miércoles, 30 de octubre de 2013

HALLOWEEN PARA CRISTIANOS II



En Hallowe'en (de All hallow's eve), literalmente la Víspera de Todos los Santos, la leyenda anglosajona dice que es fácil ver brujas y fantasmas. Los niños se disfrazan y van -con una vela introducida en una calabaza vaciada en la que se hacen incisiones para formar una calavera- de casa en casa. Cuando se abre la puerta gritan: "trick or treat" (broma o regalo) para indicar que gastarán una broma a quien no les de una especie de propina o aguinaldo en golosinas o dinero.
Una antigua leyenda irlandesa narra que la calabaza iluminada sería la cara de un tal Jack O'Lantern que, en la noche de Todos los Santos, invitó al diablo a beber en su casa, fingiéndose un buen cristiano. Como era un hombre disoluto, acabó en el infierno.
                                             

Los Disfraces
Europa sufrió durante un largo período de tiempo la plaga bubónica o "peste bubónica" (también conocida como la "muerte negra") la cual aniquiló a casi la mitad de la población. Esto creó un gran temor a la muerte y una enorme preocupación por ésta. Se multiplicaron las misas en la fiesta de los Fieles Difuntos y nacieron muchas representaciones satíricas que le recordaban a la gente su propia mortalidad.


 Estas representaciones eran conocidas como la Danza de la Muerte. Dado el espíritu burlesco de los franceses, en la víspera de la fiesta de los Fieles Difuntos, se adornaban los muros de los cementerios con imágenes en las que se representaba al diablo guiando una cadena de gente: Papas, reyes, damas, caballeros, monjes, campesinos, leprosos, etc..., y los conducía hacia la tumba. Estas representaciones eran hechas también a base de cuadros plásticos, con gente disfrazada de personalidades famosas y en distintas etapas de la vida, incluida la muerte a la que todos debían de llegar.

De estas representaciones con disfraces, se fue estableciendo la costumbre de caracterizarse durante estas fechas.

Obsequio o Truco 
La tradición del "obsequio o truco" (Trick or Treat) tiene su origen en la persecución que hicieron los protestantes en Inglaterra (1500-1700) contra los católicos. En este período, los católicos no tenían derechos legales. No podían ejercer ningún puesto público y eran acosados con multas, impuestos elevados y hasta cárcel. El celebrar misa era una ofensa capital y cientos de sacerdotes fueron martirizados.

Un incidente producto de esta persecución y de la defensa del catolicismo fue el intento de asesinar al rey protestante Jaime I utilizando pólvora de cañón. Era un levantamiento católico contra los opresores. Sin embargo el "Gunpowder Plot" fue descubierto cuando el que cuidaba la pólvora fue capturado y, tras hacerle confesar, terminó en la horca. Esto muy pronto se convirtió en una gran celebración en Inglaterra (incluso hasta nuestros días). Muchas bandas de protestantes, ocultos con máscaras, celebraban esta fecha (los primeros días de noviembre) visitando a los católicos de la localidad y exigiéndoles cerveza y comida para su celebración amenazándolos. Con el tiempo, llegó a las colonias de norteamérica esta tradición que se fue uniendo al halloween.

Podemos entonces darnos cuenta de que el halloween también conforma una combinación de tradiciones, particularmente negativas, que los inmigrantes llevaron a los Estados Unidos; tradiciones que fueron atenuándose poco a poco en Europa pero que se preservaron por la cultura anglosajona establecida en América.

