“LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS, en palabras del Papa
Francisco tiene dos significados que están relacionados. Por una parte la
comunión de las cosas santas y entre las personas santas, pero también existe
una comunión de vida entre los que creemos en Cristo y nos hemos incorporado a
Él en la Iglesia por el bautismo.
Hemos de redescubrir la belleza de la fe en la comunión
de los santos. Una realidad que nos concierne mientras somos peregrinos en el
tiempo, y en la cual, con la gracia de Dios, viviremos para siempre.
Nuestra fe necesita el apoyo de los demás, especialmente
en tiempos difíciles. Y si estamos unidos en la fe, la fe es fuerte. Hay que
confiar en Dios, a través de la oración, y al mismo tiempo es importante
encontrar el valor y la humildad para estar abierto a los demás en busca de
ayuda y pedir una mano. Comunión significa que somos una gran familia, donde
todos los componentes ayudarán y se apoyarán mutuamente.”
Esto lo hago yo extensible a nuestra pequeña comunidad
orante. Veo el valor y la humildad en las miradas, en los gestos, en las palabras
de aliento, cuando las dificultades arrecian en nuestras respectivas vidas. Veo
la alegría sincera, cuando se supera un problema o la disponibilidad en la
ayuda generosa en cuanto alguien
muestra una necesidad.
Superar las trabas para juntarnos, para compartir un
tiempo de desahogo, de confidencia, es nuestra riqueza mayor, pues nos hace
comunidad, aún en la dispersión de tiempos y espacios. Somos “compañeros de
hombro”, puestos unos junto a otro, para sostenernos, para avanzar, para crecer.
Por eso, publicanos, pecadores, gentiles. Por eso mismo,
firmes en la fe.
Por eso, también, traigo el ejemplo de LOS SANTOS Y LOS
MÁRTIRES, como espejos limpios donde podemos y debemos reflejarnos.
A todos los mártires cristianos, religiosos o laicos, que
dieron su vida, por la fe, durante la persecución religiosa del siglo XX en
España, les recuerda la Iglesia, cada 6 de noviembre. Este día, la liturgia
pide al Señor que nuestros mártires “nos den la fortaleza necesaria para
confesar con firmeza tu verdad”.
En este año de la fe su intercesión es especialmente
necesaria.
LA PALABRA:
1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. 2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. 3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. 4 Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. 5 Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». 6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». 8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». 9 Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, 10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
El Evangelio nos permite
reconocer cómo Jesús nos mira y cómo podemos llegar a ver con la mirada de
Jesús.
Zaqueo es jefe de Publicanos,
muy rico y, a los ojos de los Fariseos, un gran pecador. Sin embargo, Jesús, lo
ve con otros ojos: sabe bien que es pecador, pero sabe también que el Padre le
ha enviado a buscar a los que estaban perdidos.
En la mirada de Jesús, brilla la
Misericordia del Padre.
La fuerza del amor que
Jesucristo nos trae es mayor que el pecado del hombre.
Y ahí está la clave de nuestra
historia de redención. La fuerza del amor. Sobre ella se construye la obra de
Dios que perdura en el tiempo pese a los hombres.
Dios nos creó libres, para hacer
el bien o el mal y en nuestra decisión cimentamos la relación que creamos con
los demás.
Por esta razón, como tellistas,
hemos de perseverar en la comunión y el amor con los necesitados/hermanos/prójimos.
¡AMÉN!
Jesús pidió a Zaqueo hospedarse
en su casa. Ofrezcámosle la nuestra.
Saldremos ganando. Un abrazo. P. Alberto Busto
Saldremos ganando. Un abrazo. P. Alberto Busto
Zaqueo. Hoy las lecturas y la liturgia de la misa nos invitan a la
alegría. Reza con alegría el que ha
entendido que el cristianismo no es tanto una lista de dogmas, o un catálogo de
deberes, ni una organización de instituciones, sino –como lo entendió la
primera comunidad- la “buena noticia”. Y una buena noticia se celebra.
¿Cuál es esa “buena noticia”’? Muy
sencillo: caer en la cuenta de que Dios nos ama. Cuando nos aburren los
periódicos, los telediarios, las revistas
con sus páginas negras, abrimos hoy, domingo, el Libro de la
Sabiduría y leemos: “Te
compadeces de todos, Señor, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los
pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no
odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías
creado. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”.
Estamos celebrando la vida. El salmo
que sigue a esta primera Lectura de hoy insiste en el mismo tema: “El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso
con todas sus criaturas”.
Y
llegamos al evangelio. San Lucas nos cuenta que en aquel tiempo, cuando Jesús
atravesaba la ciudad de Jericó, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y
rico, trataba de distinguir quién era Jesús. La gente se lo impedía porque
aquel publicano rico era un fruto irremediablemente dañado que había que
eliminar y tirar a la basura. Entonces Zaqueo se subió a un árbol porque era
bajo de estatura. Jesús le vio y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida porque hoy
tengo que alojarme en tu casa”.
Zaqueo
vive cerrado por el desprecio de los otros y por el propio egoísmo, sin
preocuparse mucho del límite entre lo lícito y los deshonesto. Jesús, que ha
venido a salvar lo que estaba perdido, se autoinvita a su casa..
Zaqueo,
que ya está tocado por la gracia, no lleva al huésped ilustre –como hacemos
nosotros- para que admire los cuadros, los muebles, las colecciones valiosas.
Desde el momento en que Cristo entra en su casa, se diría que al propietario
todo lo que tiene le fastidia, se convierte en un estrobo insoportable, en un
impedimento para “ver” al Maestro.
Acoger a Dios significa desembarazarse de los
ídolos. Zaqueo, puesto en pie, le dice
como saludo a Jesús: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los
pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.
El
amor de Jesús a Zaqueo hace que éste empiece también a amar a los demás. Su
mirada atrofiada por el egoísmo, se ha curado. Ya no ve a los demás como
individuos a explotar. Ahora ve a los otros como hermanos. Y empieza, por primera
vez en su vida, a conjugar el verbo “compartir”. Comienza por primera vez a
usar las manos no para coger, sino para dar.
A
causa de las riquezas acumuladas, Zaqueo era un excomulgado, un separado. Ahora
se convierte en el hombre del encuentro. Y esto sucede, no lo olvidemos, porque
Alguien, primero, ha logrado “encontrarle a él”
Lo cantan a veces los niños en las misas
de Catequesis: “La misa es una fiesta muy alegre, la misa es una fiesta
con Jesús”. Y quien a Dios tiene nada la falta. Sólo Dios basta… para ser
feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario