Los cielos admiran a la Reina,
ellos la han visto pequeña,
la han visto en los brazos de sus padres necesitada e indefensa.
Crecía como una niña cualquiera,
pero los cielos sí que sabían que para Dios era la criatura perfecta,
perfecta como Madre, como Amiga y como Maestra.
Y cantan los Ángeles, la luna, el sol y la tierra,
cantan los mares y también las estrellas,
y le rinden honor todos los planetas.
Le rinden honor por su sencillez, por su bondad y belleza,
por su humildad y su delicadeza tanto interna como externa.
Tú, la Inmaculada, la de gracia plena,
la mujer sin pecado, la que supo mantener su pureza.
Pureza mantenida desde su libertad y la gracia del Espíritu en cada situación concreta.
Madre mantén nuestras vidas en momentos heridas o rotas y en otras situaciones de colores y en fiestas,
mantén nuestras misión y entrega siempre bajo tu amparo y tu presencia.
Madre Inmaculada aquí tienes mi ofrenda,
es decir, mis manos, mi vida, mi pequeñez, los dones y mi pobreza.
Plasencia 8-12-19
Sor María Elena Hernández González
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