 


Sin embargo, para los creyentes es la fiesta de todos los Santos la que verdaderamente tiene relevancia y refleja la fe en el futuro para quienes esperan y viven según el Evangelio predicado por Jesús. El respeto a los restos mortales de quienes murieron en la fe y su recuerdo, se inscribe en la veneración de quienes han sido "templos del Espíritu Santo"



Como asegura Bruno Forte, profesor de la Facultad teológica de Nápoles, al contrario de quienes no creen en la dignidad personal y desvalorizan la vida presente creyendo en futuras reencarnaciones, el cristiano tiene "una visión en las antípodas" ya que "el valor de la persona humana es absoluto". Es ajena también al dualismo heredero de Platón que separa el cuerpo y el alma. "Este dualismo y el consiguiente desprecio del cuerpo y de la sexualidad no forma parte del Nuevo Testamento para el que la persona después de la muerte sigue viviendo en tanto en cuanto es amada por Dios". Dios, añade el teólogo, "no tiene necesidad de los huesos y de un poco de polvo para hacernos resucitar. Quiero subrayar que en una época de "pensamiento débil" en la que se mantiene que todo cae siempre en la nada, es significativo afirmar la dignidad del fragmento que es cada vida humana y su destino eterno".



La fiesta de Todos los Fieles Difuntos fue instituido por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny en Francia el 31 de octubre del año 998. Al cumplirse el milenario de esta festividad, el Papa Juan Pablo II recordó que "San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la Iglesia universal".

"Al rezar por los muertos -dice el Santo Padre-, la Iglesia contempla sobre todo el misterio de la Resurrección de Cristo que por su Cruz nos obtiene la salvación y la vida eterna. La Iglesia espera en la salvación eterna de todos sus hijos y de todos los hombres".
                                   

         
Tras subrayar la importancia de las oraciones por los difuntos, el Pontífice afirma que las "oraciones de intercesión y de súplica que la Iglesia no cesa de dirigir a Dios tienen un gran valor. El Señor siempre se conmueve por las súplicas de sus hijos, porque es Dios de vivos. La Iglesia cree que las almas del purgatorio "son ayudadas por la intercesión de los fieles, y sobre todo, por el sacrificio propiciatorio del altar", así como "por la caridad y otras obras de piedad".


En razón a ello, el Papa a los católicos "a rezar con fervor por los difuntos, por sus familias y por todos nuestros hermanos y hermanas que han fallecido, para que reciban la remisión de las penas debidas a sus pecados y escuchen la llamada del Señor".

lunes, 28 de octubre de 2013

HALLOWEEN PARA LOS CRISTIANOS I

                                HALLOWEEN PARA LOS CRISTIANOS I:

               


¿Qué significa Halloween?

Halloween significa "All hallow's eve", palabra que proviene del inglés antiguo, y que significa "víspera de todos los santos", ya que se refiere a la noche del 31 de octubre, víspera de la Fiesta de Todos los Santos. Sin embargo, la antigua costumbre anglosajona le ha robado su estricto sentido religioso para celebrar en su lugar la noche del terror, de las brujas y los fantasmas. Halloween marca un retorno al antiguo paganismo, tendencia que se ha propagado también entre los pueblos hispanos.

            Historia breve de Halloween:


 

La celebración del Halloween se inició con los celtas, antiguos pobladores de Europa Oriental, Occidental y parte de Asia Menor. Entre ellos habitaban los druidas, sacerdotes paganos adoradores de los árboles, especialmente del roble. Ellos creían en la inmortalidad del alma, la cual decían se introducía en otro individuo al abandonar el cuerpo; pero el 31 de octubre volvía a su antiguo hogar a pedir comida a sus moradores, quienes estaban obligados a hacer provisión para ella.

   
                             

El año céltico concluía en esta fecha que coincide con el otoño, cuya característica principal es la caída de las hojas. Para ellos significaba el fin de la muerte o iniciación de una nueva vida. Esta enseñanza se propagó a través de los años juntamente con la adoración a su dios el "señor de la muerte", o "Samagin", a quien en este mismo día invocaban para consultarle sobre el futuro, salud, prosperidad, muerte, entre otros.

