12 Muchas cosas tengo que deciros
todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. 13 Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad
completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y
os anunciará las cosas venideras. 14 Él me honrará
a mí, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. 15 Todo lo que el Padre tiene es mío; por eso os he dicho que recibe de lo
mío y os lo anunciará. Jn 16,12-15
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
Párrafo 2
EL PADRE
I "En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo"
232 Los cristianos son bautizados "en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden
"Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre,
en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit
("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad")
(San Cesáreo de Arlés, Expositio symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).
233 Los cristianos son bautizados en "el
nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los
nombres" de éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no
hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu
Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí
mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que
los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía
de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no
es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios
verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los
aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué
manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la
Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y
finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios
Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de
santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la
Theologia y la Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la
vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las
que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la
Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la
Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el
misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así
sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su
obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su
obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido
estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser
conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS
3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de
Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la
intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la
sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios
y el envío del Espíritu Santo.
II La revelación de Dios como Trinidad
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como "Padre" es
conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como
"padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado
Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es
Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su
"primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel
(cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del
huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de
"Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que
Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo
tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal
de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is
66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la
intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que
los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la
paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios
transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios.
Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10),
aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es
Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre"
en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre
en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su
Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como
"el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn
1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el
resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición
apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de
Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo Niceno: DS
125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en
Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del
Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no
creado, consubstancial al Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS
150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de
"otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en
la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en
ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta
la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como
otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su
misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia
tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que
vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del
Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el
misterio de la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue
proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla:
"Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del
Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y
el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490).
Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del
Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es
Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la
misma naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre,
sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Concilio de Toledo XI,
año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa:
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS
150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el
Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de
Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo [...] tiene su
esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del
Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y
porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al
engendrarlo a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu
Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró
eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del Filioque no figuraba en el
símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una
antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado
dogmáticamente el año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS 284) antes incluso que
Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo
del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la
liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en
el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye,
todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el
carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al
confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa
tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La
tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre
el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo
(Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Concilio de
Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su
comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu
en tanto que "principio sin principio" (Concilio de Florencia 1442:
DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el
único principio de que procede el Espíritu Santo" (Concilio de Lyon II,
año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no
afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha
estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia,
principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de
la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la
Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como
este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula
más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia
inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la
deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo
teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del
pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la
Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen
filosófico: "substancia", "persona" o
"hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la
fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a
estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio
inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la
medida humana" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 2).
252 La Iglesia utiliza el término
"substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por
"naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término
"persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término
"relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la
referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses
sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial"
(Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se
reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios:
"El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el
Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por
naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de
las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la
naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son realmente distintas
entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71).
"Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente
nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos
entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el
Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de
Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de
origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu
Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). La
Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son relativas unas a otras.
La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina,
reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los
nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es
al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de
estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza
o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto,
"en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas"
(Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el
Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el
Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo
en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, san
Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este
resumen de la fe trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el
cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los
males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré
dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y
patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una
en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin
distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado
inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada
uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres
considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya
la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad
cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).
IV Las obras divinas y las misiones trinitarias
257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas!
("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de
vísperas "O lux beata Trinitas"). Dios es eterna beatitud, vida
inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere
comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el
"designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del
mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él"
(Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29)
gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este designio es
una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido
inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en
toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo
y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las
tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y
misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de
Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio"
(Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada Persona divina
realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa,
siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre
de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son
todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Concilio
de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la
Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades
de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y
personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza
única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas
divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por
el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo
atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la
entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad
(cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la
Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra,
y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme
enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi
alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme
salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la
profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada
amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que
yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración,
entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad,
Oración)
Resumen
261 El misterio de la Santísima Trinidad es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a
conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios
es el Padre eterno, y que el Hijo es "de la misma naturaleza que el
Padre", es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el
Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al
Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único.
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede principalmente
del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los
dos como de un principio común" (S. Agustín, De Trinitate, 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19) somos llamados a
participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad
de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, Credo del
Pueblo de Dios 9).
266 "La fe católica es ésta: que veneremos un
Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas,
ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo,
otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una
es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Símbolo
"Quicumque": DS, 75).
267 Las Personas divinas, inseparables en su ser,
son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada
una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones
divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.
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