domingo, 25 de enero de 2015

25 de enero:«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»

CRECER CREYENDO:

  
Mc (1,14-20):

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. 
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. 
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» 
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Palabra del Señor


COMENTARIO:

San Marcos, nos sitúa en este relato en un tiempo en el que Juan Bautista está preso. Al mismo tiempo no hace suponer que Jesús está en la vida pública. De mismo modo, nos presenta un esbozo de lo que va a ser la misión de Cristo.
Jesús se dirige a Galilea, es el segundo viaje, el primero lo hizo cuando aún no encarcelaban a Juan Bautista. San Marcos, nos hace una síntesis de la predicación de Jesús, «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

El establecimiento del pleno reinado de Dios, anunciado en las profecías, ya llegaba. Era la misión de Jesús al ir a “sembrarlo” por toda Galilea.
Ante esta expectativa e inminencia, Jesús nos pide dos cosas: “arrepentirse”,(conviértanse) en el sentido de cambiar de modo de pensar, dejando la mala conducta moral y lo que pudiesen ser prejuicios de interpretación “tradicional” sobre el Mesías y “creed en el Evangelio,” crean en la “Buena Noticia”, que Jesús va a enseñar. Será la fe que salva (Mc 16:16).
Al proclamar la “Buena Noticia de Dios”, se anuncia con claridad y sin equívoco, la liberación de cuanto pueda oprimir al hombre, así liberado, se convierte en alguien que transmite la liberación a los demás. Dios no llama a todos a proclamar esta Buena Noticia.
En la segunda parte de este fragmento del Evangelio, San Marcos nos presenta la vocación de los primeros discípulos, Simón (Pedro) y Andrés, Santiago (hijo de Zebedeo) y Juan.
San Marcos nos añade un dato de interés, “ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron”. Esto puede significar que dentro de la modestia de pescador de Galilea, tenía más recursos para pescar, por eso tenían jornaleros, que eran pagados para hacer esta faena.
No debemos vivir para la cosas, debemos hacerlo para los hombres y en primer lugar para Dios. Es decir las cosas sirven, pero no para adorarlas, las cosas están en orden a los hombres y los hombres en orden a Dios.
Inmediatamente al oír de Jesús “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres», Pedro y Andrés dejaron sus redes y lo siguieron. Para ellos, la redes eran toda su herramienta de trabajo, por ellas lograban su sustento. Sin embargo no dudaron y siguieron a Jesús. Así, Jesús, prolonga a través de los hombres su predicación. Hombres elegidos para ser profetas y sus apóstoles.
Según entendemos los que nos relata San Marcos, Pedro y Andrés respondieron de inmediato, y Santiago y Juan, dejaron a su padre, así nos indica que para seguir a Jesús, se debe renunciar a todo aquello que se opone a su seguimiento.
Pero también hay algo muy importante para todos nosotros, las características de los discípulos elegidos por el Señor. Esto nos sirve para que no tengamos temor y no pensemos que tenemos que superdotados en conocimientos para seguir a Jesús. El eligió a hombres humildes, pobres, sencillos, sin una gran formación académica, sin influencias, talvez, así nos imaginamos a Pedro, “rudos”, sin formación teológica, porque los hombres no se arrepienten ni se convierten con argumentos y palabras humanas, sino que por la gracia de Dios.
Entonces, nosotros, somos hombres predilectos del Señor, descubramos en nosotros mismos ese llamado, con la misma rapidez que los apóstoles y sigamos tras los pasos de Jesús. Nuestro apostolado, exige menos renuncia que el de los apóstoles y lo podemos ejercer del mismo lugar en el cual nos desempeñamos, en el trabajo, la escuela, el vecindario, la familia y los amigos.
Tenemos la gran oportunidad de seguir a Jesús, hagámoslo íntimamente en lo personal, y como apóstol entre los hombres.
Por comprender esto, “Gracias Señor”.  Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

Salmo
Sal 24,4-5ab.6-7bc.8-9

R/.
 Señor, enséñame tus caminos

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

REFLEXIÓN:

Debe ser cosa de la edad… ¡Me duelen las rodillas por el frio! Pero es un dolor que limpia, que salva. No me digáis por qué tengo esa sensación, pero la tengo. Nos hemos transformado en una compañía de catarros, afonías, estómagos delicados, vientres licuados y huesos chirriantes. ¡Los hermanos virus haciendo de las suyas! Quizá por eso, cuando nos cruzamos las miradas en los pasillos sentimos la fuerza del que mejor está, que nos anima a sobreponernos o, si no estamos para nada, nos invita a mirar por uno mismo. (Para poder ser para los demás hay que estar bien, y la cama y el reposo no es ningún desdoro habiendo necesidad).
Así que en manos de La Virgen y de María Briz, nos encomendamos, para que poco a poco todos salgamos adelante… ¡Siempre adelante!

 

Desde la plaza de Briviesca, como desde otros muchos lugares, esta semana, se hace presente la belleza del frio. La fuerza de la naturaleza que nos recuerda nuestra debilidad. Refugiados en el hogar, esperando a que el mal tiempo pase, quiero hacer visibles ante nuestros ojos a los que no  tienen esa posibilidad. Esos que nos cruzamos por la calle, invisibles a la mayoría. Un BUENOS DÍAS, a veces hace más que la limosna. O esa es mi ESPERANZA, pues en ellos nos cruzamos todos los días al SEÑOR.