                    


Cuando los pueblos celtas se cristianizaron, no todos renunciaron a las costumbres paganas. Es decir, la conversión no fue completa. La coincidencia cronológica de la fiesta pagana con la fiesta cristiana de Todos los Santos y la de los difuntos, que es el día siguiente, hizo que se mezclara. En vez de recordar los buenos ejemplos de los santos y orar por los antepasados, se llenaban de miedo ante las antiguas supersticiones sobre la muerte y los difuntos.

                           


Algunos inmigrantes irlandeses introdujeron Halloween en los Estados Unidos donde llegó a ser parte del folclor popular. Se le añadieron diversos elementos paganos tomados de los diferentes grupos de inmigrantes hasta llegar a incluir la creencia en brujas, fantasmas, duendes, drácula y monstruos de toda especie. Desde ahí, se ha propagado por todo el mundo.

                            


El 31 de octubre por la noche, en los países de cultura anglosajona o de herencia celta, se celebra la víspera de la fiesta de Todos los Santos, con toda una escenografía que antes recordaba a los muertos, luego con la llegada del Cristianismo a las ánimas del Purgatorio, y que ahora se han convertido en una ensalada mental en la que no faltan creencias en brujas, fantasmas y cosas similares.

                                 


En cambio, en los países de cultura mediterránea, el recuerdo de los difuntos y la atención a la muerte se centra en el 2 de noviembre, el día siguiente a la celebración de la resurrección y la alegría del paraíso que espera a la comunidad cristiana, una familia de "santos" como la entendía San Pablo.
              



Diversas tradiciones se unen, se mezclan y se influyen mutuamente en este comienzo de noviembre en las culturas de los países occidentales. En Asia y Africa, el culto a los antepasados y a los muertos tiene fuertes raíces pero no está tan ligado a una fecha concreta como en nuestra cultura.

 


Halloween no tiene nada que ver con nuestro recuerdo cristiano de los Fieles Difuntos, y que todas sus connotaciones son nocivas y contrarias a los principios elementales de nuestra fe.

                 




miércoles, 23 de octubre de 2013

LA FUERZA DE LA ORACIÓN.

14 Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido 15 y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 16 Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su Reino, que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina, pues vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. 2 Timoteo 3:14 - 4:5

Señor, me reconozco incapaz de transmitir positividad a los que me rodean.
Estoy agotado. Mi cuerpo renquea. Mi mente no está tan lúcida como quisiera.
Mi trabajo empieza a ser una rueda sin alma. Me siento el asno tras la zanahoria, dejando una huella tan profunda, y perfecta, como inútil.
Señor, Tú siempre has estado a mi lado, aun en las circunstancias más difíciles, y ahora no alcanzo a verte más allá de cómo una sombra, un eco en los que me rodean.
Perseveramos en la oración, sin hora ni espacio para compartirla, pero no nos fortalece, no nos renueva, porque no te la ofrecemos en Comunión.

Señor, te necesito. No me abandones. 

Gracias, Señor, por mi debilidad, por la fragilidad del terreno que piso. Sabes que me crezco ante la dificultad. Mi esperanza es alcanzar el corazón de los que me acompañan en el camino y llevarlos hacia Ti.
Gracias, Señor, por las pruebas que paso cada día, por los desiertos donde predico y por la noria en la que doy vueltas. Sin Tu ayuda estoy perdido.
Gracias, Señor, por mi inutilidad, mi necesidad y mi abandono, porque me hacen humilde y no orgulloso, sabio y no redicho, palabra para compartir y no palabra para dominar,
Gracias, Señor, por dejarme ser tu susurro y tu altavoz, cada semana en esta oración.

LA PALABRA: Lucas 18,1-8


Les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: «Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella misma ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: `¡Hazme justicia contra mi adversario!' Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: `Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de una vez de importunarme.'»
Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; pues, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? ¿Les hará esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

 El auxilio nos viene del Señor. Con la oración nos hacemos
 invencibles. Y rezar es hablar con nuestro padre Dios. ¿Probamos?

