martes, 17 de octubre de 2023

CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO DE MADRID (17OCT2023)

 




Madrid a 27 de septiembre de 2023


Queridos hermanos y hermanas:

Cuando me dirigí a todos vosotros el pasado 8 de julio en la misa en la que me acogisteis

como arzobispo de Madrid, os invité a un nuevo comienzo, agradecidos del camino ya

recorrido, y dispuestos a seguir avanzando y emprendiendo, porque a ello nos empuja en

cada momento el Espíritu Santo.

Esta carta que os presento con el título “abriéndonos a un nuevo comienzo”, tan sólo

pretende servir para dar un primer impulso en el inicio de curso a la tarea de escuchar

juntos, como comunidad diocesana que somos, la Palabra de Dios.

En ella he querido mostrar los principales ejes que, a la luz del camino que llevamos

recorrido, me parecen que son los que el Señor nos invita a potenciar, desarrollar y cuidar

prioritariamente entre todos. Son pistas para la oración y para favorecer el diálogo. Son

como las guías para seguir levantando la tienda que vislumbramos que el Señor nos propone

levantar en esta porción del pueblo de Dios que hoy por hoy peregrina en Madrid.

Es una semilla, sencilla y pequeña, que, si la sabemos cultivar, con la ayuda de Dios, confío

en que podrá dar abundantes frutos de conversión, personal y pastoral, en cada uno de

nosotros y en todas las realidades que forman la gran familia de la archidiócesis de Madrid.

Con el deseo de que os ayude os envío un saludo y mi bendición.


 José Cobo Cano

ARZOBISPO DE MADRID



ABRIÉNDONOS A UN NUEVO COMIENZO:

Pistas para el inicio del curso pastoral 2023-24

La Iglesia necesita siempre, en cada momento y en cada etapa, emprender nuevos caminos, porque precisa considerar su adhesión a Cristo, renovar con humildad su ser «sierva» del Señor y aprender a ser levadura en medio de la masa, para anunciar que el reino de Dios ya está entre nosotros. En esta lógica de conversión caminamos en cada momento y en especial en esta etapa de la vida diocesana.

Este curso pastoral es un momento singular en el que nos abrimos a un nuevo comienzo. Un comienzo que se apoya en comienzos de otros que han sembrado antes. (Por eso, habremos de incorporar todo lo que hemos reflexionado anteriormente en diversos consejos diocesanos y en las conclusiones de la fase diocesana sinodal). Un comienzo que, como todo lo que viene del amor de Dios, no tiene fin y a todos nos abraza.

Cuando iniciamos un curso parece que llegan oportunidades nuevas, que se abren nuevos retos. Pero al tiempo llegan viejos cansancios o recurrentes tentaciones de vivir el tiempo que Dios nos regala como aquel viejo empleado que enterró el talento recibido.

Este que iniciamos es una gran oportunidad para comenzar de nuevo, al estilo de este Padre bueno en cuya paciencia descansamos y que, como dice la carta de Pedro «su paciencia es nuestra salvación» (2 Pe 3,15). Por eso os animo a que, antes que nada, escuchemos juntos la Palabra de Dios. Una escucha no sólo personal, sino también comunitaria. En concreto, os propongo el pasaje del evangelio proclamado en la Eucaristía con la que inicié mi ministerio como arzobispo; siento que puede ser una propuesta que nos ayudará para caminar juntos en este curso.


Permitidme que os ofrezca algunas claves para la lectura personal y comunitaria de este texto. Como podréis comprobar, son las líneas que quise presentar en la homilía del pasado 8 de julio. Espero que nos puedan servir para iluminar este nuevo arranque en la vida diocesana.

No se trata de definir acciones ni tareas concretas, sino que nos planteemos actitudes del corazón que posibilitarán luego proyectos para este nuevo comienzo. Como bien sabéis, la conversión, también la pastoral, nace de acoger una invitación de Dios a cambiar de mentalidad (metanoia), a cambiar, por tanto, de actitud ante la realidad que tenemos delante. Una realidad que el Señor nos invita a transformar e iluminar a base de sembrar la semilla del Reino de Dios, el evangelio de Jesús.

Por eso propongo dejar que suenen estos textos para que los podáis orar y compartir juntos en comunidad intentando acogerlos también desde la clave diocesana, Iglesia particular en la que nos insertamos.


TEXTO 1

Ezequiel. 34, 11-16


Esto dice el Señor:

«Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones.

Sacaré a mis ovejas de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las llevaré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país. Las apacentaré en pastos escogidos, tendrán sus majadas en los montes más altos de Israel; se recostarán en pródigas dehesas y pacerán pingües pastos en los montes de Israel.

Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar —oráculo del Señor Dios—.

Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia».


TEXTO 2

Lucas. 4, 16-22


En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura.

Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de

gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».


Te propongo dos cuestiones para preguntarte, orar y compartirlas con tus hermanos:


1.-Tras orar cada texto: ¿cómo se manifiesta esta Palabra entre nosotros, en tu entorno eclesial y en lo que conoces de la diócesis de Madrid? ¿Qué experiencias o llamadas te vienen al corazón, en las que ves que esta Palabra se cumple hoy?

2.- ¿Cómo, desde lo escuchado, piensas que el Señor nos invita, a cada cristiano y a cada comunidad para dar pasos nuevos de comunión y de construcción del proyecto que Dios tiene sobre nosotros como Iglesia en Madrid?

Desde la escucha y la acogida de los textos, ahora te presento unas pistas y claves de lectura que pueden iluminar este tiempo.

1.-Hoy «se cumple esta escritura que acabáis de oír». Este es el tiempo propicio, sin aplazamientos ni esperas. ¿Tenemos necesidad de acoger este tiempo nuestro como reto y como ámbito de Dios en el que escuchar y proponer el Evangelio?

Un día de comienzo, como lo es nuestra etapa, Jesús se presenta en la sinagoga consciente de su identidad. Se siente Hijo, amado, ungido por el Espíritu Santo, sostenido por el amor de su Padre.

Sabe que ha de comenzar a proclamar la salvación para todos sin excepción, especialmente a los que sufren, a los empobrecidos que el Evangelio identifica con los humildes y los que confían en Dios.

Él conocía de primera mano que había sed de sentido y de vida plena en su pueblo. Como la que siglos antes había señalado el profeta Ezequiel, después de la destrucción del templo. Con ojos de profeta, Ezequiel se dio cuenta de que no pocos perdieron la fe, y recibe la misión de predicar la esperanza en tiempos en que no se veían claros los signos de Dios. Con la fuerza del Espíritu supo animar al Pueblo y ayudar a desvelar lentamente cómo Dios estaba presente. Les hizo caer en la cuenta de que esa presencia no se daba en los lugares y momentos dónde todos creía no esperaban, sino en los procesos que las personas emprendían, en las búsquedas de otros y entre las salidas a buscar a las ovejas perdidas. Así, el profeta, en medio de secarrales y de llanuras de huesos secos, pudo enseñar a descubrir brotes de esperanza donde otros solo veían desolación.

Mucho después, en tiempos complicados, es el mismo Jesús quien hace suya la voz de otro profeta, pero la hace nueva. La articula, injertando en la palabra recibida su propia entrega, con su muerte y su resurrección. Y es esa voz, viva y sostenida por la fe, la que nos llega hoy, proclamada por la vida de tantos y tantas que la han reverberado hasta hacerla llegar aquí. Una cadena sagrada donde quiero incorporar mi servicio y en la que todos estamos invitados a poner juntos voz a la Voz del Señor.

Jesús comenzó en un día concreto y ante unos discípulos concretos. Se levantó y desveló: «Yo soy el ungido, el enviado para anunciar la salvación y el año de gracia y perdón del Señor».

Eso significa Cristo: el ungido. Y eso significa ser cristiano: ser ungido por el mismo Espíritu para ser portador de esta voz, y hacerla viva y actuante.

2.- Ser cristiano es dejar que lo que el Espíritu hace en Jesús lo haga en todos nosotros, en su cuerpo, en su Iglesia. Somos sus ungidos y sus cristianos desde el don del bautismo, para que siga sonando el evangelio y, con su gracia, se siga realizando entre nosotros.

En este comienzo también nosotros podremos poner voz a la Voz de Cristo. Nuestra tarea será hacer que nuestra voz coral, entrelazada, suene a Cristo, que dice la verdad de Dios, que nos ofrece su alegría y que actúa al pie de cada cruz, y allí fija nuestro puesto como Iglesia.

Cada paso que demos debemos hacerlo como Cristo, para que nuestra voz brote, como la suya, de su vida y de su mensaje.

Y, aunque siempre estemos tentados, nunca supliremos su presencia, ni nos pondremos delante de Él.

Tendremos que cambiar lenguajes, ajustar fórmulas pastorales a este momento, es verdad. No vale lo de siempre. El cambio de época lo requiere para anunciar la fascinación del evangelio a una ciudad sedienta de él.



Ejes pastorales para una nueva etapa

Como ungidos y llamados tendremos la necesidad de preparar el corazón para acoger estos ejes de comunión y de esfuerzo entre todos. Cada uno sabe qué necesita para caminar a este paso y qué elementos ha de animar para ayudar a que otros lo consigan. Se trata de ponernos en actitud de conversión y descubrirlas actitudes que necesitamos para posibilitarla.

