domingo, 12 de enero de 2014

LA HOMILÍA... EL SACERDOTE COMO MEDIADOR Y ACOMPAÑANTE, CON EL EVANGELIO COMO HORIZONTE

Esto puede parecer un a parte, pero es un reconocimiento.
Todo este curso las homilías del padre Alberto Busto, nos están acompañando en las oraciones.
Otros años, servidor buscaba como "centrar LA PALABRA" con la ayuda de personas más preparadas.
Que uno de los gentiles ofreciera la homilía que su párroco le tenía a bien enviar, me permitió dar continuidad a nuestro rezo.LOS CAMINOS DEL SEÑOR...
¡GRACIAS... Y QUE NO FALTEN! 

Jesús se mezcla con los pecadores. Unámonos a él para curarnos, no por
 simple curiosidad. Vamos a convertirnos de corazón. Feliz domingo.
P. Alberto Busto.
         Mezclado con los pecadores. ¿Por qué será que nosotros, que nos pasamos la vida buscando quien nos quiera, muchas veces sin conseguirlo, no acabamos de darnos cuenta de lo fácil que sería entregarnos de corazón a quien ha venido precisamente a eso: a dejase querer.
         Hoy estamos celebrando el Bautismo de Jesús. Nos lo ha contado así el evangelista san Mateo: “En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara”. Esta petición significa que acepta las palabras del bautista, se confiesa pecador, está dispuesto a hacer penitencia y a aceptar todo lo que venga de Dios.
         Así se comprende que Juan, asustado, se resista. Pero Jesús se coloca entre los que van a ser bautizados; no quiere ninguna excepción. Él ha vendido a salvar al hombre y se mezcla con los hombres.
         A este humilde descenso a las profundidades humanas corresponde la majestuosa intervención venida de lo alto. Los cielos se abren. Se rompe la barrera que nos separa de la bienaventurada intimidad de Dios omnipotente en el cielo.
 El Espíritu Santo eleva al hombre por encima de sí mismo, para que sea capaz de comprender a Dios y experimentar su amor. La plenitud de ese Espíritu es la que se posa sobre Jesús, que se había mezclado con los pecadores.
Es posible establecer contacto con Cristo cuando encontramos nuestro puesto en medio de los pecadores, en la fila de aquellos que se encaminan a lo largo de un itinerario penitencial, en el grupo de quien siente la exigencia de conversión. Dicho de otro modo: es importante descubrir que no estamos en nuestro sitio si nos contentamos con denunciar el mal que está fuera.
Debemos averiguar las cosas que no funcionan en nosotros, por culpa nuestra. Hallar el mal anidado no en la casa del vecino, sino en los pliegues de nuestro ser. No sirve para nada estar insatisfechos de los otros. Resulta decisivo estar insatisfechos de sí mismos.
El Jordán, en tiempos de Jesús, estaba poblado de “insatisfechos” que iban, no a controlar el baño purificador de los demás, sino a sumergirse en aquella agua porque estaban convencidos de haber acumulado bastante suciedad en la propia piel.
Y Jesús se ha mezclado con estos insatisfechos. Y continúa dejándose encontrar por ellos. No se coloca al lado de los que dicen, señalando al prójimo: “Mira qué asco”. Escucha más bien la voz de quien confiesa: “Estoy harto de mí mismo”. Debo cambiar.    
Bautismo de Jesús que se mezcla con los pecadores para curarlos. Existe una sola enfermedad que él no puede curar: la seguridad, la satisfacción de sí mismo. Hay una categoría de personas que no logra mover: las que se consideran que está en orden.
Merece la pena, para terminar, recordar el programa que el hijo de Dios trae a nuestra tierra para persuadirnos a cambiar de vida: “No gritará, no clamará, no voceará por la calles. La caña cascada no la quebrará. El pabilo vacilante no lo apagará”.

Porque Dios no es un vendaval. No es un tornado. Dios es amor. O sea, lo que nosotros andamos buscando hace tanto tiempo y no acabamos de encontrar. ¿Cambiamos? 

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