LA PALABRA: Jn 20,19-23
Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús
repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Que se note que
somos Iglesia por nuestra valentía de vivir y anunciar
aquello que creemos. Un abrazo muy cordial. P. Alberto Bustos
aquello que creemos. Un abrazo muy cordial. P. Alberto Bustos
Espíritu
Santo, ven. Hoy podíamos comenzar nuestro comentario sobre el evangelio de
San Juan, recordando aquel pasaje en el que se nos cuenta cómo Jesús, nuestro
Maestro, fue conducido ante los tribunales con esta acusación: “Hemos
encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo…”
La
valentía es una de las características del cristiano auténtico, no del que
finge que lo es.
El
milagro de Pentecostés puede evidenciarse en sus efectos, con la imagen de las
puertas que se abren de par en par. Un grupo de individuos tímidos, miedosos,
sale fuera, al descubierto y crean problemas. Los discípulos de Jesús, el día
primero de la semana, estaban encerrados en una casa con las puertas cerradas
por miedo a los judíos. Todas las precauciones eran pocas. En esto entra Jesús,
se pone en medio de ellos y les dice: ¡Paz a vosotros!”
Si leemos las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles nos daremos
cuenta de que están llenas de gente que va a la cárcel, que comparece ante los
tribunales, que colecciona amenazas y castigos “ejemplares”. Y, a pesar de
todo, continúa impertérrita, perturbando la tranquilidad pública.
Fue
lo mismo que un día dijeron de Jesús: “Hemos encontrado a éste alborotando la
tranquilidad pública”. Pentecostés es un hecho que se realizó a la vista de
todos, no un documento. Aquellos hombres que reciben el Espíritu Santo no
tienen en si mismo las explicación de lo que dicen y hacen.
La
gente intuye inmediatamente que aquellos hombres dicen y hacen cosas que no
viene de ellos: “Estaban todos estupefactos y perplejos, y comentaban: “¿qué
significa esto?” Como si comentase: “No es posible. No son ellos”. Hay incluso quien los acusa de haber bebido.
No
cabe duda de que algunos hubieran preferido que aquellos hombres paralizados
por el miedo se quedasen para siempre quietos en casa y con las puertas
cerradas. Pero el maestro los empuja hacia el mundo: ”Como el Padre me ha
enviado así también os envío yo”.
Sabe
permanecer largo tiempo en el cenáculo, pero no duda en salir fuera a las
plazas y a los caminos para anunciar el evangelio que se la ha confiado. Atenta
a las “cosas de Dios”, pero atenta también a las “cosas de los hombres”. La Iglesia , si es de veras la
iglesia de Cristo y del Espíritu, no puede por menos ser una Iglesia incómoda.
El testimonio de tantos mártires lo confirma.
¿Dónde
encontrar al Espíritu Santo? Si logras
decir una oración es porque el Espíritu Santo la ha puesto en tu corazón. Si te
interesas por algún pobre sin que nadie te vea, es el Espíritu Santo quien te
ha empujado a ello. Si tienes fuerza para perdonar, es el Espíritu quien se
hace sentir. Si lees una página resabida del Evangelio como si la descubrieras
en ese momento, has sido guiado por el Espíritu Santo.
Ven, Espíritu Santo, y renueva nuestros
corazones.
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.
R/. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.
Secuencia
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequia,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequia,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
PARA REFLEXIONAR:
No sé por dónde empezar. Pasan tantas cosas en un solo día que
me cuesta centrarme.
La llamada del Espíritu,
no es la lista del seleccionador nacional para el mundial,
ni las razones de la
abdicación de nuestro Rey, pero la fe nos dice que en esto también tiene su
influencia el Espíritu.
Quizá tengan que tomarse
los temas de actualidad con cierta perspectiva, pero como vamos a la carrera, o
nos pasamos de vueltas, o de frenada, con una facilidad pasmosa. Quizá la
sonrisa de la lógica infantil nos de esa distancia, ese tiempo para poder
pensar.
Porque el
humor de los adultos puede estar cargado de buenas intenciones y a la vez tener
muy mala leche.
Por eso, es el Espíritu Santo el que nos acompaña y recicla la
tendencia a fallar en nuestras apreciaciones sobre los demás, a caer en las
garras de nuestros instintos e ideologías, a encerrarnos en nosotros mismos.
Es el
Espíritu en nosotros el que consigue superar la torre de babel en que habitamos
y nos unifica en un único lenguaje, universal: ¡EL LENGUAJE DEL AMOR!
Es obra del
Espíritu que yo encuentre un hilo argumental para hacéroslo llegar, pese a que
estamos, de energía y de ideas, en la reserva. Es obra del Espíritu que nos
cale la oración y nos sirva para el camino. Es obra del Espíritu que podamos
ser un grupo de oración sin juntarnos a rezar., y que se acreciente nuestra fe,
esperanza y caridad, al modo de MATILDE, un año más. ¡AMÉN!
¡ÁNIMO Y ADELANTE! ¡NO TENGÁIS MIEDO! ¡FELIZ
PENTECOSTÉS!
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