Quiero terminar  dando una clave: nuestra red de pescadores de hombres es LA PALABRA. Pero, como Tellistas, lo que provoca esa VERDAD es la ACCIÓN, que  nos coloca MANOS A LA OBRA.

Por eso son frutos de la lectura del EVANGELIO, los abrazos, la palmada en la espalda, el consuelo, el ánimo, las bromas, el consejo, el diálogo, el consenso, la sinceridad, etc.

Todos los gestos y palabras que NOS HERMANAN, porque nos permiten hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro, de escuchar y ver lo que otros perciben como ruido o cámara rápida.
Quizá, sin pretenderlo, este sea EL MAYOR ACTO DE AMOR de cada día.

Si a esto le añades que cada uno ha de aportar su experiencia personal a este ACTO, te sale un mismo mensaje (“No estás solo. Estamos a tu lado. Eres realmente importante para la comunidad”.) con infinitos tonos. (Me viene a la cabeza Miliki haciendo música con vasos de agua para que me comprendáis. No todos los vasos contienen la misma cantidad de agua, pero todos producen una nota y en conjunto crean una melodía. El que nos toca a nosotros para que sonemos es DIOS, por medio del prójimo y el que mantiene el nivel de agua, nuestra nota, es el ESPÍRITU.)

Y es nuestra MELODÍA (Oración- Acción- Servicio), lo que quiero poner en valor hoy.

 

Somos “EL CARILLÓN DE LOS VALORES DE MADRE MATILDE” en el siglo XXI.

¡Que no nos cansemos de sonar!
¡Que no nos cansemos de soñar!

PAZ Y BIEN.
NO TENGÁIS MIEDO.
¡ÁNIMO Y ADELANTE!


18 de enero:«Venid y lo veréis.»

CRECER CREYENDO:  



Jn (1,35-42):

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» 
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. 
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» 
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» 
Él les dijo: «Venid y lo veréis.» 
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. 
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Palabra del Señor


COMENTARIO:

Después del tiempo de Navidad iniciamos el tiempo ordinario. Así llamamos en la liturgia a un conjunto de semanas en las que vamos recordando y celebrando los diversos misterios de la vida de Jesús. A partir del domingo 25 la Iglesia propone la lectura del evangelio de san Marcos (Ciclo B). Hoy, como excepción, el evangelio es de san Juan y nos invita a meditar sobre nuestro encuentro con Jesús.
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: -«Éste es el Cordero de Dios.»
Estamos en el capítulo 1 del evangelio de san Juan; no nos han dicho nada del nacimiento de Jesús ni de su infancia y, de golpe, entramos en este texto en el que nos presentan a Jesús a través del testimonio de algunos discípulos.
Dar testimonio significa decir lo que hemos visto y oído. En estos tiempos vemos y oímos tantas cosas a lo largo del día que difícilmente podemos comprender la importancia del testimonio. En tiempos de Jesús, como ya hemos dicho otras veces, bastaba que dos varones dieran el mismo testimonio sobre algún hecho para que se considerara cierto. A través del testimonio se podía liberar o culpar a alguien, incluso castigarle con la pena de muerte.
San Juan Bautista tuvo muchos discípulos; en algunas zonas fue más conocido que el propio Jesús. Ahora el evangelista nos presenta a discípulos de Juan que pasan a ser discípulos de Jesús. Este gesto era muy importante en las primeras comunidades, era como una invitación a hacer lo mismo, un guiño a los discípulos de Juan (que ya había muerto hacía años) para que se incorporaran a las comunidades cristianas.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Él se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
-« ¿Qué buscáis?»
A lo largo de los cuatro evangelio muchas veces nos presentan a Jesús preguntando, incluso haciendo preguntas en lugar de dar respuestas. Actualmente la pedagogía nos invita a hacer lo mismo: suscitar muchas preguntas, en lugar de dar respuestas ya hechas.
Hoy el evangelio nos invita a preguntarnos con toda seriedad: ¿Qué busco? ¿Qué buscamos? Y si seguimos “tirando del hilo” deberíamos preguntarnos también: Lo que busco ¿me hace feliz? ¿Dónde está el origen de nuestra frustración e insatisfacción? ¿Qué busca la gente que nos rodea? ¿A dónde les conduce esa búsqueda?
 Ellos le contestaron:- «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: -«Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
El lugar donde vivimos y nuestro estilo de vida expresan claramente rasgos de nuestra identidad. Pensemos en diferentes estilos de vida que conocemos, en los que más nos gustan y en los que nos producen mayor rechazo.
En tiempos de Jesús había hombres, considerados maestros; quienes querían aprender y ser sus discípulos pedían permiso para vivir con ellos un tiempo. Quienes acaban de conocer a Jesús quieren conocer también su estilo de vida. Es una forma de decirnos que quieren aprender a ser discípulos.
El hecho de señalar la hora es muy importante: es la hora del encuentro que cambia  su vida. No se refiere a una hora cronológica (de reloj, como diríamos ahora) sino al tiempo vivido como kairós: es la hora de Dios, el momento oportuno que no dejaron escapar. 
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: -«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Desde el punto de vista histórico no es posible que alguien que se acaba de encontrar con Jesús de Nazaret pudiera llamarle Mesías, Cristo, porque era un título que se le dio después de la resurrección. Era un título post pascual. El evangelio de Juan no quiere poner el acento en una crónica de los hechos que ocurrieron sino en presentarnos a diferentes personas que “se rinden” al encontrarse con Jesús y le siguen. Le reconocen como su salvador.
El evangelio de hoy es una catequesis sobre el encuentro con Jesús. Y quien lo encuentra da testimonio a su alrededor para que otras personas se encuentren también con él. Más que un hecho histórico pasado nos invita a ver un horizonte, a percibir una llamada: todo encuentro con Cristo desemboca en evangelización, en testimonio.
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: -«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
El nombre tenía mucha importancia en la cultura judía. Podía expresar el deseo de los padres, el rechazo, o ser símbolo de algo. No se ponían los nombres a lo tonto. En el texto quieren resaltar que el encuentro con Jesús fue de tal hondura que Jesús cambió la identidad de Pedro. Y ese cambio de  identidad, que en realidad se dio a lo largo de muchos años, se expresa en el cambio de nombre. Algo semejante ocurre ahora cuando a una persona le dan una nueva identidad (por ejemplo porque es perseguida y al darle un nombre nuevo le dan una nueva oportunidad).
Seguir a Jesús es una experiencia tan honda y globalizante que es “como recibir un nombre nuevo” (como nacer de nuevo, le dijo Jesús a  Nicodemo). ¿Qué nombre nos daría hoy Jesús, para expresar el sueño que tiene sobre nuestra vida? http://www.mariferamos.com/
REFLEXIÓN:

Acabo de llegar a una meta y ya están dándome el pistoletazo de salida. La edad, el transcurrir de la vida, el paso del tiempo…un número (48).
¿Y ahora qué? Si tuviera tiempo para pararme a pensar, os aseguro que no lo haría. Prefiero dormir…ja,ja,ja
Es el primer síntoma “viejuno”. Voy mucho más lejos y más rápido en mis sueños que en la vida real.
Si eso se llama crisis personal, la tengo. Si eso se llama PETERPANISMO, os aseguro que también.
Creo que por eso voy cada vez más a la capilla, al rompeolas, junto a Matilde, a los pies del Sagrario.
Busco la paz que no tengo, la tranquilidad que ansío y el silencio que me falta.
VOY A DETENER EL TIEMPO… ¡¡Y A ESCUCHAR!!

 

En estos tiempos tan extraños que nos toca vivir, la comunicación lo es todo. La cúpula que ostenta el poder en las naciones maniobra para silenciar ciertas noticias y para agigantar otras. Solo así se entiende lo sucedido esta semana. Ante una situación de TERRORISMO, se logra una unidad para la foto, una condena unánime y se eleva a MÁRTIRES DE LA LIBERTAD solo a una parte de los muertos de los atentados. (Aún y con todo, infinitamente mejor que cuando nosotros tuvimos un atentado yijadista. Nada de esto ocurrió y los muertos casi fueron 200.)

Los CRISTIANOS estamos siendo masacrados en Siria, Irak y Nigeria, por esos mismos terroristas, y no somos noticia. No tienen valor estos Mártires. ¿Por qué?
Las palabras del PAPA FRANCISCO son un remanso de cordura: condena, perdón y respeto. Es una mezcla muy peligrosa en esta sociedad descreída. Quizá tendremos que rezar más por los de aquí que por los de allí.

 


Y volvemos, otra vez al ruido de la escuela. Ese que es solución y futuro.


 Y quizá por eso ahora entiendas porque cada vez duermo menos y rezo más.

Paz y Bien.
No tengáis miedo.

¡Ánimo y adelante!

11 de enero:«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

CRECER CREYENDO:


 Mc (1,7-11):

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» 
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. 
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

Palabra del Señor




COMENTARIO:

¿Te has parado a pensar qué fue lo que hizo a Jesús salir de Nazaret? ¿Por qué hace un viaje tan largo, y a pie, para ir al Jordán? ¿Qué había en Juan Bautista que le atraía?



Imagínatelo, Jesús, un hombre ya maduro, que había permanecido al lado de su madre tantos años, sin comprometerse con ninguna mujer. Y justo ahora, que oye hablar de Juan Bautista, deja a su madre, con lo que eso supone para esa cultura y se va al Jordán.

¿Qué busca Jesús? ¿Qué pretende con aquél viaje? ¿Qué hay en el mensaje de Juan Bautista que atrae a Jesús?

Jesús se sumerge en las aguas del Jordán, deja por unos momentos de respirar y después asciende de nuevo a la superficie del agua. Es un gesto significativo, preanuncio de su muerte y resurrección. Dios Padre es atraído por este gesto de Jesús, el gesto de Jesús atrae el amor de Dios Padre y éste se derrocha enviándole el Espíritu Santo. Es un gesto de entrega, de abandono total en Dios Padre.

El cielo se abre, la distancia insalvable entre Dios y el hombre se acorta.

