domingo, 15 de diciembre de 2013

¿POR DÓNDE EMPEZAMOS A BUSCAR?


Si esperas una receta mágica, un protocolo de acción, para resolver esta pregunta es que todavía  no estas “despierto”. En todo lo que nos rodea, en todas las personas que están a nuestro alrededor está Dios.
Aquí os centro otro ejemplo de radiante actualidad. A vosotros os toca… ¡rematar!




LA CASA BLANCA
Oficina del Secretario de Prensa
Johanesburgo (Sudáfrica)
10 de diciembre de 2013
DISCURSO DEL PRESIDENTE OBAMA EN EL FUNERAL POR EL EXPRESIDENTE SUDAFRICANO NELSON MANDELA
Estadio First National Bank
Johanesburgo (Sudáfrica)
PRESIDENTE OBAMA: Gracias. [Aplausos]. Muchísimas gracias. Gracias a Graça Machel y a la familia Mandela; al presidente Zuma y a miembros del gobierno; a los jefes de Estado y de Gobierno, tanto pasados como presentes. Distinguidos invitados: es un honor singular estar aquí hoy con ustedes para celebrar una vida incomparable. Al pueblo sudafricano — [aplausos] —personas de todas las razas y clases sociales: el mundo le da las gracias por compartir con nosotros a Nelson Mandela. Su lucha fue la lucha de ustedes. Su triunfo fue el triunfo de ustedes. La dignidad y esperanza de ustedes encontraron sentido en su vida. Y la libertad de ustedes, la democracia de ustedes es su legado valioso.
Es difícil ensalzar a cualquier hombre —capturar en palabras no sólo los hechos y las fechas de que consta una vida, sino también la verdad esencial de una persona— sus alegrías y tristezas privadas, los momentos de tranquilidad y las cualidades singulares que iluminan el alma de una persona. Aún más difícil hacerlo con un gigante de la historia, que movilizó a una nación hacia la justicia y con ello movilizó a miles de millones en todo el mundo.
Nacido durante la Primera Guerra Mundial, lejos de los pasillos del poder, que de niño se crió arreando ganado bajo la tutela de los ancianos de su tribu thembu, Madiba emergería como el último gran libertador del siglo XX. Al igual que Gandhi, encabezaría un movimiento de resistencia, un movimiento que en sus comienzos tenía pocas posibilidades de triunfar. Al igual que el Dr. King, daría voz potente a los reclamos de los oprimidos y a la necesidad moral de la justicia racial. Sufriría un encarcelamiento brutal que comenzó en la época de Kennedy y Kruschev y que concluyó en los últimos días de la Guerra Fría. Al salir de prisión, y sin la fuerza de las armas, mantendría unido a su país —como lo hizo Abraham Lincoln—cuando le acechaba la amenaza de hacerse añicos. Y al igual que los padres fundadores de Estados Unidos, erigiría un decreto constitucional que protegería la libertad para las futuras generaciones, lo cual fue un compromiso con la democracia y con el estado de derecho que quedó ratificado no sólo por su elección, sino también por su deseo de entregar el poder después de un solo mandato.
Teniendo en cuenta lo mucho que abarcó su vida, el alcance de sus logros, la adoración que con tanta razón se ganó, es tentador recordar a Nelson Mandela como un ícono, sonriente y sereno, distante de los sórdidos quehaceres de hombres inferiores. Pero el propio Madiba resistió enfáticamente semejante retrato sin vida. [aplausos]. En lugar de ello, insistió en compartir con nosotros sus dudas y sus miedos, sus errores de juicio, así como sus victorias. “Yo no soy un santo, a menos que consideren que un santo es un pecador que persiste en el intento”, según dijo.




