CRECER CREYENDO:
Jn (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor.
Salmo
Sal 147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
COMENTARIO:
ESTANCADOS
El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas,
la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que
necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La
alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por
el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un
estancamiento infecundo de la Iglesia”.
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre
nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades
cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que
habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el
paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un
precepto sagrado, hacia la “Eucaristía” vivida como celebración gozosa de
toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su
esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy
importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el
sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o
“asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la Eucaristía de manera
rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera
imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras
celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida
estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de
preguntar qué estamos haciendo para que la Eucaristía sea, como quiere el
Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero,
¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos,
sin más criterios de renovación?
La Cena del Señor es demasiado importante para que
dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento
infecundo” ¿No es la Eucaristía el centro de la vida
cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por
qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más
fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en
un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y
mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos
la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde
se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe? José Antonio
Pagola Parroquia de San Vicente Martir de Abando. Bilbao
REFLEXIÓN:
Jesús Eucaristía nos
llama todos los días desde el Sagrario. Pasamos delante de Él más rápido que
nunca en este mes de junio y nos equivocamos.
La prisa nos esclaviza, al igual que el ruido, y ya no podemos
encontrar la paz más que saliendo, escapando de las cuatro paredes donde
ejercemos nuestra vocación. Y nos equivocamos.
El “rompeolas” del primer banco de la capilla se nos hace
insuficiente, el abrazo no se da por el calor, las oportunidades y las puertas
abiertas se pierden y cierran por las corrientes de aire que provocan los
rumores de arriba para abajo y de abajo para arriba. Todo el mundo parece tener
una bala con su nombre, en esta locura de fin de curso. Y nos equivocamos.
Pero frente todo este intríngulis, que es cíclico, como la vida misma, resuenan en mi cabeza las palabras del Señor:
“El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.”
Si tengo la solución, ¿por qué temo los problemas?
Si el Señor es mi pastor, nada me falta.
Pues entonces, gastemos las pocas fuerzas que nos quedan
en perseverar en la fe, en apuntalar nuestras creencias e ilusiones para que
ninguna ola las haga tambalearse.
Y paremos un rato.
Tomemos aire.
Todo es más sencillo a la luz del Sagrario.
¡Ánimo y adelante!
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