(3ª
de ADVIENTO)
LA PALABRA: Mateo 11,
2-11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras
del Mesías, le mandó a
preguntar por medio de sus discípulos:
—«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?»
Jesús les respondió:
—«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen;
los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el
Evangelio.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
—«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña
sacudida por el viento? ¿O qué
fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten
con lujo habitan en los palacios.
Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti.”
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que
Juan, el Bautista; aunque
el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que
él.»
“Estad alegres en el Señor”. Es una orden. Muy grata, por cierto.
¡A cumplirla se ha dicho! Un abrazo fuerte.P. Alberto Bustos.
Domingo de esperanza y legría. Comienza hoy la eucaristía con un texto de aquel apóstol que en otro tiempo persiguió con saña a los creyentes, a los que, como nosotros, proclaman su fe en un Dios que es el Dios del amor, de la esperanza, de la felicidad.
Y aquel perseguidor que más tarde se convirtió en un apóstol de las gentes; que sufrió el destierro, la cárcel y hasta la muerte por Cristo, a quien antes odiaba, hoy se dirige a nosotros con estas palabras : “Estad alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”.
Da gusto leer textos como los de hoy. Pedir a Dios, como le hemos pedido nosotros: “Señor, concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante”.
Acoger a Dios. Pero debemos estar dispuestos a acoger un Dios distinto del que a veces nos imaginamos. Un Dios que no encaja con nuestros esquemas. Cada uno de nosotros tiene la tentación de prestar a Dios los propios sentimientos, gustos; a veces hasta los propios resentimientos, las propias mezquindades.
Estamos siempre dispuestos a sugerir a Dios cómo debe comportarse. Tenemos la pretensión de enseñarle el… oficio de Dios. Y nos olvidamos de que, en todo caso, es él quien tiene el derecho de enseñarnos el oficio de hombre.
En la primera de las Lecturas que nos han leído, aquel profeta, Isaías, que también se sintió defraudado porque no veía claro el final de los tiempos, hoy nos cuenta: “El destierro y el yermo se regocijarán. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite. Viene en persona y os salvará”.
En el evangelio nos contaban que también el precursor del Señor, Juan Bautista, hombre como nosotros, envía dos discípulos para que le pregunten al Señor si es él verdaderamente el Mesías. Si es Dios o hay que esperar a otro.
Pienso que nosotros le habríamos aconsejado que esperara a otro. Porque nosotros aguardamos siempre otra ocasión. Para fijarnos en el pobre esperamos otro pobre. Para convertirnos esperamos un momento más oportuno. Para abrir los oídos esperamos oír otro sermón, otro predicador, un tema más fácil. Para pensar en la muerte, esperamos el próximo funeral de un amigo. Es una pena no vivir dos o tres veces. Empezaríamos a vivir de verdad… en la próxima vida.
La respuesta de Jesús a los enviados por Juan no se hizo esperar: “Id a anunciar a Juan lo que habéis visto”.
A los innumerables Juanes que esperan, quizás con cierto desaliento, cansados ya de esperar, es preciso que vaya alguien a contarles no sólo lo que ha oído y leído, sino lo que ha visto. Son los hechos los que tardan en llegar. Son los hechos los que se hacen esperar más de lo debido.
Domingo tercero de Adviento. El camino del desierto este domingo se convierte en el domingo de esperanza y de alegría. Dios mismo viene a salvarnos. Y cuando nos encontramos a veces con esos raros sembradores de esperanza, tenemos la impresión de que también en nuestro desierto personal ha asomado al menos una florecilla.
Vamos a sembrar esperanza. Nosotros precisamente, los que creemos.
PARA REFLEXIONAR:
EN EL MONASTERIO DE MELK POR
PAULO COELHO (ABC 01/12/2013)
Una vez al año voy al monasterio de Melk, en Austria, para
participar en los Encuentros Waldzell, una iniciativa de Andreas Salcher y
Gundula Schatz. Allí,
durante todo un fin de semana, logramos lo imposible: hacer realidad una combinación de
silencioso retiro espiritual con apasionadas discusiones sobre la situación
actual del planeta.