Fue precisamente porque podía admitir que no era perfecto —porque podía estar rebosante de buen humor, incluso de travesuras, a pesar de la pesada carga que llevaba— que lo queríamos tanto. No era un busto de mármol, sino un hombre de carne y hueso: hijo y marido, padre y amigo. Y por eso aprendimos tanto de él, y por eso todavía podemos seguir aprendiendo de él, puesto que nada de lo que logró era inevitable. En el rastro de su vida, vemos un hombre que se ganó su lugar en la historia con la lucha y la astucia, con la persistencia y la fe. Él nos dice lo que es posible no sólo en las páginas de los libros de historia, sino en nuestras propias vidas.
Mandela nos enseñó el poder de la acción, de arriesgarse en nombre de nuestros ideales. Quizás Madiba tuviese razón al decir que heredó de su padre “una rebeldía orgullosa, una persistente sensación de la justicia. Y sabemos que compartía con millones de sudafricanos negros y de color la ira que nace de “mil desaires, mil indignidades y mil momentos no recordados… el deseo de luchar contra el sistema que aprisionaba a mi pueblo”, según dijo.
Pero al igual que los primeros gigantes del ANC —los Sisulus y los Tambos— Madiba controló su ira y canalizó su deseo de lucha en establecer una organización, y plataformas, y estrategias de acción, para que hombres y mujeres pudiesen luchar por el don divino de su dignidad. Además, aceptó las consecuencias de sus acciones, sabiendo que enfrentarse a poderosos intereses y a la injusticia tiene un precio. “He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He abrigado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para cuyo logro espero vivir. Pero si es necesario, es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”. [aplausos].
Mandela nos enseñó el poder de la acción, pero también nos enseñó el poder de las ideas; la importancia de la razón y los argumentos; la necesidad de tener que estudiar no sólo a aquellos con los que uno está de acuerdo, sino también a aquellos con los que se disiente. Entendió que las ideas no podían estar contenidas detrás de los muros de prisión, ni podían ser extinguidas por la bala de un francotirador. Convirtió su juicio en una condenación del apartheid gracias a su elocuencia y su pasión, pero también gracias a su formación como defensor de causas. Utilizó las décadas que pasó en la cárcel para perfeccionar sus argumentos, pero también para difundir su sed de conocimiento a los demás que integraban el movimiento. Y aprendió el idioma y las costumbres de sus opresores, para que un día pudiera mostrarles de la mejor manera cómo su misma libertad dependía de la de él. [aplausos].
Mandela demostró que las acciones y las ideas no son suficientes. No importa lo correctas que sean, han de cincelarse en el derecho y en las instituciones. Era un hombre práctico, puso a prueba sus convicciones contra la dura superficie de las circunstancias y la historia. Fue inflexible en lo que respecta a principios fundamentales, motivo por el cual rechazaba las ofertas de liberación incondicional, recordándole al régimen del apartheid que “los presos no pueden celebrar contratos”.
Sin embargo, tal como mostró en las difíciles negociaciones para la transferencia del poder y la redacción de nuevas leyes, no temió al compromiso con el objeto de llegar a una meta más amplia. Debido a que no solamente era un líder de un movimiento sino un hábil político, la constitución que surgió era la adecuada para esta democracia multirracial, que se adhería verdaderamente a su visión de las leyes que protegen los derechos tanto de las minorías como de las mayorías, y las preciosas libertades de todos los sudafricanos.
Para concluir, Mandela entendía los lazos que unen al espíritu humano. Hay una palabra en Sudáfrica: ubuntu [aplausos], una palabra que capta el mayor regalo de Mandela, su reconocimiento de que todos estamos vinculados de formas invisibles a los ojos; que existe una unidad en la humanidad; que logramos para nosotros al compartirnos a nosotros mismos con los demás, y al importarnos aquellos que nos rodean.
Nunca podremos saber cuánto de esto era parte innata suya o cuanto fue adquirido en una oscura y solitaria celda. Pero recordamos los detalles, grandes y pequeños: presentar a sus carceleros como invitados de honor en su toma de posesión, lanzar un balón vestido con el uniforme del Springbok; convertir el dolor de su familia a causa del VIH/SIDA en una vocación a enfrentar esta enfermedad...estas cosas revelaban la profundidad de su empatía y comprensión. No solo encarnaba el ubuntu, sino que enseñó a millones a encontrar esta verdad en sí mismos.
Un hombre como Madiba no solo pudo liberar al preso, sino también al carcelero -- [aplausos] – para demostrar que hay que confiar en los demás para que ellos confíen en uno; enseñar que la reconciliación no es una cuestión de ignorar un pasado cruel, sino una manera de confrontarlo con inclusión, generosidad y verdad. Cambió leyes pero también hizo que cambiaran los corazones.
Para el pueblo de Sudáfrica, para quienes inspiró en todo el mundo, el fallecimiento de Madiba es un momento adecuado para el luto y un momento para celebrar su heroica vida; pero también considero que nos debe instar a todos a reflexionar. Con sinceridad, independientemente de nuestra situación o circunstancia, debemos preguntarnos: ¿He sabido aplicar sus lecciones a mi propia vida? Es una pregunta que me hago a mi mismo, como hombre y como presidente.

