Esto puede parecer un a parte, pero es un reconocimiento.
Todo este curso las homilías del padre Alberto Busto, nos están acompañando en las oraciones.
Otros años, servidor buscaba como "centrar LA PALABRA" con la ayuda de personas más preparadas.
Que uno de los gentiles ofreciera la homilía que su párroco le tenía a bien enviar, me permitió dar continuidad a nuestro rezo.LOS CAMINOS DEL SEÑOR...
¡GRACIAS... Y QUE NO FALTEN!
Jesús se mezcla con los
pecadores. Unámonos a él para curarnos, no por
simple curiosidad. Vamos a convertirnos de corazón. Feliz domingo.
P. Alberto Busto.
simple curiosidad. Vamos a convertirnos de corazón. Feliz domingo.
P. Alberto Busto.
Mezclado con los pecadores. ¿Por qué será que nosotros, que nos
pasamos la vida buscando quien nos quiera, muchas veces sin conseguirlo, no
acabamos de darnos cuenta de lo fácil que sería entregarnos de corazón a quien
ha venido precisamente a eso: a dejase querer.
Hoy estamos celebrando el Bautismo de
Jesús. Nos lo ha contado así el evangelista san Mateo: “En aquel tiempo fue Jesús
desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara”. Esta
petición significa que acepta las palabras del bautista, se confiesa pecador,
está dispuesto a hacer penitencia y a aceptar todo lo que venga de Dios.
Así se comprende que Juan, asustado, se
resista. Pero Jesús se coloca entre los que van a ser bautizados; no quiere
ninguna excepción. Él ha vendido a salvar al hombre y se mezcla con los
hombres.
A este humilde descenso a las
profundidades humanas corresponde la majestuosa intervención venida de lo alto.
Los cielos se abren. Se rompe la barrera que nos separa de la bienaventurada
intimidad de Dios omnipotente en el cielo.
El Espíritu Santo eleva al hombre por encima
de sí mismo, para que sea capaz de comprender a Dios y experimentar su amor. La
plenitud de ese Espíritu es la que se posa sobre Jesús, que se había mezclado
con los pecadores.
Es posible establecer contacto con
Cristo cuando encontramos nuestro puesto en medio de los pecadores, en la fila
de aquellos que se encaminan a lo largo de un itinerario penitencial, en el
grupo de quien siente la exigencia de conversión. Dicho de otro modo: es importante
descubrir que no estamos en nuestro sitio si nos contentamos con denunciar el
mal que está fuera.
Debemos averiguar las cosas que no
funcionan en nosotros, por culpa nuestra. Hallar el mal anidado no en la casa
del vecino, sino en los pliegues de nuestro ser. No sirve para nada estar
insatisfechos de los otros. Resulta decisivo estar insatisfechos de sí mismos.
El Jordán, en tiempos de Jesús,
estaba poblado de “insatisfechos” que iban, no a controlar el baño purificador
de los demás, sino a sumergirse en aquella agua porque estaban convencidos de
haber acumulado bastante suciedad en la propia piel.
Y Jesús se ha mezclado con estos
insatisfechos. Y continúa dejándose encontrar por ellos. No se coloca al lado
de los que dicen, señalando al prójimo: “Mira qué asco”. Escucha más bien la
voz de quien confiesa: “Estoy harto de mí mismo”. Debo cambiar.
Bautismo de Jesús que se mezcla con
los pecadores para curarlos. Existe una sola enfermedad que él no puede curar:
la seguridad, la satisfacción de sí mismo. Hay una categoría de personas que no
logra mover: las que se consideran que está en orden.
Merece la pena, para terminar,
recordar el programa que el hijo de Dios trae a nuestra tierra para
persuadirnos a cambiar de vida: “No gritará, no clamará, no voceará por la
calles. La caña cascada no la quebrará. El pabilo vacilante no lo apagará”.
Porque Dios no es un vendaval. No es
un tornado. Dios es amor. O sea, lo que nosotros andamos buscando hace tanto
tiempo y no acabamos de encontrar. ¿Cambiamos?
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