“El auxilio me viene del Señor”  Aunque nos cueste reconocerlo, la verdad es que nosotros solemos acudir a Dios como último recurso, cuando ya humanamente no hay nada que hacer. El salmo responsorial de la misa de hoy nos lo recuerda: “El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
Nos leían en la primera Lectura: “En aquellos días Moisés atacó a Amalec. Y a Moisés, hombre de Dios, se le ocurrió una estrategia muy común en él: se puso  en oración con las manos en alto. Mientras las tenía así, vencía. Y fue de este modo como ganó la guerra. “Levanto mis ojos a los montes –continúa el texto del salmo responsorial-. ¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
El evangelio nos propone la imagen de un hombre del que no se puede esperar nada. Inaccesible, insensible. Las súplicas más angustiosas rebotan contra aquella armadura de dureza imposible de vencer. De otra parte, la imagen de una viuda, imagen de la debilidad desarmada. Privada de apoyos, desprovista de recomendaciones. La batalla, a primera vista, parece perdida. La debilidad indefensa no tiene posibilidad alguna de triunfar sobre la fuerza arrogante y sobre l indiferencia impenetrable.
 A pesar de todo, la pobre mujer no se arredra. Va a ver al juez una, diez, veinte veces. Lo aborda apenas se pone a tiro. Y no se cansa frente a los desplantes. Lo persigue, lo acosa, le rompe los oídos. Al final él tiene que capitular. No aguanta más estos lamentos. Y decide hacer justicia a la mujer para quitársela de en medio. En realidad la viuda había intuido que el juez invencible tenía un punto débil. Precisamente su egoísmo, su deseo de no ser molestado. La insistencia de la solicitante termina por aburrir al representante de la ley. La debilidad ha prevalecido sobre la fuerza.
No hemos de tener miedo a nuestra debilidad. Al contrario, tenemos que alegrarnos de ella. No nos desanimemos a causa de nuestra impotencia. No nos dejemos impresionar por las dificultades “invencibles”. El arma decisiva la tenemos nosotros en la oración precisamente. La pobre  viuda tenía ante sí a un juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Cuando nosotros rezamos no nos escucha un juez insensible, sino un padre que se deja herir  por el grito de sus hijos.
No, no es la debilidad contra la fuerza. Es una debilidad (la nuestra) contra otra debilidad (la de Dios. Y nada más vulnerable que un Dios que ama). Dios, a diferencia del juez perezoso, no nos oye para no ser molestado más. Él, al contrario, ama nuestra insistencia fastidiosa. Agradece nuestras demandas machaconas. Desea ser importunado: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá”.
No tenemos que rendirnos al cansancio. El mismo Jesús nos enseñó con su ejemplo a rezar con pereseverancia: en el desierto oró con insistencia. Y más tarde los cristianos son asiduos en la oración. ¿Por qué esta insistencia en la oración? Porque el evangelista San Lucas que es el autor del evangelio de hoy, prevé que la Iglesia ha de vivir tiempos difíciles. Correrá el peligro de perder su fe, su confianza, su esperanza. Es rezando como se llega incluso a dar la vida gustosos por Cristo, como lo hicieron los 522 mártires que eran declarados beatos el pasado domingo.  
Nos lo dijo el propio Jesús: “Legarán tiempos en que os perseguirán, os echarán mando. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

REFLEXIÓN
Afirman los biblistas que uno de los temas más sobresalientes de todo el evangelio de Lucas es el de oración. Y es verdad. Quizá más que los otros tres, el evangelista médico nos presenta esta faceta de la personalidad de Jesucristo. Y abundan también las enseñanzas de nuestro Señor sobre este argumento.

Hace algunos meses reflexionábamos en el Padrenuestro, en la parábola del amigo inoportuno y en la exhortación de Jesús a la oración confiada y perseverante al Padre celestial. Y ahora vuelve nuevamente sobre el tema en este domingo, hablándonos de la parábola del juez inicuo y de la viuda.

