domingo, 27 de abril de 2014

LA ALEGRÍA DE DOS NUEVOS SANTOS... ¡ETERNA SEA LA MISERICORDIA DEL SEÑOR!

Homilía de Francisco en la ceremonia de canonización de LOS BEATOS JUAN PABLO II Y JUAN XXIII.





En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf.Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

PAZ A VOSOTROS...

LA PALABRA: Jn 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» 
 

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


 “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”. Nos lo dice también el Señor a nosotros. Intentemos creer más. Y seremos más felices. Un cordial saludo. P. Alberto Bustos

            Creer para ser felices. Hoy las tres Lecturas giran en torno a la Fe. Nos leían en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:”Los creyentes vivían todos unidos  y lo tenían todo en común. A diario acudían al templo y comían juntos alabando a Dios  con alegría y de todo corazón. La alegría junta, la tristeza (que es fruto del egoísmo) separa. Hoy, por desgracia, en muchos hogares cada cual come a su aire. Ahí está el origen de muchas rupturas, de muchas separaciones, de muchos dramas.
            El autor de la Segunda Lectura es san Pedro, aquel discípulo de Jesús que un día le negó tres veces porque no lo veía claro. Ahora, como escucharemos en el Evangelio, Jesús se compadece de él y de los demás discípulos y les enseña las manos y el costado con las cicatrices de los clavos y la lanza. Los discípulos se llenaron de alegría al reconocer al Señor.
            Con esta gozosa experiencia, Pedro escribe en la primera de sus Cartas: “No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.
            Cuenta el Evangelio de San Juan que al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros.
            En aquella ocasión no estaban los doce. Faltaba Tomás, el incrédulo. Y cuando sus compañeros le cuentan la experiencia que han tenido, él no se fía. Ni siquiera se fía de los ojos, de la que han visto los que se lo cuentan. Exige el tacto: “Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
            No es difícil para el hombre de hoy reconocerse en la figura de Tomás, precursor, en cierto sentido, de una mentalidad dominada por la técnica, típica de la era industrial. Lo que cuenta ahora es lo que se puede ver, tocar, pesar, medir, analizar, calcular.
            Al hombre de hoy (como escribe un comentarista de nuestro tiempo) le falta casi totalmente el modo de conocimiento por contemplación. Al hombre de hoy le misterio le es extraño. Hay quien se burla de los que creen. A Dios, desde el momento en que no se le encuentra en el fondo de una probeta, y el cerebro electrónico no sabe nada de él, para muchos es como si no existiese.
            Hoy día, Dios, más que negado, rechazado; es ignorado, excluido. Se hace superfluo. No interesa.
            Ahora Tomás, el incrédulo, se halla delante de Jesús, crucificado y resucitado. Incluso parece dispuesto el Señor a satisfacer la curiosidad del discípulo que no cree si no toca: “Trae tu dedo. Aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente”
            Curiosamente, la sola visión del resucitado transforma la mente del discípulo: “Señor mío y Dios mío”. Tomás ya no tiene necesidad de tocar. “Sabe que de ahora en adelante el contacto con Jesús se realiza en la fe. Se trata de ver en la Iglesia, que es lo que vamos a proclamar nosotros. Una Iglesia fundada precisamente en el testimonio de millones de creyentes (hombres, mujeres, niños) que fueron felices y lo siguen siendo porque  creyeron.
            Que nos llene de alegría saber que, en el fondo, el verdadero milagro es creer.      Por eso rezamos nosotros: Creo en Dios Padre…

