lunes, 18 de noviembre de 2013

PERSEVERAR EN EL AMOR...UN CAMINO MUY TELLISTA HACIA LA SALVACIÓN.




¡Pobres de nosotros, “cortoplacistas” de profesión, por necesidad, imposición o dejadez!
¡¡¡LA PERSEVERANCIA HASTA EL FINAL ES LA SALVACIÓN!!!
Persevera quien permanece; alcanza el final quien reconoce la meta; recibe la salvación quien acoge al Salvador.
De aquí el “NO TENGÁIS MIEDO” de JUAN PABLO II.
De aquí el “¡ADELANTE, ADELANTE! de nuestra MATILDE.
(Incluso el pragmático CELA con su “EL QUE RESISTE, GANA”, me valdría.)
En mi ignorancia de fe, me habéis oído utilizar estas expresiones infinidad de veces, pero, a medida que esa fe anida más, y mejor, en nosotros, estas expresiones se vuelven seña de identidad. Son nuestro escudo y nuestra espada en el campo de batalla que es nuestra vida diaria. Esa vida en la que el tiempo es una soga que nos esclaviza, porque no llegamos, no cumplimos las expectativas, no tenemos un minuto para respirar, pararnos y descubrir el amor en todo lo que nos rodea.
Por esta razón, cuando Jesús habla del fin de los tiempos, nos está anunciando la salvación, es decir, la victoria de la armonía creada, esa que no tenemos tiempo ni para descubrir, sobre  todas las calamidades que nos ocurren, sobre la revuelta de la naturaleza que nunca se adapta a nuestra voluntad por muchos conocimientos y precauciones que tengamos, de la paz sobre la guerra, de la convivencia sobre la persecución, del amor sobre el odio.
Cristo anuncia el triunfo del reinado de Dios sobre el desorden introducido por el pecado de los hombres.
Y para perseverar nos invita a mantenernos en su Palabra, a permanecer en su amor, a cumplir sus mandamientos, a extender su misión evangelizadora y a no dejarnos arrebatar la esperanza.
No me digáis que no es un planazo para el camino. ¡Sencillo! ¡Fácil! ¡AMÉN!

LA PALABRA: Lucas 21:5-19

5  Algunos de sus discípulos fueron Comentando acerca de cómo el templo estaba adornado de hermosas piedras y con ofrendas dedicadas a Dios. Pero Jesús dijo: 6  "En cuanto a lo que se ve aquí, llegará el día en que no quedará piedra sobre otra; cada una de ellas no sea derribada ".



7  "Maestro", le preguntaron: "¿cuándo sucederá eso? ¿Y qué será la señal de que están a punto de suceder?" 


8  Y él respondió: "Mirad que no seáis engañados. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: "Yo soy", y: "El tiempo está cerca." No seguirlas. 9  Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no se asusten. Estas cosas tienen que suceder primero, pero el fin no vendrá enseguida. "




10  Entonces él les dijo: "Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. 11  Habrá grandes terremotos, hambres y pestilencias en varios lugares, y habrá terror y grandes señales del cielo."


12  "Pero antes de todo esto, van a aprovechar y os persiguen. Ellos os entregarán a las sinagogas y te ponen en la cárcel, y se llevarán ante reyes y gobernadores, y todo a causa de mi nombre. 13  Y le dan testimonio de mí. 14  Pero tengan en cuenta que no se preocupe de antemano cómo van a defenderse. 15  Porque yo os daré palabras y sabiduría que ninguno de vuestros adversarios podrá resistir ni contradecir. 16  Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros a la muerte. 17  Todo el mundo los odiará por causa mía. 18  Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. 19  Manténganse firmes, y que va a ganar la vida.



El reino de Dios es el nuestro, Démosle a conocer. Saludos cordiales. P. Alberto Busto.

Perseverantes hasta el final. Ya no recuerdo cómo se llamaba, pero hubo un papa del que cuentan que en cierta ocasión, hablando con los cardenales, les hizo esta pregunta, aparentemente tan sencilla de responder: ¿Cuáles son las cualidades esenciales de la Iglesia? Uno de los cardenales le respondió: que sea una, santa, católica, apostólica y romana.
            El Papa le corrigió: que la Iglesia sea romana no es esencial. Sí lo es que sea una, santa, católica, apostólica y perseguida.
            Como perseguido fue su fundador desde que nació hasta que al final de sus días fue crucificado, muerto y sepultado. Su madre, la Madre de Jesús, tuvo que huir con él en brazos a otro país porque el rey (Herodes) ya le buscaba, tan chiquitín, para matarlo.
            Su muerte, la muerte de Jesús, fue la más ignominiosa. Murió con el castigo que se imponía a los más criminales: clavado en una cruz. Y todo porque vino del cielo, lleno de ternura y de amor al hombre, a inaugurar en la tierra el reino de los cielos.

                                  


            Los ángeles lo cantaron en Belén y nosotros vamos a repetirlo esta Navidad: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. 
            Cuando rezamos el rosario los jueves recordamos en el tercer misterio: “El anuncio del reino de Dios”. A eso vino Jesús al mundo. A pedir que pongamos fin a las guerras, al odio, a las desigualdades espantosas entre ricos y pobres, a inaugurar una nueva era (la de Cristo, la era cristiana).
            A Jesús este esfuerzo le costó la vida. A sus seguidores, también. Pero qué consoladoras las palabras finales del evangelio de este domingo, el que precede precisamente a la gran fiesta de Cristo Rey: “Os perseguirán entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes  y gobernadores por causa de mi nombre. No preparéis vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Todos os odiarán por causa de mi nombre, Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

                                 


            Dentro de un instante vamos a hacer profesión de fe.
            Creer en Jesús es creer en lo que él creyó: que la fuerza y el poder de Dios anima todo esfuerzo de superación del hombre, y está presente en su más radical experiencia de limitación y desesperanza, provocándole al deseo y a la conquista de lo inaudito desde las cenizas de la propia impotencia.
            La fe en Jesús convoca al hombre a realizar en su vida la experiencia de Dios que vivió Jesús y que se expresa en todo acto de amor y de perdón, y le fuerza a descubrir y aceptar el proyecto de Dios sobre la propia existencia y sobre la convivencia humana.
            Consta en el evangelio. Jesús, llevado ante los tribunales, oye que le preguntan: ¿luego tú eres rey? La verdad es que con aquel aspecto de hombre despreciado y perseguido no lo parecía en absoluto. Pero tiene una respuesta que lo aclara todo, que disipa todas las dudas: “Mi reino no es de este mundo”
            Alegrémonos. El reino de Dios es el nuestro. Tratemos de extenderlo entre los hombres. Tratemos de vivirlo. Porque entre, otras cualidades, no tiene fin. Y eso es lo que nosotros buscamos precisamente. Proclamémoslo en voz alta

Hoy me tomo la licencia de terminar con una broma de consumo interno entre los profesores de primaria del San José. El espíritu espartano parece que no tuviera mucho que ver con el espíritu tellista, pero los valores del amor a la familia, la perseverancia y el trabajo codo con codo, hacen que para nosotros sí haya relación.
¡ÁNIMO, MARGARITA!¡ÁNIMO, MARIO!




“SOLO ME ARREPIENTO DE NO HABER TENIDO MÁS TIEMPO… ¡Aú, aú, aú!” ¡AMÉN!

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