Es muy interesante lo que nos dice el mismo san Lucas al inicio de esta exhortación: “Jesús –nos refiere— para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. El objetivo está bastante claro: quiere enseñarnos a orar siempre y con perseverancia, y a no cansarnos ante las dificultades, incluso cuando parezca que Dios no escucha nuestras plegarias.

Esta historia resulta bastante sugerente. Nuestro Señor nos presenta a un juez inicuo, sin escrúpulos, despreocupado, injusto y sin ningún temor de Dios ni de los hombres. Y había también una pobre viuda, que acudía a él con frecuencia y le pedía que le hiciera justicia. El juez, altanero e irresponsable, al principio se negó y le dio largas al asunto. “¡Total, se trata de una pobre mujer, y además viuda!” –tal vez pensaría ese juez injusto—. En Israel, como en todo el antiguo Oriente, los huérfanos y las viudas eran el símbolo de la debilidad, pues no contaban con un padre o un esposo que pudiera protegerlos y velar por ellos. Tal vez por eso aquel juez se sentía seguro en su indolencia.

Sin embargo, aquella mujer le seguía insistiendo. Y es impresionante la descripción que nos hace Jesús de ese juez: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres –se dijo— como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. Y es el mismo Señor quien pondera la actitud y la respuesta de este desalmado. Y enseguida viene la pregunta y la aplicación de Jesús: “pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan de día y de noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”.

Está claro que Dios escuchará nuestras plegarias sólo si nosotros somos perseverantes y no nos cansamos de presentarle nuestras peticiones. Por supuesto que Dios no se identifica, absolutamente, con ese juez. La parábola nos impresiona por el contraste: si aquél, siendo tan canalla, atiende a la viuda porque se lo pide hasta hartarlo, ¿cómo no hará caso nuestro Padre celestial a las súplicas que le dirigimos, si Él es infinitamente bueno y generoso?

Pero cabría ahora preguntarnos si nosotros, efectivamente, somos perseverantes en la oración, o si desistimos después de dos o tres intentos. Se cuenta que un joven sacerdote que trabajaba en una parroquia cercana a Ars, fue un día a desfogarse con el santo Cura y a expresarle toda su amargura porque, no obstante todo el trabajo pastoral que realizaba, sólo veía escasos frutos en las almas. Y se lamentó: “¡He hecho todo lo posible, pero no veo ningún fruto!”. A lo cual, el cura de Ars le respondió: “¿Has hecho realmente todo lo posible? ¿De verdad rezas con toda el alma a Dios? ¿Has pasado noches en oración pidiendo al buen Dios que te ayude?”.

Debemos aprender la lección. Tal vez nos contentamos con pedirle a Dios una o dos veces aquello que necesitamos, y ya. Pero Jesús nos enseña una cosa muy distinta. Nos viene casi a decir que Dios quiere que lo “hartemos” con nuestras súplicas; que Él quiere que insistamos en la oración y no nos preocupemos si podemos resultarle “cansones”, pues así probamos la fe, la confianza y el amor filial que le tenemos.

Pero, para ello, necesitamos de una fe muy grande y muy viva en Dios nuestro Padre; y una fe en que, aquello que le pedimos, nos lo va a conceder. Y es lo que Jesús nos dice al final del evangelio de hoy: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Es una pregunta muy fuerte e impresionante. Al menos, ¿tenemos nosotros esa fe que nos pide nuestro Señor? ¿es tan grande nuestra fe que es capaz de iluminar las tinieblas del mundo en que vivimos y de alimentar la fe de los demás?...... Ojalá que sí. Pidámosle hoy a Jesús esa gracia. P. Sergio Cordova 




miércoles, 16 de octubre de 2013

FE + CARIDAD = MISIÓN... ¡BIENVENIDOS AL CORAZÓN DE LOS TELLISTAS!



