LA PALABRA:
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,27-31a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».
Palabra del Señor
La paz no es tranquilidad
Del riesgo de dejarse embaucar por una «paz tranquila, artificial y anestesiada» –con el cartel de «no molestar» incluido– típica del mundo y que cada uno puede fabricarse por sí mismo, advirtió el Papa Francisco en la misa celebrada el martes 16 de mayo en Santa Marta. Y propuso de nuevo la verdadera esencia de la paz que sin embargo nos dona Jesús: «una paz real» porque está enraizada en la cruz, capaz de pasar a través de las muchas tribulaciones cotidianas de la vida, entre sufrimientos y enfermedades. Pero sin caer en el estoicismo o haciendo “de faquires”. Y precisamente respecto a esto, Francisco quiso reproponer el pensamiento eficaz de san Agustín: «La vida del cristiano es un camino entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios» (De Civitate Dei XVIII, 51).
Para su meditación el Pontífice se inspiró en el pasaje evangélico de Juan (14, 27-31), propuesto por la liturgia: «Jesús estaba en la cena con sus discípulos, la última cena, y les dice: “os dejo la paz, mi paz os doy”». Él, insistió el Papa, «les regala la paz». Y añadió también: «No se turbe vuestro corazón ni se acobarde». Haciendo esto, explicó Francisco, «el Señor comienza a despedirse de los suyos» precisamente «con este regalo, con el don de la paz». Además, prosiguió, «hemos escuchado también el pasaje de los Hechos de los Apóstoles» (14, 19-28), que cuenta «el viaje que Pablo y Bernabé hicieron desde Antioquía para después volver a Antioquía, y escuchamos las cosas que sufrieron». Tanto que la pregunta propuesta por el Papa es precisamente si «esta es la paz que te da Jesús». Pablo y Bernabé, de hecho, «predicaban en Listra»; pero –nos dicen los Hechos– «vinieron de Iconio algunos que persuadieron a la multitud que lo que predicada Pablo no era verdad». Y la multitud enseguida fue «por otro lado: lapidaron a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto».
En resumen, se preguntó el Pontífice, «¿pero esta es la paz que da Jesús? ¿O Pablo no había recibido la paz?». Los Hechos cuentan después que Pablo «“se levantó y, rodeado de los discípulos entró en la ciudad”, porque no estaba muerto, y continuó anunciando el Evangelio». Con su estilo, explicó Francisco, «había hecho un número considerable de discípulos y antes de irse ordenó sacerdotes, presbíteros, para que cuidara de esa gente». Así Pablo «seguía trabajando». Y frente a todo esto repetía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios»
Por tanto, afirmó el Pontífice, «es una paz en medio de las tribulaciones». Y por esta razón «cuando Jesús da este regalo y dice a sus discípulos: “os dejo la paz, mi paz os doy”, añade: “no os la doy como la da el mundo, yo os la doy a vosotros”». De hecho, explicó el Papa, «la paz que nos ofrece el mundo es una paz sin tribulaciones: nos ofrece una paz artificial, una paz que más que paz es tranquilidad». Sería como decir: «por favor, no molestar: yo quiero estar tranquilo».
Se podría decir, prosiguió Francisco, que el mundo nos ofrece «una paz que mira solamente a las propias cosas, a las propias seguridades, que no falte nada». A este propósito, el Pontífice hizo referencia a la «figura del rico Epulón, ese hombre que vivía en paz, feliz, siempre con los amigos, pero amigos interesados porque iban con él porque se comía bien en esa casa, se hacía fiesta». Y así, «estaban todos tranquilos», pero también estaban todos «cerrados: no veían más allá».
«El mundo nos enseña el camino de la paz con la anestesia» volvió a repetir el Papa. Y el mundo «nos anestesia para no ver otra realidad de la vida: la cruz». Por este motivo «Pablo dice que se debe entrar en el reino del cielo en el camino, con muchas tribulaciones». Pero «¿se puede tener paz en la tribulación?». «Por nuestra parte, no» respondió Francisco, porque «nosotros no somos capaces de hacer una paz que sea tranquilidad, una paz psicológica, una paz hecha por nosotros porque las tribulaciones existen: hay quien tiene un dolor, una enfermedad, una muerte».
En cambio «la paz que da Jesús es un regalo: es un don del Espíritu Santo». Y «esta paz va en medio de las tribulaciones y va hacia adelante: no es –precisó– una especie de estoicismo, como el que hace el faquir». Es exactamente «otra cosa, es un don que nos hace seguir adelante». Tanto que «Jesús, después de haber dicho esto, se fue al Monte de los Olivos porque les dijo: “ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo». Y diciendo estas palabras, «se fue a sufrir la tentación: el ofrece todo a la voluntad del Padre y sufre, pero no falta la consolación de Dios». Se lee efectivamente en el Evangelio: «Se le apareció del cielo un ángel para consolarle».
He aquí, entonces, explicó el Papa, que «la paz de Dios es una paz real, que va en la realidad de la vida, que no niega la vida». Porque «la vida es así: hay sufrimiento, hay enfermos, hay muchas cosas feas, hay guerras, pero esa paz de dentro, que es un regalo, no se pierde, sino que se sigue adelante llevando la cruz y el sufrimiento». Con la conciencia de que «una paz sin cruz no es la paz de Jesús: es una paz que se puede comprar». Quizás «podemos fabricarla nosotros, pero no es duradera: termina».
Llevando su reflexión a la vida cotidiana de cada uno, el Papa explicó que «cuando yo me enfado y pierdo la paz, cuando mi corazón se preocupa, es porque no estoy abierto a la paz de Jesús; porque no soy capaz de llevar la vida tal como viene, con las cruces y los dolores que llegan: porque no soy capaz de pedir: “Señor, dame tu paz”». Y esta, afirmó Francisco, «es una bonita gracia para pedir hoy, escuchando este pasaje de Jesús y esa palabra de Pablo: “debemos entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones”». De aquí la invitación a pedir «la gracia de la paz, de no perder esa paz interior». Por ello, al finalizar, la oración sugerida por el Papa fue que «el Señor nos haga entender bien cómo es esta paz que Él nos regala con el Espíritu Santo».
PAPA FRANCISCO
https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2017/documents/papa-francesco-cotidie_20170516_paz-no-es-tranquilidad.html
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,19-28):
EN aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.
Palabra de Dios
Sal 144,10-11.12-13ab.21
R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R/.
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