PARA REFLEXIONAR:
Reiniciado el camino, peregrino…siempre peregrino.
Tarde de lienzo, tarde de tiempo, tarde de no llegar…somos Santo Tomás corriendo.
Tenemos la urgencia en la sangre. La necesidad en el alma. Y la casualidad en el día a día. ¡Cómo no vamos a meter la mano en el costado! Estamos nosotros como para creer sin ver… ¡Caminantes de poca fe!
Lo cierto es que nosotros no deberíamos encontrarnos así. Si hemos hecho bien nuestra reflexión y hemos acompañado a Jesús hasta la cruz. Si le hemos velado y luego, al tercer día, hemos celebrado con alegría su resurrección. Deberíamos ser como esa luz que encontraron María Magdalena y los apóstoles al ir a buscarlo en la tumba. Deberíamos ser peregrinos de paz y perdón, acompañando a quién de nosotros requiera algo… ¡Deberíamos ser guías en el camino!
Nuestra fuerza viene del Espíritu y es la llave que abre nuestros corazones y los corazones de los que nos rodean.
Por esta razón seguimos en el camino y nuestro grito es ¡UBUNTU!
Estoy deseando dar/recibir un abrazo que me reafirme/recoloque.
Dadlo vosotros en nombre de Jesús y sed luz, guía y camino… ¡Peregrinos!





lunes, 21 de abril de 2014

LUNES DE PASCUA... REINICIAR EL CAMINO, PERO CON ALEGRÍA, PEREGRINO!!!!!

LA PALABRA: Jn 20,1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. 
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Domingo de Pascua. Todo ha cambiado, todo es nuevo. Que se note en las
Lecturas de la Misa y... en nuestra cara. ¡Aleluya! ¡Feliz Pascua de
Resurrección! Saludos muy cordiales. P.  Alberto Bustos.
          
        El gozo de creer. Si hemos resucitado con Cristo (y es precisamente lo que estamos celebrando esta mañana), que no sólo sea porque lo confesamos de palabra, porque rezamos el Credo, sino porque en  nuestra vida se ha realizado un cambio abismal.
            A veces esperamos a que llegue la Pascua para estrenar. Sin embargo “cumplir con Pascua” no significa cambiar de traje, sino cambiar de vida. Si ser cristiano significa creer en la resurrección de Cristo, podemos añadir también que creer en la Resurrección de Cristo  significa aceptar que todo cambie.


            Significa ser hombres y mujeres resucitados; muertos a nuestras tristezas, a las angustias, al miedo, a los lamentos. Pensándolo bien, no es la muerte lo que a veces nos da miedo. Tenemos miedo a nacer, a cambiar.
            -¿Has ido a los Oficios de Semana Santa?
            - Sí, como el año pasado.       
            San Agustín cuenta cómo en la noche de Pascua los paganos no podían conciliar el sueño, presas de una extraña inquietud y quizás también de un poco de envidia. A la mañana siguiente, por la calle, se cruzaban con los neófitos cristianos que presentaban un rostro radiante, transfigurado por la luz del Resucitado. “En esta aparición –asegura San Agustín- muchos reconocieron a Cristo”.
            De todos modos, lo cierto es que, para saber si uno ha “cumplido con Pascua” no debería ser necesario preguntárselo. ¡Se lo deberíamos notar en la cara!
            El Apóstol San Pablo por su parte nos da un consejo maravilloso para este tiempo de Pascua: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba donde está Cristo (ya resucitado) sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.
            Celebrar la Pascua no significa oír su narración por enésima vez, sino vivirla con el protagonista. Festeja la Pascua quien toma parte.
            Hemos escuchado el día el día de Jueves Santo decir a Jesús, el Maestro: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esa filosofía, esa doctrina le llevó a morir crucificado a manos de sus verdugos. Sin embargo él fue quien resucitó. Sus verdugos, no.
            Muchos de nosotros hemos contemplado a Jesús el día de Viernes Santo en los distintos Pasos de las procesiones azotado, coronado de espinas, muriendo en la cruz, sin vida ya  en los brazos de su Santísima Madre. Aquello parecía el final de todo.
            Y sólo era el principio. La victoria del bien sobre el mal. A partir del Sábado de Gloria lo cantamos tan felices al comienzo de la misa: “Victoria, tú reinarás. Oh Cruz, tú nos salvarás”
            Hagamos un propósito a partir de ahora. Puesto que es verdad lo que nosotros creemos y confesamos valientemente cuando rezamos el Credo: que nuestro Señor Jesucristo nació de Santa María Virgen, fue crucificado, muerto y sepultado, resucitó al tercer día, subió a los cielos, está sentado a la derecha del Padre y su reino no tendrá fin… Puesto que todo esto es cierto, gozosamente cierto, vivámoslo a partir de ahora con una profunda alegría. Y que se note. Y que contagie. Somos hombres y mujeres de Fe profunda. Basta mirarnos a la cara. ¡Y a mucha honra!
        