Línea 1: Ahondar en la vocación bautismal. Profundizaren la identidad de cada vocación, especialmente la laical, como vocación discipular y misionera.

Es una llamada a redescubrir la vocación de cada uno, ahondando en la identidad bautismal que tanto necesitamos. Todo lo que nos ayude a revitalizar el bautismo significa descubrir que cada uno tiene un puesto especial en la Iglesia, redescubrir la vocación a la que hemos sido convocados y renovar nuestro puesto en el proyecto de Dios sobre esta Iglesia concreta que camina en Madrid. Cada uno y cada una habita una vocación que se teje en el conjunto y que, en este tiempo, Dios puede hacerla nueva y eclesial.

Para ello insistiremos en los procesos formativos comunes que ya tenemos en la diócesis y prepararemos todo cuanto se necesite para implementar la formación diocesana para los agentes de pastoral, en los procesos de iniciación cristiana y en la necesaria re-iniciación de muchos que alguna vez la recibieron.


Línea 2: Potenciar la vida y el dinamismo de las parroquias y comunidades cristianas, impulsando a las más débiles y acentuando la diocesaneidad.

Nuestro puesto es ser testigos de la voz de Cristo, no fragmentarios sino comunitarios. No parcelarios, sino eclesiales, aprendiendo a empastar nuestras vidas y comunidades para que suenen a Cristo.

Por eso, y como en cada comienzo, recogemos otros comienzos que otros hicieron, cuando recuperamos el amor primero.

Se abre una ocasión especial para re-enamorarnos de la Iglesia, de esta Iglesia, buscando su belleza y la vitalidad que Cristo le da al habitarla y seguir dando la vida por ella. No es solo ser Iglesia sino amar estar en la Iglesia.

Amar a nuestra Iglesia no por lo que queremos que sea, sino por lo que es. Y amarla desde dentro, sabiendo que su barro es nuestro barro y que su luz es la del Espíritu.

 «Amar a la Iglesia tal y como es significa aceptarla con sus imperfecciones y trabajar para mejorarla desde adentro» dice el Papa Francisco. 

Si no despertamos este enamoramiento, nuestro testimonio será solo nuestro. Si no renovamos este amor, nuestra fe será solo para nosotros o «los nuestros», pero no será instrumento del Reino de Dios hacia quien Dios desea acudir.

Al escuchar el texto de Lucas recibimos la noticia: «Hoy se cumple este evangelio», y esto es posible al atrevernos a responder, cada uno con su tono, pero todos en la sinfonía comunitaria que pone el Espíritu.

Este inicio de curso, en el marco de un sínodo en la Iglesia, nos abre una ocasión especial para hacer vibrar la vida de nuestras comunidades. Las aportaciones sinodales, el instumentum laboris y el eje comunión - misión - participación nos ayudará a que estemos atentos a los pasos que se nos propongan.

Eso nos preparará el corazón para crecer en la conciencia y la experiencia de pertenencia a la iglesia diocesana como experiencia originaria, sabiendo que cada realidad de la diócesis necesita de las demás y ninguna puede agotar todo su ser.

Caminar en diocesaneidad es abrirnos a la docilidad de que sea el Espíritu quien armonice nuestra diversidad y no cada uno de nosotros, o tal o cual grupo.

Primero, podremos hacerlo acogiendo y sosteniendo el don de las comunidades, parroquias y realidades que Dios ha sembrado. Hemos de valorar e impulsar el testimonio concreto y capilar de estas comunidades significativas, silenciosa levadura, sal y tenue luz del Reino.

Tenemos el reto de impulsar las comunidades y parroquias en torno a la misión, para ser comunidades que remitan a Dios, hogares samaritanos de encuentro y sanación y, que proclamen la belleza del evangelio. El impulso de la vida comunitaria será una oportunidad de ahondar en la corresponsabilidad y en los dinamismos sinodales.

La imprescindible revitalización de los consejos, en sus diferentes niveles (parroquial, económico, arciprestal, de vicaría, presbiteral, pastoral...) y la renovación de las responsabilidades en las comunidades serán, por tanto, un nuevo reto.

En segundo lugar, os invito, para ser voz de la Voz de Dios, a seguir ahondando en identidad diocesana en cuanto somos y hacemos. 

Acoger a un obispo remite a la apostolicidad de la fe. Jesús constituye su Iglesia poniendo como pilar al colegio apostólico. Por eso este es un buen momento para que reavivemos nuestra conciencia diocesana, inserta en la Iglesia universal.

Sonar juntos a Cristo es dejar que cada paso particular lleve la semilla católica, antes que nuestras seguridades particulares.