          

 Ya están las obras de las HMMI con los carteles, las pegatinas, los folletos y los sobres repartidos. Llega el DOMUND 2013 a nuestras comunidades como un viento cálido en mitad del otoño.
Trae un mensaje tellista bajo el brazo. Un particular "UBUNTU" misionero.
Un gesto, sencillo para  nosotros, ha de servir para que otros tengan su pan, su pozo, sus libros, su silla de ruedas. Una suma que da como resultado un mandato del Señor: "Id y predicar el Evangelio". Pero no solo de palabra, si no conjugando el verbo AMAR.


La IGLESIA MISIONERA, que es UNA y TODA, se fija en las comunidades más necesitadas e intenta paliar estas carencias, en la medida de sus posibilidades.




Nosotros, desde nuestras comunidades tellistas, estamos llamados a realizar LA MISIÓN COMPARTIDA.
Que sea  este tiempo del DOMUND acicate para nuestra fe y semillero de esperanza.
¡PONGÁMONOS EN CAMINO!
¡ADELANTE,ADELANTE!
¡AMÉN!




¡DAR GRACIAS A DIOS POR LOS DONES RECIBIDOS!



El grito  “UBUNTU”, “VIVO PORQUE TU VIVES”, está en boca Mártires, Beatos y Santos. Es la piedra angular de su CAMINO. Es su particular manera de dar GLORIA A DIOS por los DONES RECIBIDOS. Esta es la única manera de conjugar el verbo AMAR para los creyentes. 
¡PONGÁMONOS A ELLO! ¡AMÉN!

LA PALABRA: Evangelio según San Lucas  17, 11-19.
11Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, 12y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13y, levantando la voz, dijeron:
¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
14Al verlos, les dijo:
Id y presentaos a los sacerdotes.
Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
15Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
                     

17Tomó la palabra Jesús y dijo:
¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?
19Y le dijo:
Levántate y vete; tu fe te ha salvado.



¡Gracias! Somos más dados a pedir que a agradecer. Pensemos, por ejemplo cuándo rezamos con más intensidad: cuando pedimos: “Señor, que salga bien de la operación; Señor, cúrame”. Y cuando conseguimos esa gracia se nos acaban las prisas. O nos olvidamos de dar gracias a Dios. Y sin embargo a Él le encanta nuestro agradecimiento. Y nos vuelve a premiar.
        El evangelio de hoy es un relato en el que aparecen diez leprosos a los que cura Jesús. Diez, pero sólo uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó a los pies de Jesús, dándole gracias.
        A los otros nueve leprosos que no han sabido dar las gracias no se les retira la curación. Pero su don queda empobrecido por falta de gratitud, porque no desemboca en la fe. Los otros nueve está “curados”, mientras él ha sido salvado: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado”.
        Jesús aprecia al hombre que manifiesta gratitud, que sabe abrirse al estupor, a la sorpresa, y por tanto a la gratitud. Porque son muchos los favores, los regalos que Dios nos hace cada día, pero ya nos hemos acostumbrado a ellos. El escritor Chesterton observa con amarga ironía cómo nosotros, una vez al año agradecemos a los Reyes Magos los regalos que encontramos en los zapatos que hemos puesto en el balcón. Pero nos olvidamos de dar las gracias a Aquel que todas las mañanas nos da los pies para meterlos en los zapatos.
        ¿Y cuál es la mejor manera de dar gracias al Señor? La mejor manera es celebrar la vida. Dios se complace en las personas que “hacen funcionar sus dones. Que no los dejan cubrir por el polvo de la costumbre y del aburrimiento.
        Cada uno de nosotros tiene una misión “eucarística”. Debemos hacer memoria de los dones de Dios y celebrarlo por medio del canto, de la alegría y de la fiesta. Y este oficio no se agota en la oración litúrgica, sino que se extiende a la totalidad de la existencia cotidiana. Todas nuestras accione deben celebrar los beneficios de Dios. También una sonrisa puede ser un gesto litúrgico. La alegría debe ser la manifestación de nuestra estima por algo valioso.
        No lo olvidemos: un aspecto característico de la gratitud es la alegría de vivir. El agradecimiento que Dios espera de nosotros es nuestro aprecio, nuestro abrirnos a la sorpresa, a la alegría, a la alabanza, a la celebración de sus prodigios.
        Ciertas personas piadosas, perennemente enfadadas, escayoladas en la seriedad, con un aspecto lúgubre, incapaces de un saludo o de una sonrisa espontánea dan la sensación de que está participando en los funerales de los dones de Dios.Y sin embargo la mejor manera de decir gracias al Señor es celebrar la vida. Dios agradece la postura de las personas que hacen funcionar sus dones. Que no los dejan cubrir con el polvo de la costumbre o del aburrimiento.
        No todo se paga con dinero. Del tendero exijo que en la factura me ponga el sello de “pagado”. A Dios le pido la garantía de que “la cuenta quede abierta.”
        Hay algo peor que no tener nada que pedir. Y es no tener ya nada por lo que decir: ¡gracias! (Alberto, párroco de Santa Gema)