SEMANA SANTA...NUESTRO CAMINO ES EL CAMINO DEL SEÑOR.¡¡¡AMÉN!!!

http://www.semanasantabriviesca.es/ 
Esta dirección te llevará a lo que yo he vivido esta Semana Santa, espero que el Espíritu aliente vuestra curiosidad y os pongáis a mirar.

Mientras tanto os centro una recopilación de imágenes de otros muchos lugares...






 








 






 






domingo, 6 de abril de 2014

¡¡¡LEVÁNTATE... Y ANDA!!!

Comenzamos con dos sorpresas:
https://www.youtube.com/watch?v=Cj25UpcBDt0 CANCIÓN:CHANGE(FAUL&WAD ADvs .PNAU)
LA PALABRA:




















Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. 
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»

Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. 
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor
 
PARA REFLEXIONAR:
Partamos de lo que dice el Catecismo:
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a11_sp.html
El credo comentado: artículo 11. “Creo en la resurrección de la carne”. Santo Tomás de Aquino.
En sus artículos finales del credo, se intensifica en el dogma, Santo Tomás de Aquino nos conduce a uno de los problemas de siempre, lo cual trata de que se esfume del ambiente de la fe; “Creo en la resurrección de la carne o de los muertos”, al mismo San Pablo cuando llegó a este punto de explicar la resurrección le dijeron: en otra ocasión te escucharemos.
No sólo santifica el Espíritu Santo la Iglesia en cuanto a las almas, sino que por su virtud resucitarán nuestros cuerpos. Rom 4, 24: “Creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, Jesucristo Señor Nuestro”. Y Cor 15, 21: “Porque habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos”. Por lo cual creemos, conforme a nuestra fe, en la futura resurrección de los muertos.
Y ahora, sabedores de que la hermana muerte vendrá algún día a visitarnos, nos queda la fuerza de la fe para recibirla, si no con alegría, si en paz con los hermanos y con Dios.
Porque es esa fe en la RESURRECCIÓN la que nos distingue como CRISTIANOS.
Pero aquí hay más factores en juego, porque una cosa es, la teoría, que nos la sabemos de memoria, y otra, bien distinta, la práctica. Tendremos que hablar de nuestra formación, humana y cristina, aparecerá nuestra madurez personal y, sobre todo, la marca que haya dejado en nosotros la muerte de seres cercanos.
Luego, la construcción de esta relación VIDA- MUERTE es absolutamente personal y, como tal, solo puedo hablar desde mi experiencia. Así, yo he pasado por las siguientes fases hasta llegar a donde ahora me encuentro.
* La verbalización y el misterio, durante la infancia. Mis abuelos no los conocí, así que son los primeros habitantes del CIELO de los que tuve constancia. Con 8 años fallece mi abuela, a la que veo el viernes y el domingo… ¡está muerta! No me dejan verla, ni participar en el entierro, para que no me impresione. ¡Ya tenemos montado el misterio, con su porqué sin respuesta!
El diálogo con los fallecidos es algo fantástico, así como la visita al cementerio. En mi pueblo, había catatumbas en la iglesia y los lugareños nos forzaban a demostrar el valor (que yo nunca tuve) transitando por ellas e imaginando mil aventuras.
* La confusión, la negación, la rebelión y la rabia, durante la juventud: Aquel joven tímido de los ochenta descubrió la casualidad/causalidad en un accidente de unos compañeros de fiestas, que pasaron a mejor vida por culpa de un bordillo y la imprudencia de los que se creen indestructibles.
Que el padre de mi mejor amiga falleciera, tras esperar un trasplante infructuosamente, no me ayudó mucho. Mis preguntas sobre Dios, no le “absolvían”. “Era un Dios caprichoso e injusto que actuaba fuera de toda lógica.” La respuesta  sencilla (“NO EXISTES o NO ME SIRVES.”) no llegó a cuajar en mí, pero tuve una buena temporada de enfado y distancia.
El diálogo con Dios, es un monólogo, por mi parte, por supuesto.
No comprendo, pero busco, no me rindo…ese es el principio de todo camino. (Curiosamente, con los mujeres tengo el mismo problema y mucho peores resultados… ja, ja ,ja. Pero ese es otro camino.)
* El dolor, el perdón y la comprensión, cuando ya uno va siendo solo joven de espíritu: La muerte de mi abuela, tras una penosa demencia, es el primer punto de inflexión en mi descreimiento. La implicación de todos, en mayor o menor medida, hace que te plantees, viendo a tu madre pelear hasta el agotamiento, la fuerza que realmente tiene el amor. La fe de mi madre, la misma que siempre nos trasmitió desde pequeños, es la clave para comprender  la entrega y el sacrificio.
Cuando es mi padre el mortalmente enfermo, repito el modelo aprendido de mi madre y todas las piezas del puzle van encajando.
Mi padre lucha y su derrota es nuestra salvación. Nos une, nos implica, nos habla a cada uno a su manera e imparte su última lección. El amor al prójimo consigue cosas que no consigue ninguna medicación.
El dolor por la pérdida siempre está ahí, pero no amarga, porque es parte del camino, un cachito de nuestra cruz.
Ahora, yo hablo mucho con mi padre, lo tengo a mi lado en cada situación que a mí se me da como padre, bien porque me reconozco en él y sus actuaciones, bien porque rememoro lo fácil que lo juzgué.
Esta COMPRENSIÓN del misterio de la muerte es la que me da la paz. La fe en la resurrección hace el resto.
No sé en qué parte de tu camino te encuentras, pero te aseguro que no estarás solo cuando llegues a la meta.
Mientras tanto…
 ¡QUE TODA NUESTRA VIDA SEA UN ACTO DE AMOR! ¡AMÉN! 
              


jueves, 3 de abril de 2014

LA RESPUESTA ESTÁ EN ...EL CREDO



PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"




988 El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).


990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):
«¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe [...] ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).
I. La Resurrección de Cristo y la nuestra
Revelación progresiva de la Resurrección
992 La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
«El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7, 9). «Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (San Agustín, Enarratio in Psalmum 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon,Adversus haereses, 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts4, 16).
Resucitados con Cristo
1002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
«Sepultados con él en el Bbautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos [...] Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 2, 12; 3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida [...] con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con él llenos de gloria" (Col 3, 4).
1004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:
«El cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? [...] No os pertenecéis [...] Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6, 13-15. 19-20).
II. Morir en Cristo Jesús
1005 Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28).



La muerte
1006 "Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007 La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
«Acuérdate de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio» (Qo 12, 1. 7).
1008 La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1 Co 15, 26).
1009 La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte cristiana
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:
«Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2).
1011 En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
«Mi deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "ven al Padre"» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 7, 2).
«Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir» (Santa Teresa de Jesús,Poesía, 7).
«Yo no muero, entro en la vida» (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre (9 junio 1987).
1012 La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
«La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. (Misal  Romano,  Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte:
«Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?» (De imitatione Christi 1, 23, 1).
«Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!»
(San Francisco de Asís, Canticum Fratris Solis)
Resumen
1015 Caro salutis est cardo ("La carne es soporte de la salvación") (Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 8, 2). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.
1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
1017 "Creemos [...] en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora" (DS854). No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir "la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado" (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.