Es poner nuestra pertenencia, no en segundo lugar, en puestos paralelos a cuanto hacemos para cuando «no llegamos a más», sino como raíz de nuestra identidad.

La diocesaneidad armoniza la diversidad cuando dejamos que actúe el Espíritu Santo, que es quien une en la diversidad. Es la clave de la Eucaristía. Como a los apóstoles en Pentecostés, Madrid, nuestra ciudad y nuestros pueblos, necesitan escucharnos juntos, cada uno en su propia lengua, pero a una voz.

Por eso buscaremos hablarnos y escucharnos no solo los iguales sino unos y otros, los distintos, para escuchar lo que el Espíritu dice en los que no son como nosotros. 

Necesitamos hablar y escuchar bajo el cantus firmus de la misión común a la que el Espíritu nos convoca juntos.


Línea 3: Ahondar en la escucha de la Palabra para señalar el paso de Dios a nuestros hermanos.

Ya decía san Juan XXIII que no es el evangelio el que cambia, somos nosotros quienes le entendemos mejor en cada momento.

Por eso nuestra fortaleza es poder reconocer por dónde se va realizando este evangelio en cada momento y en cada lugar.

Necesitamos «notarios» de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros, que ayuden a reconocer estos lugares, personas, acontecimientos y signos de Dios.

No pretenderemos tener siempre la razón, ni presumiremos del poder de los números, ni identificaremos el evangelio con ninguna ideología o realización humana. No queremos quedarnos añorando tiempos mejores pasados, sino consagrarnos con ilusión a un futuro por hacer, con la convicción de que el evangelio apunta a un plus de verdad que no se va a encontraren ningún otro ámbito. Pero tampoco queremos entretenernos en condenas, reproches o descalificaciones a los demás.

Queremos reservar nuestras energías para entregarnos con toda pasión al anuncio de la alegría del evangelio. Con el evangelio orado y meditado en el corazón tendremos que seguir señalando, como ya tantos hacéis, lugares concretos por donde anda Dios en Madrid. Las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia son los rincones donde están los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos hacia los que somos enviados como Iglesia samaritana que lleva un precioso tesoro en frágiles recipientes de barro. Cada pesebre y cada cruz es nuestra matriz. Los pobres son criterio segurode discernimiento y quienes juzgan cada uno de nuestros pasos, como Cristo ha dicho. Sin ellos no hay camino.


Línea 4.- Miramos a la sociedad como misión a la que Dios nos convoca desde la misericordia.

Siempre queremos que esta voz de Dios, de la que somos portadores, llegue a las ciudades y pueblos y a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad quieran escucharla. Nuestra Iglesia quiere mirar a nuestra sociedad madrileña. A los que desde tantos espacios trabajan en ella en los ámbitos culturales, políticos, sociales y económicos.

No queremos encerrarnos sino seguir colaborando como cristianos en el ámbito público y aportar nuestra voz al desarrollo integral de nuestras gentes. Vivimos una rápida y vertiginosa transformación en todos los sentidos. Eso supone desafíos para todos.

La Iglesia en Madrid quiere trabajar por el bien común, crear alianzas y coaliciones que resistan la polarización, la deshumanización o la ideología que despersonaliza.

Nosotros, como dice el apóstol, queremos ser vínculo de reconciliación y centinelas de los brotes de vida nueva de Dios.



Conclusión


Esta es, por tanto, una oportunidad para ahondar en este Evangelio que os propongo leer juntos en el comienzo de este curso pastoral.

Como obispo que también comienza una nueva etapa, quiero incorporar mi voz a la voz de toda la Iglesia, portando esta responsabilidad como servicio al pueblo de Dios, vinculado a Pedro y a todos mis hermanos obispos. 

Servicio que nos recuerda que quien nos conduce es Cristo pastor, que acoge prioritariamente a los heridos y perdidos desde la caridad pastoral.

Ahora quisiera que este momento fuese conscientemente apoyado entre unos y otros.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, sacramentalizamos la ofrenda del pueblo de Dios por Jesucristo. Cuando en cada Eucaristía se alza el Cuerpo y la Sangre de Cristo, presente y vivificante, os invito a ponernos y amasarnos juntos como ofrenda al Padre por nuestro mundo, por esta diócesis, por nuestra gente; para que este Evangelio siga resonando en nuestro viejo y querido Madrid, y suene a ofrenda, a oblación y a servicio.


Que los santos y mártires madrileños, que tanto nos acompañan, y los brazos de la Virgen de la Almudena sostengan la ofrenda de nuestra vida, ilusionada y dispuesta ante los desafíos del nuevo curso que acometemos.


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