Sabemos que, como Sudáfrica, Estados Unidos tuvo que superar siglos de opresión racial. Igual que aquí, hubo que hacer sacrificios, sacrificios que incontables personas, conocidas y desconocidas hicieron para poder ver el amanecer de un nuevo día. Michelle y yo somos beneficiarios de esa lucha [aplausos], pero en Estados Unidos, en Sudáfrica, y en países de todo el mundo, no podemos permitir que nuestros progresos nublen el hecho de que nuestro trabajo no está aún terminado.
Las luchas que siguieron a la victoria de la igualdad formal o los logros universales puede que no contengan el drama y la claridad moral de las que ocurrieron en el pasado, pero no son menos importantes; puesto que en todo el mundo hoy día, todavía vemos niños que sufren hambre y enfermedades. Todavía vemos escuelas decrépitas. Todavía vemos jóvenes sin perspectivas de futuro. En todo el mundo hoy día, hombres y mujeres todavía están presos por sus ideas políticas, y todavía son perseguidos por su apariencia, por rezar a quien recen y por amar a quien amen. Esto está ocurriendo hoy [aplausos].
Y por tanto nosotros también debemos actuar en nombre de la justicia. Nosotros también debemos actuar en nombre de la paz. Hay demasiadas personas que acogen con alegría el legado de reconciliación racial de Madiba, pero resisten apasionadamente incluso modestas reformas que constituirían un reto para la pobreza crónica y la desigualdad creciente. Hay demasiados líderes que claman ser solidarios con la lucha de Madiba por la libertad, pero que no toleran la disensión en sus propios pueblos [aplausos]. Y hay demasiados de nosotros al margen, cómodos en el conformismo o el cinismo cuando nuestras voces se deben oír.
Las cuestiones que enfrentamos hoy: como fomentar la igualdad y la justicia; como sostener la libertad y los derechos humanos; como terminar con los conflictos y las guerras sectarias, son cosas no tienen respuesta fácil; pero no había respuestas fáciles para un niño nacido durante la Primera Guerra Mundial. Nelson Mandela nos recuerda que todo parece imposible hasta que se hace. Sudáfrica muestra que eso es verdad. Sudáfrica muestra que podemos cambiar, que podemos elegir un mundo definido no por nuestras diferencias sino por nuestras esperanzas comunes. Que podemos elegir un mundo no definido por el conflicto, sino por la paz y la justicia, por la oportunidad.
Nunca volveremos a ver a alguien como Nelson Mandela, pero permítanme decirle a los jóvenes de África y a los jóvenes del mundo: ustedes también pueden hacer propia la labor de su vida. Hace más de 30 años, cuando todavía yo era estudiante, aprendí sobre Nelson Mandela y las luchas que ocurrían en esta bella tierra, y ello agitó algo en mi ser. Me despertó mis responsabilidades hacia otros y para conmigo, y me colocó en el punto de partida hacia el viaje improbable que me ha traído hasta aquí hoy. Y aunque siempre quedaré corto ante el ejemplo de Madiba, él hace que yo quiera ser un mejor hombre [aplausos]. El convoca a lo mejor que cada uno llevamos dentro.
Una vez cuando este gran libertador esté en reposo eterno y una vez hayamos retornado a nuestras ciudades y pueblos y vuelto a nuestras rutinas diarias, busquemos su fortaleza. Busquemos su grandeza de espíritu en algún lugar dentro de nosotros mismos. Y cuando la noche sea oscura, cuando la injusticia nos pese en el corazón, cuando nuestros planes mejor preparados parezcan lejos de nuestro alcance, pensemos en Madiba y en las palabras que lo consolaban cuando estaba entre las cuatro paredes de una celda: “No importa cuán estrecho sea el portón, cuán cargada de penas la sentencia, soy el dueño de mi destino: soy el capitán de mi alma”.
Qué alma tan magnífica era. Se lo extrañará profundamente y que Dios bendiga la memoria de Nelson Mandela. Dios bendiga al pueblo de Sudáfrica [aplausos].




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