          1. ASOMBRO  ADMIRACIÓN.
Su comienzo viene a recordarnos que seguimos en perspectiva de camino o, lo que es lo mismo, que Lucas sigue ofreciéndonos actitudes características de un caminar en cristiano. Hoy lo hace a través de un relato exclusivo de este autor. Diez leprosos solicitan de Jesús compasión. Lo hacen a distancia, debido a su condición de enfermos contagiosos e inhabilitados para la convivencia social. Lo que sigue a continuación tiene la impronta del tercer evangelista. Jesús envía a los leprosos a la instancia sanitaria para que ésta certifique su curación y permita a los curados su incorporación a la convivencia social. Obsérvese que Jesús no les dice que estén curados, sino que se presenten a los sacerdotes. Los leprosos se fían de Jesús. Lucas presenta, pues, el milagro como fruto de la confianza y de la disponibilidad de los leprosos. Confianza en la palabra de Jesús, aun en contra de la evidencia externa. Esta es la impronta de Lucas.
El relato, sin embargo no finaliza aquí. En realidad todo lo anterior es sólo preparación y está subordinado a lo que sigue.
Lo verdaderamente importante y significativo en el relato de hoy son los próximos vv. 15-18. Uno de los curados reconoce públicamente el favor de Dios y retorna a Jesús para darle gracias.
Llegado a este punto del relato, Lucas interrumpe la narración para puntualizar la procedencia del curado. "Este era un samaritano". Esta puntualización constituye el dato central del relato. En contexto judío decir samaritano era decir proscrito, excluido de la casa de Israel, es decir, del Pueblo de Dios.
Tras la puntualización Lucas rehace el hilo narrativo con tres preguntas de Jesús. Las tres poseen una carga de extrañeza y de desencanto. Pero en el contexto del relato sirven para realzar el significativo gesto de un proscrito según los hombres.
El título tradicional del relato habla de curación de diez leprosos. Cabría preguntarse si no habría que titularlo más bien "el samaritano agradecido". La figura del samaritano agradecido resalta, con todos sus perfiles, sobre la inexplicable ausencia de los otros nueve. ¿Es que acaso estos otros nueve se consideraban con derecho a la curación por ser miembros del Pueblo de Dios? Lo que Lucas deja en claro es que sólo uno, y éste un proscrito, experimentó su curación como un don y no como un derecho. Esta es su fe y esta es su salvación, como declara Jesús en la frase conclusiva.
                       
