacob tuvo una pelea con Dios (cf.
Gn 32,25-31), y eso no lo apartó del camino del Señor. En realidad, es Él mismo quien nos
exhorta: «Vengan y discutamos» (Is 1,18). Su amor es tan real, tan verdadero, tan concreto, que
nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo. ¡Finalmente, busca el abrazo de tu
Padre del cielo en el rostro amoroso de sus valientes testigos en la tierra!
Cristo te salva
118. La segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus
brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el
extremo:
«Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo:
«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar,
porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior,
del aislamiento»[65]. Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca
olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra
vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos
permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que
siempre puede devolvernos la alegría»[66].
120. Nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos
hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama puede ser salvado.
Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas
nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero
es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere
escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones
y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos
y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es
capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar»[67].
121. Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir
con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la
Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que
recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos
imaginarlo: «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
122. Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre
preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por
favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones
ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes,
fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una
subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece
Jesús»[68].
123. Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te
acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa.
Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer,
una y otra vez.
¡Él vive!
124. Pero hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive! Hay que volver a
recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Eso no
nos serviría de nada, nos dejaría iguales, eso no nos liberaría. El que nos llena con su gracia, el
que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos consuela es alguien que vive. Es
Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso decía san Pablo:
«Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes» (1 Co 15,17).
125. Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de
luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará, tal como lo
prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él lo llena
todo con su presencia invisible, y donde vayas te estará esperando. Porque Él no sólo vino, sino
que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar hacia un horizonte siempre nuevo.
126. Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que triunfó. Mataron al
santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última palabra. En tu vida el mal
tampoco tendrá la última palabra, porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador
vive.
127. Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de
que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar
para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el
eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las formas de muerte y de
violencia que acechan en el camino.
128. Cualquier otra solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo durante un tiempo, y
de nuevo nos encontraremos desprotegidos, abandonados, a la intemperie. Con Él, en cambio, el
corazón está arraigado en una seguridad básica, que permanece más allá de todo. San Pablo
dice que él quiere estar unido a Cristo para «conocer el poder de su resurrección» (Flp 3,10). Es
el poder que se manifestará una y otra vez también en tu existencia, porque Él vino para darte
vida, «y vida en abundancia» (Jn 10,10).
129. Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te dejas encontrar por el
Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con
Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la
experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana. Esa es también la experiencia que
podrás comunicar a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[69].
El Espíritu da vida
130. En estas tres verdades –Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive– aparece el Padre Dios y
aparece Jesús. Donde están el Padre y Jesucristo, también está el Espíritu Santo. Es Él quien
está detrás, es Él quien prepara y abre los corazones para que reciban ese anuncio, es Él quien
mantiene viva esa experiencia de salvación, es Él quien te ayudará a crecer en esa alegría si lo
dejas actuar. El Espíritu Santo llena el corazón de Cristo resucitado y desde allí se derrama en tu
vida como un manantial. Y cuando lo recibes, el Espíritu Santo te hace entrar cada vez más en el
corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza.
131. Invoca cada día al Espíritu Santo, para que renueve constantemente en ti la experiencia del
gran anuncio. ¿Por qué no? No te pierdes nada y Él puede cambiar tu vida, puede iluminarla y
darle un rumbo mejor. No te mutila, no te quita nada, sino que te ayuda a encontrar lo que
necesitas de la mejor manera. ¿Necesitas amor? No lo encontrarás en el desenfreno, usando a
los demás, poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de una manera que verdaderamente
te hará feliz ¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos, gastando dinero, corriendo
desesperado detrás de cosas de este mundo. Llegará de una forma mucho más bella y
satisfactoria si te dejas impulsar por el Espíritu Santo.
132. ¿Buscas pasión? Como dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o déjate enamorar), porque
«nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera
definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando
su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces
con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que
rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el
amor! Todo será de otra manera».[70] Este amor a Dios que toma con pasión toda la vida es
posible gracias al Espíritu Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
133. Él es el manantial de la mejor juventud. Porque el que confía en el Señor «es como un árbol
plantado al borde de las aguas, que echa sus raíces en la corriente. No temerá cuando llegue el
calor y su follaje estará frondoso» (Jr 17,8). Mientras «los jóvenes se cansan y se fatigan» (Is
40,30), a los que esperan confiados en el Señor «Él les renovará las fuerzas, subirán con alas de
águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31).
[63] Homilía en la Santa Misa para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia (31 julio
2016): AAS 108 (2016), 923.
[64] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en
Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (25 enero
2019), p. 7.
[65] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 1: AAS 105 (2013), 1019.
[66] Ibíd., 3: 1020.
[67] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en
Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero
2019), p. 13.
[68] Discurso en el encuentro con los jóvenes durante el Sínodo (6 octubre 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 octubre 2018), pp. 6-7.
[69] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 1: AAS 98 (2006), 217.
[70] Pedro Arrupe, Enamórate
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