domingo, 10 de noviembre de 2013

SUBIDOS A UN ÁRBOL, ESPERANDO VER PASAR AL SALVADOR... ¡SOMOS ZAQUEO EN EL SIGLO XXI!


“LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS, en palabras del Papa Francisco tiene dos significados que están relacionados. Por una parte la comunión de las cosas santas y entre las personas santas, pero también existe una comunión de vida entre los que creemos en Cristo y nos hemos incorporado a Él en la Iglesia por el bautismo.
Hemos de redescubrir la belleza de la fe en la comunión de los santos. Una realidad que nos concierne mientras somos peregrinos en el tiempo, y en la cual, con la gracia de Dios, viviremos para siempre.
Nuestra fe necesita el apoyo de los demás, especialmente en tiempos difíciles. Y si estamos unidos en la fe, la fe es fuerte. Hay que confiar en Dios, a través de la oración, y al mismo tiempo es importante encontrar el valor y la humildad para estar abierto a los demás en busca de ayuda y pedir una mano. Comunión significa que somos una gran familia, donde todos los componentes ayudarán y se apoyarán mutuamente.”
Esto lo hago yo extensible a nuestra pequeña comunidad orante. Veo el valor y la humildad en las miradas, en los gestos, en las palabras de aliento, cuando las dificultades arrecian en nuestras respectivas vidas. Veo la alegría sincera, cuando se supera un problema o la disponibilidad en la ayuda generosa en cuanto alguien
muestra una necesidad.
Superar las trabas para juntarnos, para compartir un tiempo de desahogo, de confidencia, es nuestra riqueza mayor, pues nos hace comunidad, aún en la dispersión de tiempos y espacios. Somos “compañeros de hombro”, puestos unos junto a otro, para sostenernos, para avanzar, para crecer.
Por eso, publicanos, pecadores, gentiles. Por eso mismo, firmes en la fe.

Por eso, también, traigo el ejemplo de LOS SANTOS Y LOS MÁRTIRES, como espejos limpios donde podemos y debemos reflejarnos.



A todos los mártires cristianos, religiosos o laicos, que dieron su vida, por la fe, durante la persecución religiosa del siglo XX en España, les recuerda la Iglesia, cada 6 de noviembre. Este día, la liturgia pide al Señor que nuestros mártires “nos den la fortaleza necesaria para confesar con firmeza tu verdad”.
En este año de la fe su intercesión es especialmente necesaria.

LA PALABRA:

1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. 2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. 3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. 4 Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. 5 Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». 6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». 8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». 9 Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, 10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».









El Evangelio nos permite reconocer cómo Jesús nos mira y cómo podemos llegar a ver con la mirada de Jesús.
Zaqueo es jefe de Publicanos, muy rico y, a los ojos de los Fariseos, un gran pecador. Sin embargo, Jesús, lo ve con otros ojos: sabe bien que es pecador, pero sabe también que el Padre le ha enviado a buscar a los que estaban perdidos.
En la mirada de Jesús, brilla la Misericordia del Padre.
La fuerza del amor que Jesucristo nos trae es mayor que el pecado del hombre.
Y ahí está la clave de nuestra historia de redención. La fuerza del amor. Sobre ella se construye la obra de Dios que perdura en el tiempo pese a los hombres.
Dios nos creó libres, para hacer el bien o el mal y en nuestra decisión cimentamos la relación que creamos con los demás.
Por esta razón, como tellistas, hemos de perseverar en la comunión y el amor con los necesitados/hermanos/prójimos. ¡AMÉN!

                        


Jesús pidió a Zaqueo hospedarse en su casa. Ofrezcámosle la nuestra.
 Saldremos ganando. Un abrazo. P. Alberto Busto
       
Zaqueo. Hoy las lecturas y la liturgia de la misa nos invitan a la alegría. Reza con alegría el que ha entendido que el cristianismo no es tanto una lista de dogmas, o un catálogo de deberes, ni una organización de instituciones, sino –como lo entendió la primera comunidad- la “buena noticia”. Y una buena noticia se celebra.
            ¿Cuál es esa “buena noticia”’? Muy sencillo: caer en la cuenta de que Dios nos ama. Cuando nos aburren los periódicos, los telediarios, las revistas  con sus páginas negras, abrimos hoy, domingo, el Libro de la Sabiduría y leemos: “Te compadeces de todos, Señor, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”.
            Estamos celebrando la vida. El salmo que sigue a esta primera Lectura de hoy insiste en el mismo tema: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
            Y llegamos al evangelio. San Lucas nos cuenta que en aquel tiempo, cuando Jesús atravesaba la ciudad de Jericó, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús. La gente se lo impedía porque aquel publicano rico era un fruto irremediablemente dañado que había que eliminar y tirar a la basura. Entonces Zaqueo se subió a un árbol porque era bajo de estatura. Jesús le vio y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.
            Zaqueo vive cerrado por el desprecio de los otros y por el propio egoísmo, sin preocuparse mucho del límite entre lo lícito y los deshonesto. Jesús, que ha venido a salvar lo que estaba perdido, se autoinvita a su casa..
            Zaqueo, que ya está tocado por la gracia, no lleva al huésped ilustre –como hacemos nosotros- para que admire los cuadros, los muebles, las colecciones valiosas. Desde el momento en que Cristo entra en su casa, se diría que al propietario todo lo que tiene le fastidia, se convierte en un estrobo insoportable, en un impedimento para “ver” al Maestro.
 Acoger a Dios significa desembarazarse de los ídolos. Zaqueo, puesto en  pie, le dice como saludo a Jesús: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.
            El amor de Jesús a Zaqueo hace que éste empiece también a amar a los demás. Su mirada atrofiada por el egoísmo, se ha curado. Ya no ve a los demás como individuos a explotar. Ahora ve a los otros como hermanos. Y empieza, por primera vez en su vida, a conjugar el verbo “compartir”. Comienza por primera vez a usar las manos no para coger, sino para dar.
            A causa de las riquezas acumuladas, Zaqueo era un excomulgado, un separado. Ahora se convierte en el hombre del encuentro. Y esto sucede, no lo olvidemos, porque Alguien, primero, ha logrado “encontrarle a él” 
            Lo cantan a veces los niños en las misas de Catequesis: “La misa es una fiesta muy alegre, la misa es una fiesta con Jesús”. Y quien a Dios tiene nada la falta. Sólo Dios basta… para ser feliz.


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