domingo, 2 de febrero de 2014

"COMO UN ELEFANTE EN UNA CACHARRERÍA"... NO ME IMPORTA EL RUIDO. ¡ME IMPORTA LA COMPAÑÍA!




Puede parecer que este comienzo de rezo no va con la Palabra, pero como el P. Alberto Busto nos centrará la homilía, no me preocupa.

Ha sido una SEMANA DE LA PAZ muy “guerrera”.
Los alumnos han estado como el tiempo, los profesores eran un coro de resoplidos, las familias un rescoldo de exigencias que nunca sabes cuándo te va a hacer arder. ¡Y eso que era una semana corta, por la fiesta del día del maestro!

Nuestro éxito no es solo sobrevivir. Nuestro éxito es poder hacer algo por los demás en estas condiciones, con la realidad golpeando nuestros muros.
Da igual que estés reventado por un viaje, que tengas a los hijos malos, que tu trabajo esté en manos de abogados porque no te pagan, que el negocio familiar pese sobre tus hombros, que tu madre casi se vaya al otro barrio, que se haya ido tu abuelo para siempre.
Da igual porque pones todo tu corazón en seguir adelante. Tienes una MISIÓN que no se puede contener en ninguna gráfica, que no admite tablas de cálculo, porque es ENTREGA y SERVICIO.

Y te apuntalas con la sonrisa del compañero, con la palabra amable, con las gracias sinceras,¡Aú,aú,aú!
Pendientes unos de otros, amor fraterno, para no caer, para no ceder.
Buscando la ORACIÓN, en el silencio de la capilla, o en el bullicio del bar, porque “en cuanto dos se juntan en Mi Nombre, allí, en medio de ellos, estoy YO.”

Gastado el primer mes del año, su tiempo, sueldo y esperanzas, nos queda delante una cuesta. Aprovechemos estos tres días para tomar aliento, para coger carrerilla.
Pidámosle a la Virgen, Madre, Amiga y Maestra, que nos consuele, en la pérdida o en el fracaso, que nos ayude, en la falta o en la necesidad y que medie, en la incomprensión o en la crítica. Porque toda nuestra ambición es hacer posible el sueño de Matilde en el siglo XXI.¡AMÉN!
LA PALABRA:
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-40):


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. 
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. 

Palabra del Señor

 Dios tiene la costumbre de precedernos. Pongámonos en camino hacia Él.
 Un saludo muy cordila. P. Alberto Busto.
         Dios está más adelante. El evangelista san Mateo pone en boca de Jesús recién resucitado estas palabras: ”Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”. Para encontrar a Dios hay que ponerse en camino. Porque él nos precede siempre. Fue lo que hizo aquel hombre justo y piadoso que vivía en Jerusalén, como acabamos de leer. “Movido por el Espíritu Santo vino al templo”.
         Estemos atentos a no anunciar a un Dios hecho a nuestra imagen  y semejanza. Cuando nos quedamos parados, el Dios que proclamamos es un ídolo nuestro, no el Dios viviente que tiene la costumbre de precedernos.
         Un Dios que se sitúa más adelante quiere decir, antes de nada, un Dios diverso de como lo pensamos, de como nos agrada imaginarlo.  
         Que Dios está más adelante quiere decir que debemos ser testigos del presente y del futuro, y no sólo del pasado. Podemos tener muy buenos sentimientos, rezar el Credo en voz alta y confesarnos con cierta frecuencia. Pero tenemos que movernos, hacer el bien, gastarnos en los demás.
         Una vida cristiana desfasada respecto al tiempo presente es una vida cristiana que ha perdido el contacto con el Dios viviente. Recordemos que en sus apariciones después de la resurrección, el Señor no hace sino reprender a sus discípulos porque son necios, tardos, lentos.
         Tampoco quiere que le confundan con un fantasma: “Palpadme y daos cuenta de que un fantasma  no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Jesús no acepta el miedo de sus amigos, sino la derrota del miedo. Su relación con los suyos es una relación de amistad, de amor. Y donde hay amor no hay lugar para el temor.
         Qué claramente lo dice Juan, el discípulo predilecto de Jesús: “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa al temor. Porque el temor mira al castigo; quien teme, no ha llegado a la plenitud en el amor”.
         Es necesario desembarazarse de una mentalidad servil para entrar en una perspectiva  liberadora de amistad. “Ya no os llamo siervos…, a vosotros os llamo amigos”.  
         Esta mañana, como en su día hizo aquel hombre justo llamado Simeón, también nosotros nos hemos acercado al templo.  Estamos manteniendo, a lo largo de la misa, un diálogo con él Señor. Ojalá salgamos de la iglesia transformados, limpios de todo miedo. Y contagiosos.
         Lo fundamental de la vida cristiana está precisamente aquí: ser como todos y sin embargo diferentes. Hacer como todos y sin embargo de otra manera. Por eso es necesario que no encerremos al Señor en la iglesia cuando nos marchamos a trabajar. El día que no sepamos ofrecer a nuestros hermanos otra cosa, tendrán derecho a decirnos a la cara: para no pescar nada ya somos capaces de hacerlo nosotros solos.
         O nuestra vida deja traslucir al resucitado o estamos muertos, aunque nos movamos demasiado.
         Qué felicidad poder rezar el día que Dios tenga a bien llevarnos a su casa: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo (a tu sierva) ir en paz” Misión cumplida.

PARA REFLEXIONAR:

Te invito a leer las palabras del PAPA FRANCISCO DE SU MENSAJE DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ. (Encuéntrala en las entradas “PALABRAS DE PAZ” de http://albertoseglartellista.blogspot.com.es/)



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