REFLEXIÓN:

Menudo comienzo del año que estamos teniendo. Parece que nos tendremos que preparar para pruebas más difíciles. Nada se muestra igual. Ni siquiera la rutina.
¡Dios sabrá el porqué de esta locura!


Ya sé que no es agradable… las imágenes del terror estremecen… ya sea en IRAK, en SIRIA, en PARIS o en MADRID. Yo no las quiero poner aquí, prefiero repetir esta.

 


La caída de QUARAGOSH, la mayor ciudad cristiana de Irak, a manos de los terroristas Islámicos ha desatado una cadena de oración por los nuevos mártires.

En el siglo XXI se pretende imponer por la fuerza una religión. Es una guerra antigua que renace. Nuestras armas ahora son la LIBERTAD y la LEY… pero también la ORACIÓN.

Que nuestras oraciones y nuestro conocimiento de las cosas consigan romper el silencio que sobre estos hechos se permite en nuestra sociedad.

La hermana Muerte es tan solo parte del camino, porque como bautizados sabemos que no puede ser más. Nada nos prepara para una muerte violenta o inesperada. Para el fallecimiento de alguien cercano o de un familiar. Pero yo me quedo con la Esperanza del AMOR. Ese AMOR que todo lo puede. Traigo aquí el Poema que un compañero del grupo dedicó a José Luis, por el reciente fallecimiento de su Madre. Me parece una perfecta guía para alcanzar el consuelo sobre los pilares del recuerdo y el amor.

“Una profunda pena queda,
En la ausencia del que amamos,
Recordando cómo era,
Y cómo nos abrazamos.

En este cuerpo inerte
Donde ha llegado la muerte,
¿qué nos queda en este mundo?,
Vacío bestial, profundo.

Te fuiste tú para siempre,
De esta Tierra que perece,
Y es la tristeza que crece,
Y nos obliga a sufrir.


Sufrir por el ser amado,
Eterno ya en el recuerdo,
Qué hondo nos ha calado,
Y se merece un buen premio.

El premio de la otra vida,
Donde ya no hay sufrimiento,
Donde todo es armonía,
Y ya no existe el miedo.

Espéranos en el cielo,
Entre todas las estrellas,
En la luz y el firmamento,
Pues eres una de ellas.

Te hallarás siempre conmigo,
En la noche y en el día,
En el lucero del alba,
En la madrugada fría,
En mi cuerpo y en mi alma.

Sentiré todo tu amor,
En mi corazón grabado.
Mitigarás mi dolor,
Sabiendo que me has amado.

Agua, tierra, aire y fuego,
Todo fuiste para mí,
Bondadosa hasta el extremo,
Generosa hasta el fin.

Yo te quedo agradecido,
Por todo lo que me has dado,
Con un sollozo y un suspiro,
Me despido con un abrazo.”
                                                (Fernando)


¡Paz y bien!
¡No tengáis miedo!
¡Ánimo y adelante!


jueves, 8 de enero de 2015

8 de enero: UN BUEN COMIENZO...

Hoy empezamos el colegio, nuestra particular tierra de misión. 
Las pilas cargadas con la alegría del Recién Nacido.
Traigo aquí unas palabras del Papa Francisco que nos pueden servir perfectamente de pistoletazo de salida...
¡¡¡FELIZ COMIENZO!!!



Discurso del Papa Francisco a la Curia Romana por las felicitaciones navideñas

“Tú estás sobre los querubines, tu que has cambiado la miserable condición del mundo
cuando te has hecho como nosotros” (San Atanasio).

Queridos hermanos,
Al término del Adviento nos encontramos para los tradicionales saludos. En pocos días
tendremos la alegría de celebrar la Navidad del Señor; el evento de Dios que se hace
hombre para salvar a los hombres; la manifestación del amor de Dios que no se limita a
darnos alguna cosa o a enviarnos algún mensaje o ciertos mensajeros, sino que se nos da a
sí mismo; el misterio de Dios que lleva sobre sí mismo nuestra condición humana y nuestros
pecados para revelarnos su Vida divina, su gracia inmensa y su perdón gratuito. Es la cita
con Dios que nace en la pobreza de la gruta de Belén para enseñarnos el poder de la
humildad. De hecho, la Navidad es también la fiesta de la luz que no viene acogida de
la gente ‘elegida’ sino de la gente pobre y simple que esperaba la salvación del Señor.
Ante todo, quisiera desear a todos ustedes –colaboradores, hermanos y mujeres,
representantes pontificios esparcidos por el mundo- y a todos sus queridos, una santa
Navidad y un feliz Año Nuevo. Deseo agradecerles cordialmente por su compromiso
cotidiano al servicio de la Santa Sede, de la Iglesia Católica, de las Iglesias particulares y del
Sucesor de Pedro.
Puesto que somos personas y no números o denominaciones, recuerdo de manera especial
aquellos que, durante este año, han terminado su servicio por razones de edad o por haber
asumido otros roles, o porque han sido llamados a la Casa del Padre. También a todos ellos
y sus familias van mis pensamientos y gratitud.
Deseo elevar con ustedes al Señor un profundo y sincero agradecimiento por el año que
termina, por los acontecimientos vividos y por todo el bien que Él ha querido realizar
generosamente a través del servicio de la Santa Sede, pidiéndole humildemente perdón por
las faltas cometidas "en pensamientos, palabras, obras y omisiones".
Y partiendo de este pedido de perdón, desearía que nuestro encuentro y las reflexiones
que voy a compartir con ustedes se conviertan, para todos nosotros, en un apoyo y un
estímulo para un verdadero examen de conciencia para preparar nuestro corazón para
la Navidad.
Pensando en este encuentro he recordado la imagen de la Iglesia como Cuerpo Místico de
Jesucristo. Es una expresión que, como explicó el Papa Pío XII, "fluye y casi brota de lo que
exponen con frecuencia las Sagradas Escrituras y los Santos Padres." En este sentido, San
Pablo escribió: "Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo" (1 Cor 12,12).
En este sentido, el Concilio Vaticano II nos recuerda que "en la estructura del cuerpo místico
de Cristo existe una diversidad de miembros y oficios. Uno es el Espíritu, que para la utilidad
de la Iglesia distribuye sus diversos dones con generosidad proporcionada a su riqueza y a
las necesidades de los ministerios (1 Cor 12,1-11)." Por lo tanto, "Cristo y la Iglesia forman el
"Cristo total" - Christus Totus -. La Iglesia es una con Cristo."
Es hermoso pensar en la Curia Romana como un pequeño modelo de la Iglesia, es decir,
como un "cuerpo" que intenta seriamente y cotidianamente ser más vivo, más sano, más
armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo.
En realidad, la Curia Romana es un cuerpo complejo, compuesto de muchos Dicasterios,
Consejos, Oficinas, Tribunales, Comisiones y numerosos elementos que no tienen todos la
misma tarea, pero que se coordinan para poder funcionar en modo eficaz, edificante,
disciplinado y ejemplar, a pesar de las diferencias culturales, lingüísticas y nacionales de sus
miembros.
De todos modos, siendo la Curia un cuerpo dinámico, no puede vivir sin alimentarse y
cuidarse. De hecho, la Curia - como la Iglesia - no puede vivir sin tener una relación
vital, personal, auténtica y equilibrada con Cristo. Un miembro de la Curia que no se
alimenta todos los días con aquel Alimento se convertirá en un burócrata (un
formalista, un funcionalista, un simple empleado): una rama que se seca y muere
lentamente y se tira lejos. La oración diaria, la participación regular en los sacramentos,
especialmente la Eucaristía y la reconciliación, el contacto diario con la Palabra de Dios y la
espiritualidad traducida en caridad vivida son el alimento vital para cada uno de nosotros.
Que sea claro a todos nosotros que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 8).
Como resultado, la relación viva con Dios nutre y refuerza también la comunión con los
demás, o sea, cuanto más estrechamente adherimos a Dios, más estamos unidos entre
nosotros, porque el Espíritu de Dios nos une y el espíritu maligno divide.
La Curia está llamada a mejorar, siempre mejorar y crecer en comunión, santidad y sabiduría
para realizar plenamente su misión. Sin embargo, como cada cuerpo, como todo cuerpo
humano, está expuesto a la enfermedad, al mal funcionamiento. Y aquí me gustaría
mencionar algunas de estas enfermedades probables, enfermedades de la curia. Las
enfermedades más frecuentes en nuestra vida de la Curia son las enfermedades y
tentaciones que debilitan nuestro servicio al Señor. Creo que nos va a ayudar el "catálogo"
de las enfermedades - como los Padres del Desierto, que hacían catálogos – de las que
hablamos hoy: nos ayudará a prepararnos para el Sacramento de la Reconciliación, que será
un bello paso para todos nosotros para prepararnos para la Navidad.
1. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable”
descuidando los necesarios y habituales controles.
Una Curia que no se autocrítica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo
enfermo. Una ordinaria visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de
tantas personas, de las que cuales algunas tal vez creíamos que eran inmortales, inmunes e
indispensables. Es la enfermedad del rico insensato del Evangelio que pensaba vivir
eternamente (cfr. Lc 12, 13-21) y también de aquellos que se transforman en patrones y se
sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva frecuentemente de la
patología del poder, del ‘complejo de los Elegidos’, del narcisismo que mira apasionadamente
la propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los otros, especialmente
de los más débiles y necesitados. El antídoto a esta epidemia es la gracia de sentirnos
pecadores y de decir con todo el corazón: ‘Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que
teníamos que hacer’ (Lc 17,10).
2. La enfermedad del ‘martalismo’ (que viene de Marta), de la excesiva laboriosidad:
Es decir de aquellos que se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte
mejor’: sentarse al pie de Jesús (cfr Lc 10, 38-42). Por esto Jesús ha llamado a sus
discípulos a ‘descansar un poco’, (cfr Mc 6,31) porque descuidar el necesario reposo lleva al
estrés y a la agitación. El tiempo de reposo, para quien ha terminado la propia misión, es
necesario, debido y va vivido seriamente: en el transcurrir un poco de tiempo con los
familiares y en el respetar las vacaciones como momentos de recarga espiritual y física; es
necesario aprender lo que enseña Eclesiastés que “hay un tiempo para cada cosa” (3,1-15).
3. También está la enfermedad de la ‘fosilización’ mental y espiritual.
Es decir, aquellos que poseen un corazón de piedra y ‘tortícolis’ (At 7,51-60); de aquellos
que, en el camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo
los papeles convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y no ‘hombres de Dios’ (cfr. Eb 3,12).
Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para llorar con quienes lloran y
alegrarse con aquellos que se alegran. Es la enfermedad de quienes pierden ‘los
sentimientos de Jesús’ (cfr Fil 2,5-11) porque su corazón, con el pasar del tiempo, se
endurece y se convierte en incapaz de amar incondicionadamente al Padre y al prójimo (cfr
Mt 22, 34-40). Ser cristiano, de hecho, significa ‘tener los mismos sentimientos que fueron de
Jesucristo’ (Fil 2,5), sentimientos de humildad y de donación, de desapego y de generosidad.
4. La enfermedad de la excesiva planificación y del funcionalismo.
Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que si hace una perfecta
planificación las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un
contador. Preparar todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer
encerrar o pilotear la libertad del Espíritu Santo que es siempre más grande, más generosa
que cualquier planificación humana (cfr. Jn 3,8). Si cae en esta enfermedad es porque
‘siempre es más fácil y cómodo permanecer en las propias posturas estáticas e
inmutables. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no
tiene la pretensión de regularlo y de domesticarlo… -domesticar al Espíritu Santo- Él es
frescura, fantasía, novedad.
5. La enfermedad de la mala coordinación.
Cuando los miembros pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso
funcionamiento y su templanza, se convierten en una orquesta que produce ruido porque sus
miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo. Cuando el pie dice al
brazo: ‘no te necesito’ o la mano dice a la cabeza ‘mando yo’, causa malestar y escándalo.
6. La enfermedad del ‘Alzheimer espiritual’,
Es decir el olvido de la ‘historia de la salvación’, de la historia personal con el Señor, del
‘primer amor’ (Ap 2,4). Se trata de una disminución progresiva de las facultades espirituales
que en un más o menos largo período de tiempo causa serias discapacidades a la persona
haciéndola incapaz de desarrollar alguna actividad autónoma, viviendo en un estado de
absoluta dependencia de sus concepciones, a menudo imaginarias. Lo vemos en aquellos
que han perdido la memoria de su encuentro con el Señor; en quienes no tienen sentido
deuteronómico de la vida; en aquellos que dependen completamente de su presente, de las
propias pasiones, caprichos y manías, en quienes construyen a su alrededor muros y hábitos
se convierten, cada vez más, en esclavos de los ídolos que han esculpido con sus propias
manos.
7. La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria.
Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas honoríficas se convierten en el
primer objetivo de la vida, olvidando las palabras de San Pablo: ‘No hagan nada por rivalidad
o vanagloria, sino que cada uno de ustedes, con humildad, considere a los otros superiores a
sí mismo. Cada uno no busque el propio interés, sino también el de los otros (Fil 2,1-4). Es la
enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso ‘misticismo’ y un
falso ‘quietismo’. El mismo San Pablo los define ‘enemigos de la Cruz de Cristo’ porque se
jactan de aquello que tendrían que avergonzarse y no piensan más que a las cosas de la
tierra (Fil 3,19).
8. La enfermedad de la esquizofrenia existencial.
Es la de quienes viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del
progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar. Una
enfermedad que sorprende frecuentemente a los que abandonan el servicio pastoral, se
limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con
las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en donde ponen de parte todo lo que
enseñan severamente a los demás e inician a vivir una vida oculta y a menudo disoluta. La
conversión es muy urgente e indispensable para esta gravísima enfermedad (cfr Lc 15, 11-
32).
9. La enfermedad de los chismes, de las murmuraciones y de las habladurías.
De esta enfermedad ya he hablado en muchas ocasiones, pero nunca lo suficiente. Es una
enfermedad grave, que inicia simplemente, quizá solo por hacer dos chismes y se adueña de
la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y, en muchos
casos casi ‘homicida a sangre fría’ de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la
enfermedad de las personas cobardes que, al no tener la valentía de hablar directamente,
hablan a las espaldas de la gente. San Pablo nos advierte: hacer todo sin murmurar y sin
vacilar, para ser irreprensibles y puros (Fil 2,14.18). Hermanos, ¡cuidémonos del terrorismo
de los chismes!
10. La enfermedad de divinizar a los jefes:
Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia.
Son víctimas del carrerismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cfr Mt 23-
8.12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y
no en lo que deben dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas solamente por el propio
egoísmo (cfr Gal 5,16-25). Esta enfermedad podría golpear también a los superiores cuando
cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia
psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad.
11. La enfermedad de la indiferencia hacia los demás.
Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones
humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos
expertos. Cuando se sabe algo se posee para sí mismo en lugar de compartirlo
positivamente con los otros. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro
caer en lugar de levantarlo y animarlo.
12. La enfermedad de la cara de funeral.
Es decir, la de las personas bruscas y groseras, quienes consideran que para ser serios es
necesario pintar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los
que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y
el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol
debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmite
felicidad en donde se encuentra.
Un corazón lleno de Dios es un corazón feliz que irradia y contagia con la alegría a todos los
que están alrededor de él: se ve inmediatamente. No perdamos, por lo tanto, el espíritu
alegre, lleno de humor e incluso auto-irónicos, que nos convierte en personas amables,
también en las situaciones difíciles. Qué bien nos hace una buena dosis de un sano
humorismo. Nos hará muy bien rezar frecuentemente la oración de Santo Tomás Moro: yo la
rezo todos los días, me hace bien.
13. La enfermedad de la acumulación.
Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes
materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no podremos
llevar nada material con nosotros porque ‘el sudario no tiene bolsillos’ y todos nuestros
tesoros terrenos –también si son regalos- no podrán llenar nunca aquel vacío, y lo harán más
exigente y más profundo.
A estas personas el Señor repite ‘tú dices soy rico, me he enriquecido, no tengo necesidad
de nada. Pero no sabes que eres un infeliz, un miserable, un pobre, un ciego y desnudo… Sé
pues celoso y conviértete’ (Ap 3,17-19). La acumulación pesa solamente y ralentiza el
camino inexorable.
Pienso en una anécdota: un tiempo, los jesuitas españoles describían a la Compañía de
Jesús como la ‘caballería ligera de la Iglesia’. Recuerdo la mudanza de un joven jesuita,
mientras cargaba el camión de sus posesiones: maletas, libros, objetos y regalos, y escuchó,
con una sabia sonrisa, de un anciano jesuita que lo estaba observando: ¿Esta sería la
caballería ligera de la Iglesia? Nuestras ‘mudanzas’ son signos de esta enfermedad.
14. La enfermedad de los círculos cerrados
En donde la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en
algunas situaciones, a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre de buenas
intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un
‘cáncer’ que amenaza la armonía del Cuerpo y causa tanto mal –escándalos- especialmente
a nuestros hermanos más pequeños. La autodestrucción o el ‘fuego amigo’ de las comilonas
es el peligro más sutil. Es el mal que golpea desde dentro, y como dice Cristo, ‘cada reino
dividido en sí mismo va a la ruina’ (Lc 11,17).
15. Y la última, la enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo,
Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener
provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que buscan
infatigablemente el multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de
difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente
para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás.
También esta enfermedad hace mucho daño al Cuerpo porque lleva a las personas a
justificar el uso de cualquier medio para alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la
justicia y de la transparencia. Recuerdo un sacerdote que llamaba a los periodistas para
decirles -e inventar- cosas privadas y reservadas de sus hermanos y parroquianos. Para él,
lo que contaba era verse en las primeras páginas, porque así se sentía ‘poderoso y
vencedor’, causando tanto mal a los otros y a la Iglesia. ¡Pobrecito!
Hermanos, estas enfermedades y tentaciones son naturalmente un peligro para cada
cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial, y
pueden golpear sea a nivel individual que comunitario.
Es necesario aclarar que es sólo el Espíritu Santo –el alma del Cuerpo Místico de Cristo,
como afirma el Credo: ‘Creo… en el Espíritu Santo, Señor y vivificador’- quien cura cada
enfermedad. Es el Espíritu Santo quien sostiene cada sincero esfuerzo de purificación y de
cada buena voluntad de conversión. Es Él quien nos da a entender que cada miembro
participa en la santificación del cuerpo y a su debilitamiento. Es Él el promotor de la armonía:
‘Ipse harmonia est’, dice San Basilio. San Agustín nos dice: ‘Hasta que una parte se adhiere
al cuerpo, su curación no es desesperada; aquello que fue cortado, no puede curarse ni
sanar’.
La curación es también fruto de la conciencia de la enfermedad y de la decisión
personal y comunitaria de curarse soportando pacientemente y con perseverancia la
curación. Por lo tanto, estamos llamados –en este tiempo de Navidad y para todo el tiempo
de nuestro servicio y de nuestra existencia- a vivir ‘según la verdad en la caridad, tratando de
crecer en cada cosa hacia Él, que es el jefe, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien
compaginado y conectado, mediante la colaboración de cada empalme, según la energía
propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer en manera de edificar a sí mismo en la
caridad (Ef 4, 15-16).
Queridos hermanos,
Una vez he leído que los sacerdotes son como los aviones: sólo hacen noticia cuando caen,
pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos. Es una frase muy
simpática y muy cierta, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio
sacerdotal, y cuánto mal podría causar un solo sacerdote que ‘cae’ a todo el cuerpo de la
Iglesia. Por lo tanto, para no caer en estos días en los que estamos preparándonos a la
Confesión, pidamos a la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, curar las heridas
del pecado que cada uno de nosotros lleva en su corazón y de sostener a la Iglesia y a la
Curia de modo que sean sanos y re sanadores, santos y santificantes, a gloria de su Hijo y
para nuestra salvación y del mundo entero. Pidamos a Él hacernos amar a la Iglesia como la
ha amado Cristo, su hijo y nuestro Señor, y de tener la valentía de reconocernos pecadores y
necesitados de su Misericordia y de no tener miedo a abandonar nuestra mano entre sus
manos maternas.
Muchas felicidades por una santa Navidad a todos ustedes, a sus familias y a sus
colaboradores. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Gracias de corazón.
(Fuente: Radio Vaticano).

6 de enero: HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EL DÍA DE LA EPIFANÍA.

Ese Niño, nacido de la Virgen María en Belén, vino no sólo para el pueblo de Israel, representado en los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada hoy por los Magos de Oriente. Y precisamente hoy, la Iglesia nos invita a meditar y a rezar sobre los Magos y su camino en busca del Mesías.
Estos Magos que vienen de Oriente son los primeros de esa gran procesión de la que habla el profeta Isaías en la primera lectura (cf. 60,1-6). Una procesión que desde entonces no se ha interrumpido jamás, y que en todas las épocas reconoce el mensaje de la estrella y encuentra el Niño que nos muestra la ternura de Dios. Siempre hay nuevas personas que son iluminadas por la luz de su estrella, que encuentran el camino y llegan hasta él.
Según la tradición, los Magos eran hombres sabios, estudiosos de los astros, escrutadores del cielo, en un contexto cultural y de creencias que atribuía a las estrellas un significado y un influjo sobre las vicisitudes humanas. Los Magos representan a los hombres y a las mujeres en busca de Dios en las religiones y filosofías del mundo entero, una búsqueda que no acaba nunca. Hombres y mujeres en búsqueda.
Los Magos nos indican el camino que debemos recorrer en nuestra vida. Ellos buscaban la Luz verdadera: «Lumen requirunt lumine», dice el himno litúrgico de la Epifanía, refiriéndose precisamente a la experiencia de los Magos; “Lumen requirunt lumine”. Siguiendo una luz ellos buscan la luz. Iban en busca de Dios. Cuando vieron el signo de la estrella, lo interpretaron y se pusieron en camino, hicieron un largo viaje.
El Espíritu Santo es el que los llamó e impulsó a ponerse en camino, y en este camino tendrá lugar también su encuentro personal con el Dios verdadero.
        En su camino, los Magos encuentran muchas dificultades. Cuando llegan a Jerusalén van al palacio del rey, porque consideran algo natural que el nuevo rey nazca en el palacio real. Allí pierden de vista la estrella. ¡Cuantas veces se pierde la vista de la estrella! y se encuentran una tentación, puesta ahí por el diablo, es el engaño de Herodes. El rey Herodes muestra interés por el niño, pero no para adorarlo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que sólo consigue ver en el otro a un rival. Y en el fondo, también considera a Dios como un rival, más aún, como el rival más peligroso. En el palacio los Magos atraviesan un momento de oscuridad, de desolación, que consiguen superar gracias a la moción del Espíritu Santo, que les habla mediante las profecías de la Sagrada Escritura. Éstas indican que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad de David.
En este momento, retoman el camino y vuelven a ver la estrella. El evangelista apunta que experimentaron una «inmensa alegría» (Mt 2,10), una verdadera consolación. Llegados a Belén, encontraron «al niño con María, su madre» (Mt 2,11). Después de lo ocurrido en Jerusalén, ésta será para ellos la segunda gran tentación: rechazar esta pequeñez. Y sin embargo: «cayendo de rodillas lo adoraron», ofreciéndole sus dones preciosos y simbólicos. La gracia del Espíritu Santo es la que siempre los ayuda. Esta gracia que, mediante la estrella, los había llamado y guiado por el camino, ahora los introduce en el misterio. Aquella estrella que ha acompañado el camino les hace entrar en el misterio. Guiados por el Espíritu, reconocen que los criterios de Dios son muy distintos a los de los hombres, que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de su amor. ¿El amor de Dios es grande? ¡Sí! Pero el amor de Dios es humilde, ¡muy humilde! De ese modo, los Magos son modelos de conversión a la verdadera fe porque han dado más crédito a la bondad de Dios que al aparente esplendor del poder.
Y ahora nos preguntamos: ¿Cuál es el misterio en el que Dios se esconde? ¿Dónde puedo encontrarlo? Vemos a nuestro alrededor guerras, explotación de los niños, torturas, tráfico de armas, trata de personas… Jesús está en todas estas realidades, en todos estos hermanos y hermanas más pequeños que sufren tales situaciones (cf. Mt 25, 40.45). El pesebre nos presenta un camino distinto al que anhela la mentalidad mundana. Es el camino del anonadamiento de Dios, aquella humildad de amor de Dios se baja, se aniquila, de su gloria escondida en el pesebre de Belén, en la cruz del Calvario, en el hermano y en la hermana que sufren.
Los Magos han entrado en el misterio. Han pasado de los cálculos humanos al misterio, y éste es el camino de su conversión. ¿Y la nuestra? Pidamos al Señor que nos conceda vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Magos. Que nos defienda y nos libre de las tentaciones que oscurecen la estrella. Que tengamos siempre la inquietud de preguntarnos, ¿dónde está la estrella?, cuando, en medio de los engaños mundanos, la hayamos perdido de vista. Que aprendamos a conocer siempre de nuevo el misterio de Dios, que no nos escandalicemos de la “señal”, de la indicación, aquella señal dicha por los Ángeles: «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12), y que tengamos la humildad de pedir a la Madre, a nuestra Madre, que nos lo muestre. Que encontremos el valor de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras presunciones, de nuestras “luces”, y que busquemos este valor en la humildad de la fe y así encontremos la Luz, Lumen, como han hecho los santos Magos. Que podamos entrar en el misterio. Que así sea.
 



 

                                  LLEGADA DE LOS REYES MAGOS... EN SEGOVIA!!!