Una vez al año me encuentro, por tanto, con el antiguo prior
del monasterio, el abad Burkhard. No disponemos de una lengua común para
comunicarnos, pero su presencia me transmite no solo paz, sino una especie de
comprensión especial del sentido de la vida. En 2006 di una entrevista a la
revista News en la que decía que Burkhard era mi silencioso mentor, advirtiendo
allí mismo que a él no le gustaría que le llamaran así. Estaba claro que estaba
en lo cierto: en un cariñoso artículo, él niega ese título que le di, pero
mostrando a un tiempo, una vez más, su sabiduría. Recojo a continuación algunos
trechos de las reflexiones que el abad escribió en dicho artículo, que he
tenido que reducir y adaptar debido a la limitación de espacio:
«En uno de nuestros encuentros en los sótanos de la abadía,
[Coelho] preguntó
cuáles eran los pasos que debería dar toda persona para acertar con la buena
dirección. Sin duda, hay muchos
caminos equivocados en este mundo que pueden conducir a la destrucción y al
arrepentimiento. Hay otra serie de acciones que
podrían compensar todo eso, pero que no son siempre realizables, sin que
entendamos muy bien por qué.
Incluso las personas que no
tienen fe conocen la situación del mundo. Esta
conciencia nos permite (si contamos con la voluntad necesaria) mover rocas o
volver a encender todas las luces que se han apagado.
Cuando entré en la orden benedictina, yo tenía unas pocas
razones para haber tomado semejante decisión. Poco a poco comencé a recorrer mi
camino, a identificarme con él, al tiempo que no conseguía entender bien todo
lo que pasaba a mi alrededor. Cada vez que sugería que algo debería cambiar,
escuchaba la respuesta: ¿Qué es lo que quieres exactamente? En este monasterio
fuimos educados para pensar en procesos de siglos, no en transformaciones
instantáneas.
Este comentario no me ayudaba, y yo me sentía distante de
todos los ideales que traía dentro de mí.
Finalmente, una conversación con un viejo monje cambió por
completo mi visión del asunto. Cuando le comenté mi problema, me respondió:
¿Qué te molesta que aquí lo midamos todo en siglos?
Sin problemas: no pienses más en esa cuestión y haz
lo que mejor te parezca, a la velocidad que juzgues adecuada.
En ese preciso momento, me di cuenta de que todas mis
grandes transformaciones interiores progresaban con gran lentitud y que la
presencia del Señor en mi alma surgía gradualmente. No en el plano consciente, sino en un lugar más profundo,
más denso, donde lo que se posa ya no lo barre el viento con tanta facilidad.
Para eso es necesario que la persona pueda equivocarse de
camino, probando atajos que no deberían tomarse. Poco a poco, gracias
justamente a estos altibajos de nuestras vidas, comenzamos a comprender cuál es
el buen camino. Y entonces sentimos una inmensa libertad para seguir adelante.
Es necesario aprender a vivir con la energía que viene de
nuestro interior y que mantiene despierto el entusiasmo por lo que hacemos. En lugar de buscar en las grandes cosas las respuestas
que necesitamos, basta con prestar atención a los pequeños detalles que
normalmente nos pasan inadvertidos. Hay que hacer como los niños: «Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes y se las has revelado a pequeños». [Mateo 11:25].
Así es como nos damos cuenta de nuestra transformación.
Cuando alguien entiende que puede cambiar las pequeñas cosas, recupera el
sentido de su vida y deja de tener prisa, pues está concentrado apenas en el
próximo paso.
«Y cuantos más cambios logramos en lo pequeño, mayor es
la transformación de lo grande»
Los recuerdos de la infancia son
un referente de nuestras vidas. Lo que entonces nos marcó, permanece. Surge así
una TRADICIÓN propia. La mezcla de las tradiciones familiares antiguas y de las
nuevas es la que nos enmarca como personas. POR ESTA RAZÓN hemos de adaptar el mensaje para que llegue a
las nuevas generaciones. HAY QUE EXPLICAR A NUESTROS JÓVENES QUE ES EL AMOR, ¡Y
NO EL DINERO!, EL QUE HACE REALMENTE FELICES A LOS HOMBRES. ¡Sencillo! ESE ES
EL PODER DE LAS PEQUEÑAS COSAS.
Pura evangelización. ¡Que la
“fuerza/fe” te acompañe!
Nuestro gozo hoy quiere cantar
por ver tres luceros brillar
con María esperamos al Niño
con alegría.
por ver tres luceros brillar
con María esperamos al Niño
con alegría.
Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo.
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