Comentario: Con nuevos matices el texto incide en la temática del domingo pasado. El matiz fundamental lo aporta el personaje. No se trata en realidad de alguien nuevo en la obra de Lucas. Al comienzo de la sección del camino nos encontrábamos con el buen samaritano, cuya actitud contrastaba con la del clero. En ambos casos se da el mismo contraste de comportamiento, en detrimento siempre de los miembros del Pueblo de Dios. Cabe, pues, hablar de una llamada de atención por parte de Lucas a los miembros del Pueblo de Dios. Caminar en cristiano pueden hacerlo también personas a quienes no se les tiene por miembros del Pueblo de Dios. A la inversa, miembros reconocidos como tales pueden no tener un caminar cristiano.
En la línea del domingo pasado, una característica de este caminar es la fe. En consonancia con la primera parte del texto la fe aparece como un fiarse de la palabra de Jesús. Pero como ya hemos visto, no es esta dimensión de la fe la que Lucas quiere resaltar hoy. Le interesa más la fe en cuanto apertura asombrada a Dios. Se trata de una dimensión fundamental en toda relación interpersonal. Asombrarse es reconocer y admirar en el otro todo lo que de bueno y valioso hay en él, independientemente de lo bueno y valioso que pueda haber en uno mismo. El asombro jamás establece comparaciones; es admiración absoluta y sin paliativos del otro.
El texto presenta al samaritano alabando a Dios. Jesús dice de él que es el único que ha vuelto para dar gloria a Dios. Alabar y dar gloria a Dios son expresiones equivalentes que designan el asombro ante Dios, su reconocimiento y admiración totales.Si toda relación interpersonal tiene algo de salvadora, esto es total en la relación con Dios. De ahí las palabras de Jesús al samaritano: "Tu fe te ha salvado". (Alberto Benito.) 

lunes, 14 de octubre de 2013

MÁRTIRES DE LA FE... ¡SEMILLAS QUE DAN FRUTO!


Mártir


"Retablo de los mártires" de artista mexicano Mauricio García Vega.
Un mártir (del griego «μάρτυρας», «testigo») es una persona que sufre persecución y muerte por defender una causa, 
generalmente religiosa, o por renunciar a abusar de ella, con lo que da «testimonio» de su creencia en ella.

 En el mundo occidental de tradición cristiana, la palabra tiene históricamente connotaciones religiosas, pues se ha 
considerado que un mártir era una persona que moría por su fe religiosa, y en muchos casos era torturada hasta
la muerte. Los mártires cristianos de los tres primeros siglos después de Cristo eran asesinados por sus convicciones
 religiosas (a veces eran crucificados como Cristo) de la misma manera que los prisioneros políticos romanos o arrojados
a los leones en un espectáculo circense
Sin embargo, algunos historiadores de la Iglesia, como por ejemplo John Fletcher y Alfonso Ropero afirman
que ha habido más mártires cristianos en el siglo XX que en el conjunto de los diecinueve siglos anteriores.

La Ermita del Cerro en San Fernando (Cádiz).
. 

 









PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO PARA LA BEATIFICACIÓN DE 522 MÁRTIRES ESPAÑOLES.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días
Me uno de corazón a todos los participantes en la celebración, que tiene lugar en Tarragona, en la que un gran número de Pastores, personas consagradas y fieles laicos son proclamados Beatos mártires.
¿Quiénes son los mártires? Son cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel «amar hasta el extremo» que llevó a Jesús a la Cruz. No existe el amor por entregas, el amor en porciones. El amor total: y cuando se ama, se ama hasta el extremo. En la Cruz, Jesús ha sentido el peso de la muerte, el peso del pecado, pero se confió enteramente al Padre, y ha perdonado. Apenas pronunció palabras, pero entregó la vida. Cristo nos “primerea” en el amor; los mártires lo han imitado en el amor hasta el final.
Dicen los Santos Padres: ¡«Imitemos a los mártires»! Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestra pereza, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más lo necesitan.
Imploremos la intercesión de los mártires para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras; para no ser cristianos mediocres, cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia, ellos no eran barnizados eran cristianos hasta el final, pidámosle su ayuda para mantener firme la fe, aunque haya dificultades, y seamos así fermento de esperanza y artífices de hermandad y solidaridad.
Y les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.